Integran una especie
de ejército intelectual de ocupación. Viven alertas
para denunciar cualquier desliz concreto o potencial en las cuentas
fiscales, escrutan, hostigan, denuncian. Realizan el sueño
de cualquier acreedor: tener colocada una cámara espía
en el dormitorio de su deudor. Lo siguen al baño, le cuentan
las costillas cuando se muda la camiseta. Inventaron, antes que
la televisión, el monitoreo minucioso de sus vigilados, cual
Big Brother. Sin esperar a que llegue una misión del Fondo
Monetario, ellos ya han detectado y difundido el menor desvío
respecto de las metas. Siempre desprecian como infundadamente optimistas
las proyecciones oficiales, o descubren maniobras de "contabilidad
creativa" en el aparente cierre de las cuentas del Estado.
Pero también saben alegrarse cuando los gobiernos cercenan
las partidas presupuestarias, despiden empleados, suprimen organismos
o abandonan planes de obras, aunque nada les parece nunca suficiente.
Los ajustes, por sañudos que sean, sólo los valoran
como señales en la buena dirección, y exigen más,
más, más. Mantienen bajo sospecha permanente a todo
equipo económico, suponiéndolo proclive a ceder ante
la presión de los políticos, ávidos por inflar
el gasto público para favorecer a su clientela y guardarse
parte de los fondos en el bolsillo. De tanto ejercer la censura
ya no pueden esperar que termine ninguna película: intervienen
de entrada, imponiendo cambios en el argumento, expurgación
de escenas, añadido de mensajes ortodoxos. Han aprendido
su oficio en dos o tres universidades estadounidenses y no están
dispuestos a revisar lo que les inculcaron, sabiendo que sus profesores
forman parte de un poder mucho más amplio, que abarca campus,
bancos de inversión, organismos multilaterales y corporaciones
globalizadas. Sienten que fueron buenos discípulos, hoy vueltos
a su tierra para propagar la fe aprendida y perseguir la herejía
de cualquier idea autóctona. Su tarea de encarnar la virtud
en este lado salvaje del mundo es recompensada por quienes, from
New York, con sus portfolios colmados de bonos de deuda argentinos,
necesitan estar sobreaviso. Una compleja trama de asesores, agencias
de ratings, fondos de pensión, brokers, bancos y grupos de
inversión reclama alarmas tempranas y datos de adentro, pero
les apetece algo más: que sus legionarios argentinos cerquen
al gobierno, lo acechen, le marquen el camino, lo delaten si se
aparta. Y los economistas cumplen su misión a conciencia.
Trabajan para el capital financiero internacional, ganan buena plata
y se sienten satisfechos porque encarnan la verdad, la única,
la definitiva.
|