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SUBRAYADO

La caza al Octubre rojo

Por Claudio Uriarte

El naufragio del submarino ruso Kursk tiene al menos dos grandes dimensiones políticas: una, el riesgo de contaminación que sus dos reactores con 600 kilogramos de uranio enriquecido cada uno suponen para el área del Mar de Barents --descripto recientemente por un experto británico como "un Chernobyl en cámara lenta"--, incluyendo la costa noruega de la península escandinava; la otra, el desastre político interno que significó el mal manejo de la crisis, que repitió precisamente todos los errores de Chernobyl: se negó la gravedad de la situación y se rechazó la ayuda extranjera hasta que la crisis se volvió inmanejable; la cadena de mandos de la Marina rusa se convirtió en un tembloroso ejercicio general de deslinde de responsabilidades, y el presidente Vladimir Putin tardó cuatro días en hablar del tema, y cuando lo hizo ni siquiera se dignó a trasladarse desde su dacha de vacaciones en el Mar Negro hasta el escenario de los acontecimientos.
Para entender la crisis, hay que situarla en su contexto político-militar. La misión del Kursk consistía en desarrollar uno de esos aparatosos ejercicios navales post-soviéticos donde la Marina se juega la vida --aquí literalmente-- para demostrar cada cuatro o cinco años a Occidente que todavía puede defenderse. De hecho, la tripulación del Kursk incluiría a una cantidad inusual de oficiales superiores y jefes de división --cinco, según algunas fuentes-- para poder presenciar el desarrollo de unos nuevos ejercicios cuyo carácter secreto puede tener que ver o no con la demora criminal en pedir ayuda extranjera, y que puede haber gatillado la sugestiva acusación anteayer por el vicealmirante Mijail Notsak de que el naufragio habría sido causado por el choque con un submarino espía de Gran Bretaña, precisamente el país que envió su "helicóptero submarino" LR5 para tratar de rescatar la nave. Murmansk, por otra parte, es la base naval más estratégica de la Marina rusa, por ser su único acceso al Atlántico Norte y el punto de partida de las Rutas Rojas 1 y 2 de la vieja Marina soviética en caso de un ataque contra Estados Unidos. Al mismo tiempo, estas maniobras navales se inscribían dentro del intento de Putin de adelantar el umbral de conflictividad a partir del cual se puede acudir a las armas nucleares, como forma de revigorizar unas Fuerzas Armadas debilitadas y contrapesar el mundo unipolar protagonizado por Estados Unidos. La verdadera historia detrás del hundimiento del Kursk todavía no está siendo contada.


 

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