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SUBRAYADO

Economistas argentinos

Por Julio Nudler

Integran una especie de ejército intelectual de ocupación. Viven alertas para denunciar cualquier desliz concreto o potencial en las cuentas fiscales, escrutan, hostigan, denuncian. Realizan el sueño de cualquier acreedor: tener colocada una cámara espía en el dormitorio de su deudor. Lo siguen al baño, le cuentan las costillas cuando se muda la camiseta. Inventaron, antes que la televisión, el monitoreo minucioso de sus vigilados, cual Big Brother. Sin esperar a que llegue una misión del Fondo Monetario, ellos ya han detectado y difundido el menor desvío respecto de las metas. Siempre desprecian como infundadamente optimistas las proyecciones oficiales, o descubren maniobras de "contabilidad creativa" en el aparente cierre de las cuentas del Estado. Pero también saben alegrarse cuando los gobiernos cercenan las partidas presupuestarias, despiden empleados, suprimen organismos o abandonan planes de obras, aunque nada les parece nunca suficiente. Los ajustes, por sañudos que sean, sólo los valoran como señales en la buena dirección, y exigen más, más, más. Mantienen bajo sospecha permanente a todo equipo económico, suponiéndolo proclive a ceder ante la presión de los políticos, ávidos por inflar el gasto público para favorecer a su clientela y guardarse parte de los fondos en el bolsillo. De tanto ejercer la censura ya no pueden esperar que termine ninguna película: intervienen de entrada, imponiendo cambios en el argumento, expurgación de escenas, añadido de mensajes ortodoxos. Han aprendido su oficio en dos o tres universidades estadounidenses y no están dispuestos a revisar lo que les inculcaron, sabiendo que sus profesores forman parte de un poder mucho más amplio, que abarca campus, bancos de inversión, organismos multilaterales y corporaciones globalizadas. Sienten que fueron buenos discípulos, hoy vueltos a su tierra para propagar la fe aprendida y perseguir la herejía de cualquier idea autóctona. Su tarea de encarnar la virtud en este lado salvaje del mundo es recompensada por quienes, from New York, con sus portfolios colmados de bonos de deuda argentinos, necesitan estar sobreaviso. Una compleja trama de asesores, agencias de ratings, fondos de pensión, brokers, bancos y grupos de inversión reclama alarmas tempranas y datos de adentro, pero les apetece algo más: que sus legionarios argentinos cerquen al gobierno, lo acechen, le marquen el camino, lo delaten si se aparta. Y los economistas cumplen su misión a conciencia. Trabajan para el capital financiero internacional, ganan buena plata y se sienten satisfechos porque encarnan la verdad, la única, la definitiva.


 

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