Por Jonathan Steel
Desde Moscú
A medida que el duelo invade a Rusia, las velas prendidas en cientos
de iglesias por los 118 marineros del Kursk sólo pueden arder en
honor de sus almas. Porque no sólo se terminaron las esperanzas
de encontrarlos con vida, sino que también ha muerto parte de la
fe en una nueva Rusia. Una investigación política está
en marcha y fueron dos de los miembros más jóvenes del parlamento
quienes exigieron que la Duma la Cámara Baja rusa convoque
a audiencias especiales apenas se reúna a principios del próximo
mes. A medida que se suman las preguntas, el momento en que el presidente
Vladimir Putin se enteró por primera vez de la gravedad del accidente
empieza a ser más importante que sus inapropiadas reacciones.
Las investigaciones revelarán si las autoridades de la Armada le
dijeron la verdad y si su comportamiento insensible puede ser excusado
en parte diciendo que lo mantuvieron al margen.
El incidente que envió al Kursk al fondo del mar de Barents ocurrió
a las 10.31 del sábado 11 de agosto, según una explosión
distante captada por instrumentos sísmicos extranjeros. Una segunda
explosión siguió dos minutos y quince segundos después.
La Armada rusa dice que supo por primera vez que existía un problema
13 horas más tarde, cuando el Kursk no envió una señal
previamente acordada.
Si esto es cierto, sería fácil de entender porque Putin
parecía tan relajado durante un encuentro con Gennady Seleznev,
el presidente de la Duma, a las 13 del sábado. Seleznev sugirió
que la Armada podía saberlo antes y que no consideró apropiado
decírselo al presidente.
La investigación deberá preguntarse porqué le tomó
tanto a Putin aceptar la ayuda externa, particularmente después
de que se supo que la armada no tenía un equipo de buzos de aguas
profundas y que sus intentos de rescate estaban fracasando.
Las mentiras, el secretismo y la llamativa insensibilidad de las autoridades
también merecerán un examen. Fue sólo cuando el diario
Komsomolskayta Pravda le pagó a un oficial por debajo del mostrador
para obtener la lista de tripulantes que las familias supieron que sus
seres queridos estaban atrapados en la nave hundida. La armada no se los
dijo. Putin y el gobierno no les ofrecieron transporte ni organizaron
vuelos especiales a Murmansk hasta hace dos días.
Los jefes navales apelaron a la excusa típicamente soviética
de que el mal tiempo fue la razón por la cual estaban fracasando
los intentos de rescate. Sobre la base de mantener la moral siempre
alta alentaron un falso optimismo, pretendiendo que había
esperanzas cuando ya esta idea no era realista.
Fue sólo cuando Oleg Dobrodeyev, el editor en jefe de la televisión
estatal RTR, tuvo el coraje de insistir en llevar sus cámaras al
barco que conducía la operación de rescate que los rusos
empezaron a tener una leve idea de lo que pasaba.
Los únicos héroes de este triste asunto han sido los periodistas.
Encabezados por el canal independiente NTV y su radio asociada, Eco de
Moscú, así como los diarios Komsomolskaya Pravda y Novaya
Gazeta, señalaron las contradicciones en las declaraciones oficiales
e hicieron preguntas punzantes.
Para las generaciones más jóvenes que crecieron en el postcomunismo
de los 90, los eventos de los últimos diez días han significado
un duro golpe. No sólo porque había unos veinte conscriptos
de 19 y 20 años entre los muertos, sino porque son los jóvenes
los que más quieren ver una Rusia diferente, más limpia,
crecer tras la era de Yeltsin.
Ayer le tocó otra vez a los medios llenar la brecha de la sensibilidad
y conducir el duelo nacional. Las dos principales cadenas de televisión,
una privada y la otra estatal, iniciaron sus noticias de la tarde con
una música solemne y un lento llamado de los nombres de cada miembro
de latripulación perdida. No hubo un discurso del presidente ni
se declaró día de duelo. No por primera vez, Rusia espera
un cambio.
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