Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


KIOSCO12

�LAMERICA�, DE GIANNI AMELIO 
Un país en disolución

El film, que se estrena con seis años de atraso, se propone contar el deterioro social de Albania, país que integraba la URSS, usando como disparador la historia de un empresario italiano inescrupuloso.

Amelio es uno de los directores italianos más interesantes de los �80.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Considerado como uno de los pocos cineastas italianos de interés surgidos en los años �80, Gianni Amelio (Catanzaro, 1945) no empezó a cobrar notoriedad internacional hasta 1990, cuando se conoció Puertas abiertas, una parábola cruel sobre la pena de muerte en tiempos de Mussolini, adaptación de la novela de Leonardo Sciascia, protagonizada por Gian-Maria Volonté. A ese film le siguió El ladrón de niños (1992), una sensible road movie que se internaba en los caminos de la infancia desamparada. Pero fue sobre todo Lamerica la película que consolidó su nombre y que recién ahora, seis años después de consagración en el Festival de Venecia, llega a las salas de estreno de Buenos Aires.
Filmada en 1994 en escenarios naturales de Albania, en los momentos que siguieron al derrumbe del férreo régimen comunista que durante décadas lideró Envar Hoxha, Lamerica supo anticiparse a su tiempo y hacia 1997 -cuando se conoció por primera vez en Argentina, en el Primer Festival de Cine y Video sobre Derechos Humanos� volvió a cobrar una trágica actualidad. La guerra civil que en ese momento desangraba a Albania ya podía intuirse en las imágenes urgentes de Lamerica, que dan cuenta de un país acéfalo y en plena disolución social, cuya gente sólo parecía tener ojos para mirar más allá del horizonte, en dirección hacia esa tierra prometida llamada Italia, que se intuye por detrás del Mar Adriático. 
En ese caótico contexto, un inescrupuloso hombre de negocios italiano (Michele Plácido) llega a la capital, Tirana, con la idea de comprar una fábrica estatal por un puñado de liras. Su único obstáculo para llevar a cabo la maniobra es una ley que impone la necesidad de contar con un socio albanés. Con la ayuda de un funcionario corrupto, da con quien podría ser su testaferro: un viejo prisionero político del régimen, que acaba de ser liberado en un estado lamentable, después de pasar treinta años sometido a trabajos forzados. Todo parece sencillo y el empresario regresa a Italia, dejando el asunto a cargo de Enrico (Enrico Lo Verso, el carabiniere de Il ladro di bambini), su joven subalterno. Pero la terrible realidad del país no tarda en imponerse en el ánimo de Enrico, que además descubre la verdadera identidad del testaferro. Ese hombre, en cuyas ruinas se puede intuir no solamente su tragedia sino también la de todo un pueblo, no es otro finalmente que un italiano, siciliano como Enrico, que fue desertor del ejército fascista durante la Segunda Guerra Mundial.
Esta revelación se entronca con los noticieros y documentales con que se abre Lamerica y que remiten a los vínculos de Italia con Albania, una de las colonias del fugaz imperio de Mussolini, que hacia 1939 saludaba �la marcial prestancia de la guardia del Duce�, como se escucha en uno de esos materiales de archivo. A esa realidad le siguió luego, hacia 1946, la entronización del régimen comunista, que aisló al país del mundo (incluso de sus aliados ideológicos) y que lo perpetuó en el atraso. La paradoja que va descubriendo el film de Amelio se encuentra reflejada en la transformación por la que atraviesa Enrico, que llega a Albania con la soberbia y la indiferencia de un italiano próspero, ajeno a los padecimientos del prójimo, y que debe regresar a su país de la mismamanera en que sus ancestros cruzaron el Atlántico hacia Nueva York o Buenos Aires, en un barco hacinado de rostros anhelantes, de albaneses paupérrimos pero ilusionados con la posibilidad de una vida distinta, mejor.
La ambición de Lamerica (así, sin apóstrofe, como lo hubiera escrito un inmigrante) es reflejar la memoria corta de los italianos, llegar a la conclusión de que los albaneses son como alguna vez fueron los mismos italianos, que tienen las mismas raíces de dolor y necesidad. Esa impronta humanista del film se hace por momentos demasiado evidente, quizás un poco forzada, pero nunca deja de ser poderosa, noble, sincera.

