Por Miguel Bonasso
El ensayo de la carnicería
La masacre del 22 de agosto de 1972 fue el ensayo general de la carnicería
al por mayor que las Fuerzas Armadas perpetrarían cuatro años
más tarde. Un anticipo del terrorismo de Estado que causó
espanto en la Argentina y en el extranjero, donde intelectuales de la
talla de Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Julio Cortázar
desmintieron la versión oficial del intento de fuga y difundieron
el primer relato de los tres sobrevivientes, Alberto Camps, María
Antonia Berger y Ricardo René Haidar. Allí, y en testimonios
posteriores, como el que brindaron a su compañero Francisco Urondo
en la cárcel de Villa Devoto, aparecen los hechos crudos, sin recargo
de adjetivos. Y esos hechos desnudan una metodología -.el fusilamiento
sin juicio de prisioneros desarmados que los militares habían
iniciado en 1955 y convertirían en macabra rutina a partir del
golpe de 1976.
En 1993 entrevisté al general Alejandro Lanusse, que comandaba
el Ejército y el gobierno de facto cuando se produjo la masacre.
Era un Lanusse terminal, castigado por tragedias personales, al que los
horrores perpetrados por los generales que lo sucedieron y las sagas de
algunos periodistas cercanos habían convertido en una suerte de
paradigma del militar democrático. Puse el tema de Trelew sobre
la mesa y el anciano intentó derivar la responsabilidad de la masacre
hacia algunos de sus subordinados de entonces, como el general Eduardo
Betti, jefe de la Zona de Emergencia, que no habría cumplido la
orden de restituir a los 19 guerrilleros fugados del penal de Rawson a
la cárcel de donde se habían evadido. Cuando le recordé
la famosa responsabilidad de comando, el viejo general intentó
regresar a la mentira de 1972, el intento de fuga de los prisioneros.
Cuando le dije que yo, personalmente, había visto en el maxilar
inferior de María Antonia Berger la cicatriz del tiro de gracia
que le pegaron aquella madrugada en la base aeronaval Almirante Zar, guardó
un silencio expresivo y cambió de tema.
Aunque nunca se pudo probar, hay numerosos indicios de que la orden de
fusilar a los guerrilleros fue emitida directamente por la Junta de Comandantes
que conducía Lanusse. Además de los indicios, el contexto
político de aquel momento abona la sospecha de la orden secreta:
faltaban tres días para que se cumpliera el plazo que el Partido
Militar le había puesto a Juan Perón para que regresara
al país si pretendía ser candidato y aunque el líder
justicialista había dicho que volvería cuando él
lo creyera conveniente y no en esas fechas, es evidente que pretendían
recordarle el riesgo que correría si retornaba de su largo exilio
sin una negociación previa. También pretendían dar
un escarmiento a esas organizaciones armadas, peronistas y no peronistas,
que siete días antes habían protagonizado la espectacular
fuga del penal de Rawson; una cárcel que hasta entonces se consideraba
inexpugnable.
Fueran cuales fueran los motivos, los métodos asquean: los 19 guerrilleros
(del ERP, FAR y Montoneros) que no consiguieron fugarse en avión
a Chile el 15 de agosto tomaron sin rehenes el aeropuerto de Trelew y
recién se rindieron a las fuerzas de Infantería de Marina
que comandaba el capitán de corbeta Luis Emilio Sosa, cuando este
oficial, en presencia de un juez y periodistas, se comprometió
a respetar su integridad física y devolverlos al penal del que
se habían escapado. Pero la palabra de este caballero del
mar valía poco: los llevó a la base aeronaval Almirante
Zar, ubicada en un yermo desolado del que era imposible fugarse y allí
los asesinó una semana más tarde, con la colaboración
de otros secuaces que permanecen impunes como el teniente Roberto Bravo.
En
el proceso de ascenso popular que se dio con la campaña del Luche
y vuelve y las elecciones del 11 de marzo de 1973, los mártires
de Trelew constituyeron una de las banderas centrales. En mayo, cuando
el gobierno de Héctor Cámpora liberó a los presos
políticos, los tres sobrevivientesfueron aclamados por la multitud
que los convirtió en bronces. Pero cuando se deshizo
el gobierno popular y retornaron los militares, los tres se encontraron
con el trágico sino que habían logrado eludir en el sur:
María Antonia y el Turco Haidar desaparecieron para
siempre y Alberto Camps fue abatido en su casa, combatiendo a la patota
que venía a secuestrarlo. Para ese entonces ya todo el país
era un gigantesco Trelew.
