No. No es imaginable como el submarino rojo de aquella Unión
Soviética forjada por la alianza de las fuerzas de trabajo
y de la cultura, ni como el submarino amarillo de Los Beatles que
recorrió las escasas profundidades de las revoluciones blandas
del 68; año más, año menos. Ese submarino
hundido en el océano más secreto de todos los océanos
seguro que no funcionaba del todo bien, ni estaba bien pintado,
planteando, una vez más, el espinoso asunto de la relación
entre fondo y forma, como ha demostrado el presidente Putin al aparentar
una cierta despreocupación por un aparato que no sirvió
para ganar la Guerra Fría y que está a cargo, ¡uno
más!, del presupuesto general del Estado.
Me parece que la primera película sonora dedicada al drama
de los submarinos fatalmente hundidos hacía referencia a
un submarino rusozarista bombardeado durante la guerra ruso-japonesa,
obligados el protagonista y la protagonista a ahogarse abrazados,
desde el supuesto de que el amor sea más poderoso que la
asfixia. Ahora este submarino se ha hundido al tiempo que la Iglesia
Ortodoxa Rusa santifica al zar Nicolás y a su familia, en
un caso de santificación sospechosa porque a lo largo de
la historia pocos jerarcas como este zar y esta zarina demostraron
tan fehacientemente que bordeaban límites de cretinez y estulticia
difícilmente soportables incluso por los cerebros más
monárquicos y cristiano-ortodoxos de este mundo. No merecieron
ser asesinados por su crueldad, indiferencia y estupidez gobernante,
pero tampoco se entiende que los santifiquen sólo porque
la reconstrucción de las teocracias necesitan santos y beatos,
vengan de donde vengan.
Dudo que algún día santifiquen a los marinos hundidos
en este inoportuno submarino que no pudo ganar la III guerra mundial
ni serviría para ganar la de Chechenia, que además
ha puesto en entredicho el sentido nacional del zar Putin y las
ganas de la tecnología occidental de sacarle el submarino
del charco. Los muchachos ahogados entrarán en la fosa común
de un siglo que recupera a los dioses, los patronos y los reyes.
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