Por
Fernando DAddario
El Buena Vista Social Club, nombre de un luminoso boliche
habanero de los años 50, sigue alumbrando a todo aquel que lo invoque.
Desde que la exitosa sucesión disco-gira-película extendió
la marca por buena parte del mundo, sus máximas figuras, las medianas
y las pequeñas, ataron su flamante buena suerte (merecida, por
otra parte) al generoso carro triunfal que las guía. De este modo,
Compay Segundo se aseguró la pole position en la representatividad
del combo cubano, y de él para abajo los 18 integrantes de la troupe,
desperdigados, se dispusieron a cosechar las esquirlas del boom. Esta
noche, en el teatro Gran Rex, les toca el turno a Pío Leyva y Barbarito
Torres, dos músicos talentosos que ocuparon gustosos un segundo
lugar en la lista de prioridades promocionales. Para el show de hoy, la
difusión publicitaria intenta hacerles justicia, presentándolos
como figuras del Buena Vista Social Club. En una entrevista
concedida a Página/12 ambos coinciden en que más allá
de Buena Vista hay mucha música cubana que la gente puede disfrutar.
Ocurre que, del repertorio conocido por el público a partir del
disco producido por Ry Cooder (multiplatino y ganador de un Grammy), sólo
interpretarán Chan Chan y El cuarto de Tula.
El resto del set no será menos exquisito: abrevarán en guajiras,
guarachas, sones, danzones y boleros extraídos de aquella Cuba
de los años 40 y 50, ilusoria y fascinante culturalmente, a despecho
de las consideraciones políticas. Pío tiene 83 años
y es un viejito piola, pícaro y querible. Le dicen el montunero
de Cuba. A Barbarito, más joven (tiene 44 años) y
virtuoso ejecutante del laúd cubano (12 cuerdas, con un sonido
similar al tres), lo llaman el Jimmi Hendrix del laúd,
una denominación a la que el beneficiado no le otorga mayor importancia,
porque hace unos años me decían el Chuck Berry del
laúd. Pero soy Barbarito y nada más. Lo que pasa es que
la gente del rock no está acostumbrada a este instrumento y busca
hacer un paralelo con los guitarristas. Barbarito se reconoce como
el hijo malcriado de Pío, de Compay y de Ibrahim, porque
me conocen desde chiquito. Y ahora son ellos los que parecen niños.
Pío, que conoció el Carneggie Hall de Nueva York a los 80,
dice que desde muy joven me imaginé que algún día
iba a viajar a Nueva York. Miraba las películas y pensaba que alguna
vez estaría allí. Lo que nunca pensé es que con Barbarito
iría cinco veces seguidas. Eso ya es bastante. También
conoció a Fidel, pero cuando recién había triunfado
la revolución. El vino a una asamblea de la sociedad de autores.
Pero después ya no tuvimos contacto. El estuvo en su política
y yo en mi música.
¿En qué cambió la vida para ustedes?
B.T.: En que tenemos más trabajo. Todo el mundo quiere vernos
tocar, y parece que deberíamos tener mayores responsabilidades,
pero como la personalidad nuestra sigue siendo la misma, no hemos cambiado
nada. Han cambiado los demás con nosotros.
P.L.: Para mí ha mejorado la economía, y adonde voy
siempre hay alguien que se me acerca. Y también cambié el
ron, que me estaba cayendo pesado, por el whisky, que ahora he descubierto
que me ha asentado bien. Haber aprendido a tomar whisky es un triunfo
más de mi vida. Y en España y en Francia me han dado muy
buenos vinos, y lo mismo me han dicho de los de Argentina, que creo que
pueden ser tan ricos como los chilenos. Pero todo lo demás sigue
igual, sigo fumando mis habanos, desde los 12 años.
¿Dónde radica el encanto de esa música?
B.T.: Ry me explicaba que ese sonido de los años 40 era ideal
para poner en la computadora, llegar a casa, tirarse en el sofá,
tomarse una copita, y quitarse los zapatos. Para nosotros la música
es una cosa, y para la gente es otra. Nosotros hacemos la música
que hicimos siempre.
Pío, ¿qué dicen sus hijos, sus nietos, de este
momento de su carrera?
P.L.: Mi hija es también como mi madre, porque me cuida y
me maneja los números. Y no sólo tengo nietos, sino también
bisnietos. A uno legusta la música, así que intentará
encaminarlo para que escuche a los buenos soneros. Con el otro no me hago
ilusiones. Le gustan sólo los deportes. En Cuba es así,
el que no sale músico, sale atleta.
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