Por
Susana Viau
El día que fue infierno
Era media mañana cuando por televisión informaron que se
había producido un levantamiento en la base Almirante Zar, donde
estaba detenido el grueso del grupo que pocas horas antes había
intentado una evasión masiva del penal de Rawson. Todos estaban
muertos; apenas tres, René Haidar, Alberto Camps y María
Antonia Berger habían sobrevivido, con gravísimas heridas,
a la masacre de prisioneros. Pese a los resultados, la fuga había
obtenido buena parte de sus objetivos. Las figuras más importantes
de las direcciones guerrilleras habían logrado escapar. Todos vieron
las imágenes de la rendición, los abrazos conmovidos antes
de la entrega de las armas, la marcialidad del acto, escucharon el ruido
de los fusiles cayendo, uno a uno, al pie de los oficiales del Ejército.
El Indio Bonet y Mariano Pujadas, por el ERP y Montoneros, eran los jefes
del contingente que había quedado atrapado en el aeropuerto de
Trelew. Ambos habían muerto en el supuesto motín nocturno
de la base naval, al mando del capitán Sosa.
Casi como un acto reflejo, la gente comenzó a llegar a la sede
de la Asociación Gremial de Abogados, el nucleamiento de abogados
progresistas que denunciaba las torturas y daba asistencia gratuita a
los presos políticos y a sus familiares. En la puerta, azorado,
estaba el capitán Héctor Sandler, el hombre que había
sido mano derecha de Pedro Eugenio Aramburu y, por una de estas cosas
de la vida, había cruzado de vereda. Sandler que ya entonces
ejercía como abogado tenía los ojos llorosos. La congoja
le impedía hablar. Arriba, pálida, como ida, miraba por
la ventana la madre de María Angélica Sabelli, militante
del ERP, la más joven del grupo. Sabelli estaba en la lista mayoritaria,
la de los dieciséis asesinados. Todavía era inimaginable
que ese ametrallamiento colectivo, la entrada brutal celda por celda para
rematar detenidos indefensos no fuese el punto culminante de la barbarie
sino una muestra del gigantesco pogrom que se preparaba, sin prisa y sin
pausa.
La directiva de la gremial tomó una decisión de urgencia.
No había vuelos a Trelew. Alquiló una avioneta y designó
a tres de sus miembros para hacer ese viaje terrible. Sólo recuerdo
el nombre de dos: su presidente, Mario Landaburu, actual defensor de Casación,
y Rafael Lombardi, el Zambo. Nos pidieron que fuéramos
a buscarles una muda de ropa. Cuando llegamos con el encargo al aeroparque,
la avioneta carreteaba. Volvimos a la Gremial, dejamos los bolsos en un
locker de las oficinas y bajamos a tomar un café. En el bar nos
dimos cuenta de que el centro era también un infierno. Las sirenas
de los patrulleros y las de las ambulancias tapaban cualquier conversación.
Debía ser, comentamos, el dispositivo de prevención frente
a la previsible respuesta. Pasó una hora y decidimos regresar.
Era el único lugar de Buenos Aires donde se podía estar
ese 22 de agosto. Pero la Gremial no estaba más. Una bomba la había
hecho volar por los aires.
El cuerpo del sobreviviente
Arnaldo del Valle Moyano
desapareció el 18 de agosto de 1977. A partir del trabajo
del Equipo Argentino de Antropología Forense y la Cámara
Federal porteña, en el marco del los Juicios por la Verdad,
los familiares de Moyano podrán recuperar su cuerpo. Fue
identificado en el cementerio de Lomas de Zamora, en la misma tumba
que Alberto Miguel Camps, que fue asesinado un día antes
que él. Camps sobreviviente de la masacre de Trelew
en la que fueron fusiladas 16 personas había sido identificado
en 1977. La recuperación de Moyano se suma a las resueltas
por la Cámara y el Equipo de Antropología la semana
pasada y publicadas ayer por Página/12 en relación
a seis víctimas de la Masacre de Fátima, ocurrida
el 20 de agosto de 1976. Los cuerpos de Moyano y de Camps serán
entregados por la Cámara Federal a sus familias. Aunque los
familiares del sobreviviente de Trelew y dirigente montonero de
la zona sur ya tenía conocimiento del lugar donde éste
había sido enterrado, no habían dispuesto del cadáver.
Ahora la Cámara se los entregará.
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