El naufragio del submarino
ruso Kursk tiene al menos dos grandes dimensiones políticas:
una, el riesgo de contaminación que sus dos reactores con
600 kilogramos de uranio enriquecido cada uno suponen para el área
del Mar de Barents --descripto recientemente por un experto británico
como "un Chernobyl en cámara lenta"--, incluyendo
la costa noruega de la península escandinava; la otra, el
desastre político interno que significó el mal manejo
de la crisis, que repitió precisamente todos los errores
de Chernobyl: se negó la gravedad de la situación
y se rechazó la ayuda extranjera hasta que la crisis se volvió
inmanejable; la cadena de mandos de la Marina rusa se convirtió
en un tembloroso ejercicio general de deslinde de responsabilidades,
y el presidente Vladimir Putin tardó cuatro días en
hablar del tema, y cuando lo hizo ni siquiera se dignó a
trasladarse desde su dacha de vacaciones en el Mar Negro hasta el
escenario de los acontecimientos.
Para entender la crisis, hay que situarla en su contexto político-militar.
La misión del Kursk consistía en desarrollar uno de
esos aparatosos ejercicios navales post-soviéticos donde
la Marina se juega la vida --aquí literalmente-- para demostrar
cada cuatro o cinco años a Occidente que todavía puede
defenderse. De hecho, la tripulación del Kursk incluiría
a una cantidad inusual de oficiales superiores y jefes de división
--cinco, según algunas fuentes-- para poder presenciar el
desarrollo de unos nuevos ejercicios cuyo carácter secreto
puede tener que ver o no con la demora criminal en pedir ayuda extranjera,
y que puede haber gatillado la sugestiva acusación anteayer
por el vicealmirante Mijail Notsak de que el naufragio habría
sido causado por el choque con un submarino espía de Gran
Bretaña, precisamente el país que envió su
"helicóptero submarino" LR5 para tratar de rescatar
la nave. Murmansk, por otra parte, es la base naval más estratégica
de la Marina rusa, por ser su único acceso al Atlántico
Norte y el punto de partida de las Rutas Rojas 1 y 2 de la vieja
Marina soviética en caso de un ataque contra Estados Unidos.
Al mismo tiempo, estas maniobras navales se inscribían dentro
del intento de Putin de adelantar el umbral de conflictividad a
partir del cual se puede acudir a las armas nucleares, como forma
de revigorizar unas Fuerzas Armadas debilitadas y contrapesar el
mundo unipolar protagonizado por Estados Unidos. La verdadera historia
detrás del hundimiento del Kursk todavía no está
siendo contada.
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