Por Diego Fischerman
Cada visita �cada vuelta� de Daniel Barenboim a la Argentina tiene algo de maratónico. Como si intentara hacer en unos pocos días todo lo que en otras ciudades le lleva varios meses. En años anteriores su agenda incluyó una versión deslumbrante de las Variaciones Goldberg (que fue registrada en CD) y tres conciertos con sinfonías de Beethoven sumados a un recital como pianista y el registro de un disco de tango. Esta vez serán dos conciertos como solista, uno en trío con Mederos y Console y, después de una breve ausencia de dos meses, el regreso como director de la Sinfónica de Chicago. Hacen exactamente cincuenta años que Barenboim debutó profesionalmente. El lugar fue Buenos Aires y el pianista decidió festejarlo. A partir de hoy, cuando se siente frente al teclado del piano del Colón para el primero de sus dos conciertos en el ciclo del Mozarteum (el siguiente será el sábado, también en el Colón), empezará el nuevo vendaval Barenboim. La culminación de la primera etapa será el miércoles 23, en el teatro Gran Rex y con un concierto de tango.
El programa de hoy incluirá la Sonata en Do Mayor, K 330 de Mozart, la Apasionata de Beethoven, y uno de los libros de piezas de los que consta Iberia, de Isaac Albéniz. Un repertorio que hace pie en el clasicismo vienés y se proyecta hacia el folklorismo español de la primera mitad del siglo XX, tamizado por las enseñanzas francesas. El miércoles que viene, con el auspicio de Canal (à), sus compañeros volverán a ser Rodolfo Mederos y Héctor Console. Y los conciertos coinciden (aunque eso siempre sucede tratándose de Barenboim) con varias ediciones discográficas de importancia, empezando por la primera integral de las sinfonías de Beethoven que grabó en su vida. Junto a la Orquesta de la Capilla Estatal de Berlín (la misma con la que vino a esta ciudad en su última visita) y un grupo de solistas vocales de primer nivel, en esas versiones se aproxima a un ideal interpretativo que se entronca en las viejas tradiciones (principalmente en la manera de dirigir de Wilhelm Furtwängler) y las lleva hasta un punto de evolución absolutamente actual. Junto a una deslumbrante versión de una ópera casi desconocida (Die Brauthal, de Ferruccio Busoni) y a una interpretación referencial del Lohengrin de Wagner, gran parte de la actividad actual del pianista y director tiene que ver con lo que el mercado denomina crossover. A partir del disco con tangos, Barenboim se vio envuelto en dos proyectos bastante olvidables: uno dedicado a Duke Ellington que, a pesar del concurso de músicos de jazz verdaderos (el notable clarinetista Don Byron entre ellos) respiraba falsedad (y cálculo comercial) por los cuatro costados; el otro pensado como un homenaje a la música brasileña y con Milton Nascimento como protagonista. No es necesario aclarar que el mejor Barenboim (aquel que hace lo que mejor hace y lo que la mayoría de los otros no podría hacer) hay que buscarlo en otra parte. Su Tetralogía, grabada en vivo en el Festival de Bayreuth, un Don Giovanni ejemplar, Wozzeck de Alban Berg y Elektra de Richard Strauss en interpretaciones de gran nivel, su juvenil Cuarteto para el Fin del Tiempo de Messiaen, junto a Pinchas Zukerman, hablan de un músico tan ávido de ampliar sus territorios musicales como perfecto en sus abordajes interpretativos. En 1995, cuando estuvo en esta ciudad, conversó con Página/12 y relató sus experiencias en conciertos durante la Guerra del Golfo y durante la Caída del Muro de Berlín. En ambas, fue protagonista: �En Jerusalén había gente que no había dormido, que iba al concierto con sus máscaras de gas. Era gente que necesitaba, en medio del horror, esas dos horas en contacto con la música. Y lo de Alemania fue algo similar. Que quienes nunca antes habían podido pasar al lado occidental eligieran, entre tantas cosas posibles, escuchar a la Filarmónica de Berlín, me enseñó muchas cosas�.
Bill Frisell y los mapas
Por D. F.
En el principio fue una serie de juegos tímbricos. Un coqueteo con el free jazz que, a la manera de interludio, aparecía entre tema y tema. Y los temas iban del country a secas al blues, del jazz (aunque casi nunca de manera ortodoxa) al rock (aunque casi siempre con una subdivisión rítmica muy poco identificable con el rock) y de la sofisticación en el timbre y en algunos esquemas formales a la reivindicación de géneros tan menores como sólo pueden serlo las marchas pueblerinas.
Junto con el contrabajista Tony Scherr y el baterista Kenny Wollesen, Bill Frisell tocó por primera vez en Buenos Aires. En una Trastienda llena hasta el tope el guitarrista hizo exactamente lo que podía esperarse de él y lo hizo magníficamente. En un sentido, lo suyo, mucho más que tocar jazz, se trata de dibujar un mapa de Norteamérica. Y donde otros definen sus estilos a partir de la reconcentración en los géneros, Frisell disfruta moviéndose en ese territorio en donde cabe casi todo. Incluso la posibilidad de contar (como lo hizo el martes) con la cantante argentina Gabriela como solista invitada. Mañana y pasado habrá nuevas funciones. |
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