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LAURA YUSEM ESTRENA HOY EN SALA PROPIA "PROMETEO OLVIDADO"
El mito que vuelve al presente

La directora teatral y docente, que basó su puesta en la obra "Prometeo encadenado" de Esquilo, dice que indagó en ese clásico griego "con la intención de hablar de nosotros y de Argentina".

Por Hilda Cabrera
t.gif (862 bytes)  Comenzó estudiando danza clásica y después contemporánea, con la maestra y coreógrafa Ana Itelman, pero también se atrevió entonces con la televisión, dando "pasitos" alrededor de un animador, según contó alguna vez. Pero ese pasado de danzarina (en el Teatro Avenida, el Marabú y en la compañía de Juan Carlos Copes) quedó atrás cuando cumplió los 25 años, lo mismo que su actividad en el periodismo, donde "hacía de todo", y muy especialmente notas sobre modas con un enfoque social: "Escribía sobre las tragedias que resultaban de querer broncearse a toda costa, o el uso del poncho federal y los jeans", cuenta la directora Laura Yusem en diálogo con Página/12. Aquella era una rara mezcla de símbolos que, a su entender, expresaban al imperialismo y a la "izquierda peronista que se había insertado en el movimiento popular". Sin embargo, la imagen que Yusem despierta hoy --y desde hace tiempo-- en el ambiente artístico y el público es la de una creadora del teatro más "intelectual".
Por eso, cuando puso en escena Trátala con cariño, obra póstuma de Oscar Viale, en la reinauguración del Teatro del Pueblo, se la miró con cierta extrañeza. El lenguaje a veces "grosero pero potente" del fallecido Viale parecía no corresponderle. Hoy estrena otra obra, esta vez con dramaturgia propia, compartida con Eugenio Soto, de tono "intelectual" pero no serio, ya que en su puesta le deja resquicios al humor. Se trata de Prometeo olvidado, basada en Prometeo encadenado, de Esquilo, referida a la memoria y a su rescate, sólo que justamente desde los olvidos. Actúan dos alumnos de su taller y otros dos ex discípulos, inaugurando una nueva sala ("Patio de Actores", en Lerma 568), esta vez propia y compartida con la también docente y directora Clara Pando. A manera de recuento, Yusem apunta: "Cumplo treinta años como directora y veinte como docente". Una actividad que dice haber desarrollado "a pedido". La inició luego de dar a conocer su puesta de Boda blanca, en la desaparecida sala Planeta. "Se convirtió en un acontecimiento --memora--. Entonces estaba trabajando en periodismo, en el diario Clarín, y alguna gente empezó a llamarme para que diera clases de dirección."
--¿Se preguntó sobre el porqué de ese fenómeno?
--Sí, pero nunca me lo pude explicar del todo. Esa era una época muy siniestra, había poca producción teatral y todavía no había surgido Teatro Abierto (cuya primera edición fue en 1981). Recuerdo sí otra obra que había causado mucho impacto, Marathon, de Ricardo Monti, en una puesta de Jaime Kogan. En el estreno de Boda blanca, alguien del público gritó: "Con nosotros no van a poder". Lo que sucedió entonces fue algo del orden cultural-político, aunque la obra no hablase abiertamente de una situación política. En realidad, mostraba una mirada bastante perversa sobre la familia, lo que era una audacia, porque entonces la familia, como tradición, era intocable.
--¿En qué basó aquella docencia?
--En mis estudios y en mi condición de alumna.
--¿Con quiénes se formó?
--Estudié en distintas épocas con Augusto Fernandes, Juan Carlos Gené, Agustín Alezzo, y sobre todo danza con la bailarina y gran maestra Ana Itelman, con quien empecé cuando yo tenía doce años. Era una persona excepcional y una gran artista. Me marcó totalmente. Menciono a los demás porque fueron importantes, pero mi maestra fue ella.
--¿Qué le transmitió, básicamente?
--Recuerdo cosas fundamentales, como el coraje. Me enseñó a no tener miedo, y si lo tenía, a saber manejarlo. También disciplina y, relacionándola con estas actitudes, la necesidad de darme a mí misma la oportunidad de investigar. Ana era absolutamente de vanguardia.
--¿Cómo fue su ingreso a la dirección?
--Cuando a los 21 años decidí a estudiar dirección empecé un curso con Augusto Fernandes, que no era mucho mayor que yo. El ya enseñaba interpretación. En el curso de dirección estábamos nada más que Alberto Ure y yo. Entonces Fernandes me dio un consejo de oro: que hiciera un taller para actores si quería entender realmente qué era dirigir. Y ahí me fui a tomar clases con Juan Carlos Gené, un maestro muy severo, y muy autoritario también.
--¿Cree que suele confundirse rigor con autoritarismo?
--Hay directores muy famosos y muy autoritarios, como lo era Tadeusz Kantor. Lo conocí personalmente en una edición del Festival de Caracas. En ese entonces el director del Festival era Carlos Giménez, quien me preguntó si sabía francés y si podía traducir a Kantor. Después lo vi en otro encuentro, en México, y también en Italia. Yo estaba en Roma cuando me enteré de que él pondría en Florencia Wielopole, Wielopole!. Me fui entonces al teatro, vi la obra y quedé tan conmocionada que me metí en los camarines, buscándolo. Cuando lo encontré me tiré en sus brazos, llorando a moco tendido. Entonces me palmeó un poquito, como para calmarme, y me preguntó si era actriz. Cuando le dije que no, que era directora, me respondió: "Entonces llore, m'hijita, llore todo lo que quiera". Después lo volví a ver en Buenos Aires, cuando trajo sus obras. El se consideraba único. Por eso era natural que una directora desconocida como yo se conmoviera por una obra suya, que era genial, como él, un furioso anticomunista, inflexible pero muy simpático, muy seductor.
--¿También a usted le tienta la idea de que puede dominarlo todo?
--No. Kantor era un artista total. El mismo estaba en escena y era fundamental para el espectáculo. Pero cuando se trabaja en equipo, como es mi caso, la sensación es otra. Yo trabajé más de veinte años con Graciela Galán (escenógrafa), y con Griselda Gambaro (autora) hice unas ocho puestas. También con Jorge Pastorino en iluminación y Claudio Koremblit en la musicalización. Siempre esperé de todos ellos su aporte. En Prometeo... no está Graciela en la escenografía, pero sí Norberto Laíno, que también me ha acompañado en otras obras.
--¿Qué papel cumple el olvido en esta nueva puesta suya?
--Acá trabajamos sobre el mito de Prometeo, pero con la intención de hablar de nosotros y de Argentina. Prometeo hizo posible la creación de la Humanidad desde el momento que entregó a los hombres el fuego de los dioses, el conocimiento. Pero nuestro protagonista es un hombre que ha olvidado parcialmente qué cosas hizo, por qué y para qué. El solo no puede reconstruir la historia. Nosotros lo mostramos junto al águila, que ya no le arranca las entrañas, como en el mito, sino que duerme en una cunita. Es un olvidado de sí mismo y, por los demás, un personaje un poco patético, aunque todavía conserva parte de su antigua lucidez, al que además otros vienen a "apretar", intentando saber qué es lo que olvidó y cuánto.

 

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