 


 

Otra de autitos chocadores y de
ladrones retirados: �60 segundos�

Nicolas Cage y Angelina Jolie le dan lustre a una película que propone pura acción y persecuciones espectaculares, pero que se enreda algo y por momentos confunde tensión con nerviosismo.

Cage es el ladrón retirado que debe volver a las andadas para salvar a su hermano Kip (Giovanni Ribisi).

Por Martín Pérez

�No lo hacía por el dinero, sino por los autos�, confiesa Memphis Raines en uno de los tantos momentos reflexivos de 60 segundos, un film supuestamente más dedicado a la acción, la velocidad y los autos que a los monólogos introspectivos. Sin embargo, Memphis agrega con la mirada perdida en el vacío: �Todos esos autos relucientes, rogando para que se los robasen. Y yo lo hacía�. Luego de haberse retirado del negocio con la intención de no incitar a su hermano menor a seguir su camino, si Memphis reflexiona sobre su pasado es porque está de regreso. Su hermano Kip, a pesar de que Memphis abandonó su pasión por los autos ajenos, ha seguido sus pasos, pero con más entusiasmo que profesionalismo. Y se metió en problemas con un psicópata peligroso, y con acento inglés, que quiere 50 autos de lujo. Medio centenar de presas que Memphis planea robar en una sola noche, entre los que están incluido un Shelby Mustang GT 500 de 1967, el único coche con el que no ha podido en toda su larga carrera. Salvar a su hermano, estar a la altura de su leyenda y romper la última maldición que le queda. Todas esas cosas debe hacer Memphis en una sola noche. Y ninguna de ellas tiene algo que ver con los sesenta segundos del título. 
Remake del film de culto Gone in 60 seconds (1974), de Tobi Halicki (que murió en un accidente durante el rodaje de una secuela), famoso por una persecución automovilística final que supo inspirar tanto a Los Hermanos Caradura como al comienzo de la carrera del director Ron Howard, esta nueva producción del testosterónico Jerry Bruckheimer es un film de autos y de estrellas. De medio centenar de autos y media docena de estrellas, más precisamente. Dueño de un brillo reluciente en pantalla, el film de Dominic Sena tiene protagonistas que lucen bien casi todo el tiempo, encerrados en una historia clásica que cuenta el mito del héroe que regresa a la ciudad donde escribió su leyenda, reúne a su vieja banda y repite por última vez lo que mejor sabe hacer aunque ya no lo hace más. 
Articulada en escenas semi-independientes y pletórica en los gags verbales típicos de los films de acción de Bruckheimer �Top Gun, La Roca y Armaggedon, entre otros�, 60 segundos comienza con la caída de Kip (el ascendente Giovanni Ribisi, que parece Cruise en Nacido el 4 de Julio pero con piernas), sigue con el retorno de Memphis y la reunión de su vieja banda, luego viene la articulación del plan y el final se reserva para todos los robos. No hay secretos ni sorpresas en esta clase de films, y no los hay en 60 segundos. Las estrellas �Cage, Duvall, Angelina Jolie� prestan su rostro y su oficio para que el relato se desarrolle sin problemas, y los autos están ahí pidiendo ser robados de una vez. 
Divertimento juvenil que se permite burlarse un poco de los jóvenes a quienes debe entretener, el gran problema de 60 segundos no es que sea una sencilla película de acción, sino que su acción no es ni sencilla ni eficiente. Su director confunde nervios con tensión, y olvida que la ridiculez y lo inevitable se suelen dar la mano a la hora de ir a cientos de kilómetros por hora. En sus persecuciones jamás se sabe lo que pasa nilo que puede suceder después. La cámara se mueve, y las cosas suceden porque están en el guión y entran en el presupuesto. Pero eso es algo que al espectador no le interesa. Además de entretenerse y dejarse llevar por todos sus guiños, quien vaya a ver un film como 60 segundos quiere ver autos que vayan rápido y, de ser posible, choquen. Pero también quiere ver cómo es que eso sucede. Y esa es la gran duda del innecesariamente nervioso film de Sena.

 

PRINCIPAL