Por Hilda Cabrera
�Esta es una obra que refleja el pensamiento de dos personajes en diferentes momentos: encerrados en un sótano de una vieja ciudad europea, o como pasajeros de un tren que marcha hacia Berlín�, apunta el director español Guillermo Heras a propósito de El traductor de Blumenberg, obra que luego de una primera experiencia de teatro semimontado en el Instituto de Cooperación Iberoamericano (el 10 de agosto) se verá en el Teatro Cervantes a partir de hoy y hasta el domingo. La pieza, que lleva por subtítulo Obra en construcción, pertenece al madrileño Juan Mayorga, licenciado en matemáticas y doctorado en filosofía. Este trabajo experimental alerta, de modo dialéctico, sobre aquellos �estigmas del pasado que pueden llegar a ser realidades presentes�, como destaca el mismo Heras, ex director del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, creado en 1984 durante el gobierno socialista, cuando la crítica al poder no se consideraba tan necesaria como en épocas anteriores. Era el tiempo de la �libertad sin ira�, según se decía.
Este director, que desde la década del 80 visita periódicamente la Argentina, formó ya a dos generaciones de intérpretes locales. Meses atrás realizó una puesta sobre Ringside (1996), de Daniel Veronese, y hoy trabaja con un grupo de jóvenes alumnos con los que piensa encarar una serie de �montajes abiertos�. Dirige cursos y seminarios en Buenos Aires, Mendoza y Córdoba, y considera que, a pesar del empobrecimiento económico, son muchos los argentinos que no perdieron interés por el cine, el teatro y la lectura. En cambio, no está seguro de que esto suceda en su país, donde inició su actividad artística en el �teatro clandestino�. En tiempos del franquismo se inclinaba por la improvisación: �Era algo parecido al teatro de agitación ruso�, cuenta en diálogo con Página/12. Después se incorporó al Grupo Tábano y, desde 1993, a El Astillero, del cual participa también el dramaturgo Juan Mayorga.
�¿El español medio perdió interés por las artes?
�En España estamos viviendo un momento en que todo es �de centro�, y como a algunos les va muy bien, la euforia es también muy grande. Pero ese estado de ánimo no va acompañado de un tono vital creativo.
�¿El traductor... es una pieza político-filosófica?
�La obra se desarrolla en dos planos: el del pensamiento y los peligros de que éste sea modificado en la traducción, y el entorno social, la situación que vivimos en Europa a partir de la reorganización de los grupos nazis y neofascistas. El pensamiento autoritario va en aumento y se está manifestando en Austria, Alemania, Italia y Francia, donde esos grupos recogen el voto de la gente descontenta.
�¿Incluye a España?
�Nosotros tenemos más de un racismo: el de la derecha política, de momento relativamente paliado �aunque hemos tenido casos muy graves�, y el nacionalismo vasco. Lo que pasa con ETA no se puede analizar ya a nivel político. Es una pulseada más compleja, política, social y militar. Sobre estos pensamientos totalitarios habla El traductor...
�¿Es una actitud generalizada entre los nuevos autores?
�En los últimos años surgieron jóvenes autores que se comprometen con cierto teatro político, aunque no de la misma forma que sus antecesores. Puede decirse que en este momento ese compromiso es �una rama� del teatro español. En Lista negra, que también se va a estrenar en Buenos Aires, se analiza el fenómeno de los �cabezas rapadas�, que en España son, en la mayoría de los casos, jóvenes desarraigados, emigrantes sin trabajo.
�¿A qué se debe este cambio?
�A que, según yo creo, el artista puede oler la tormenta que se viene. El traductor... se escribió en 1993. Entonces parecía una obra �rara�, porque lo común era el montaje de �deformaciones� del teatro posmoderno. La posmodernidad es unfenómeno muy complejo como para ser resumido. Aquel teatro era en general vacío. Desde mediados de los 80 a los 90 se multiplicaron los festivales internacionales de teatro en los que triunfaban los espectáculos sostenidos en la imagen y la tecnología. El teatro de texto tuvo que rearmarse.
�Estrenó El traductor... en España?
�No pude, por una razón esencial: es raro encontrar en España actores que se compromentan con los textos contemporáneos. Para mí es un lujo dirigir en esta obra a un actor de la talla de Rubén Szuchmacher y a un actor con tanta energía como Joaquín Bonet. Este es un texto que rompe espacio y tiempo, y aunque no es hermético, requiere de una gran atención y de espectadores que sepan divertirse reconstruyendo este �laberinto�.
�¿Cree que hay una vuelta al texto?
�Si algo caracteriza hoy al teatro es la diversidad. Y es satisfactorio, porque no está dominado por las modas. La intención no es tanto volver al texto como resituar la práctica teatral, mantener esa diversidad y aceptar que es un arte de minorías, lo que no es descrédito sino especificidad.
�¿Qué lugar ocupa el público para un gestor cultural?
�Hace tiempo que estoy a la búsqueda de una escritura que interese al público: es necesario volver la mirada a los espectadores. Cuando empecé a trabajar en el teatro independiente, mi impresión era que lo que hacíamos tenía relación con el público, y por eso nos acompañaba. Esa conexión entró luego en crisis y yo me sentí huérfano y culpable. Ahora me gustaría crear núcleos ciudadanos: mi sueño es tener sala en Madrid y echar raíces.
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