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�BELLAS ARTES�, UNa obra NOTABLE DE GERARDO HOCHMAN
A veces la pintura está viva

El director presenta en el San Martín una pieza que propone un paseo por un museo en que las obras se mueven y explican su historia.

El elenco de �Bellas artes�, otro acierto del experimentado Hochman.
Aquí, Chagall, Magritte y Picasso se vuelven personajes cotidianos.


Por Inés Tenewicki

t.gif (862 bytes) Pocas veces se asiste a espectáculos en los que todos los elementos, libreto, interpretaciones, luces, sonido y escenografía, logran equilibradamente una alta calidad, despliegan variedad de recursos e ideas y se presentan ante el público con precisión y belleza en su ejecución. He aquí uno de esos extraños y felices casos: Bellas artes es, abusando de la síntesis, una celebración de las artes plásticas que si bien pasea al espectador por lugares conocidos, no cae en convencionalismos fáciles ni en lugares comunes. Por el contrario, es una suma de hallazgos, combinados en un sugestivo lenguaje mágico y con momentos logradamente oníricos. Sólo puede reprochársele una declinación del ritmo hacia la mitad, cuando en alguno de los �ballets acrobáticos� aparece cierta repetición en los juegos coreográficos que aleja por algunos minutos la atención del público.
Al apagarse las luces, los espectadores son invitados a una gira por un museo, que desde el primer momento se vuelve misteriosa, sobre todo porque no es el espectador quien recorre el museo, sino el museo quien se pasea por las miradas del público, revelando sus obras de arte y también algunos aspectos menos conocidos de una pintura, su creador, su relación con su propia obra o la relación de los personajes del lienzo entre sí. Otra cuota de extrañamiento la traen los personajes reales que habitan el museo: la guía, una docta licenciada en artes, vestida como un cuadro de Mondrián y gafas, el cuidador del museo (Don Quinquela) y el zoológico de visitantes, que completan esta simpática fauna original e irreverente.
También se hace difícil clasificar este espectáculo, que podría verse como un musical en el que se destacan las coreografías de Teresa Duggan, pero donde también se pueden ver aportes circenses, que por estar al servicio de la puesta, no convierten a ésta en un espectáculo de circo y convierten a la obra en una sólida fusión de distintos elementos. Son igualmente inspiradas las luces de Gonzalo Córdoba, que además de cumplir eficientemente con su tarea, bailan y actúan con los intérpretes: la iluminación logra su mayor protagonismo en un número de �teatro de sombras� que cierra magníficamente el show. Por su parte, la música trae sus notas de poesía, en un buen trabajo a cargo de Leo Sujatovich que da a cada cuadro una bella y clara ambientación, ya se trate de guitarras españolas para acompañar a Picasso, violines ruso-judíos para meterse en una pintura de Chagall, o una composición tecno con ritmo de Magritte.
La escenografía despliega con economía los recursos necesarios para el desarrollo del espectáculo, con un escenario saturado de pinturas y decorados que entran y salen del escenario desde los costados o del techo. El vestuario es también austero, pero ilustra perfectamente la historia que recorre la velada. El primer número es un pas de deux para Don Quinquela y escobillón, en una danza limpiadora de pisos, marcos y telas del museo que está a punto de abrir sus puertas. Una vez ingresado el público, empiezan a despertar los personajes de Chagall, Magritte y Picasso, y cobran vida las estatuas de Rodin que, a diferencia de las �estatuas� que superpueblan la calle Florida y otros paseos, rinden homenaje al ritmo y al movimiento. Y después de bailar una adaptación del juego de las sillas con menos pedestales que estatuas, terminan su presentación armando pirámides de variadas alturas y diseños.
Al finalizar la obra, y con la costumbre de la oferta tradicional del teatro infantil, se tiene la impresión de que el espectáculo no fue concebido para niños, aunque sí lo sea. Y probablemente sea éste el mayor acierto de su creador y director, Gerardo Hochman, ya que se trata de una idea original, que no parte de ideas taquilleras ya existentes y de probada eficacia, sino que apuesta en cambio a la inteligencia y sensibilidad del público. No es poca cosa atreverse a un riesgo que pocos quieren correr, y que recuerda que los chicos son, según se sabe, chicos, pero no tontos.

 

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