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AUDIENCIA PUBLICA SOBRE EL ENDEUDAMIENTO EXTERNO EN EL CONGRESO
La deuda que no para de crecer

El cada vez mayor peso que tiene el pago de intereses, en un contexto de recesión, colocó en el centro de la discusión económica la deuda externa. La Comisión Bicameral Jubileo 2000 convocó a una audiencia pública para debatir el tema. Los invitados del radicalismo y del equipo económico pegaron el faltazo sin aviso. 


Por Claudio Scaletta y Claudio Zlotnik

t.gif (862 bytes) Con algunas faltas sin aviso, se realizó ayer la Audiencia Pública sobre Deuda Externa organizada por la Comisión Bicameral Jubileo 2000. La ausencia de representantes radicales quitó sustento bipartidista a la apertura. El FMI no envió representantes al panel que representaba a los organismos financieros internacionales. Y la presencia del ex ministro de Economía de la última dictadura militar, Roberto Alemann, fue repudiada. Fue el comienzo de un debate largamente demorado, que desde 1983, año del retorno a la democracia, el Congreso no había tomado como propio.
Los muchos y variados acreedores externos que tiene la Argentina no suelen mostrarse muy preocupados por las demandas contra la usura y los reclamos a favor de una nueva ética entre los dueños del dinero y endeudados. Sin embargo, el pedido de la Iglesia de condonación de la deuda externa, junto al carácter explosivo que adquirieron los pagos de los intereses en muchos países, consiguió que el tema vuelva a instalarse en el discurso político, aunque sin cuestionar fenómenos conexos como las transferencias al poder económico local y la fuga de capitales. 
La Comisión Bicameral Jubileo 2000, que preside el justicialista Mario Cafiero, es una de las expresiones locales que recogieron el guante de la propuesta papal, la que también cuenta entre sus seguidores al cegetista disidente Hugo Moyano. El ex candidato presidencial justicialista Eduardo Duhalde ya la había hecho suya en tiempos de campaña y en la apertura de la Audiencia Pública realizada ayer tuvo el marco adecuado para volver a explayarse. Al controvertido arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, le tocaron las consideraciones teológicos y a la barra, que despobló el Salón Azul del Senado ni bien finalizó la apertura para reaparecer luego con Moyano, le tocaron los �espontáneos� y prolongados aplausos. A medida que el público iba poniéndose de pie, desde algún micrófono alguien inició, también espontáneamente, las estrofas del Himno Nacional. Entonces, la emoción dio lugar a los brazos derechos extendidos con sus dedos en �V�. La presencia de Roberto Alemann, increpado como �responsable, ladrón y sinvergüenza� (el ex ministro de Economía de la dictadura permaneció impávido), fue una nueva ocasión para entonar las estrofas patrias. 
Se destacaron las siguientes exposiciones de los panelistas:

Eduardo Duhalde, presidente del PJ bonaerense.
�Deuda y usura�

�La deuda, la pobreza y la usura están estrechamente vinculados. Debe terminarse con el tabú que envuelve al tema. Es absolutamente injusto que mientras muchos países pagan intereses del 3 por ciento anual, Argentina pague hasta el 12. Incluso Uruguay paga 5 puntos menos que nuestro país. Me gustaría creer que cuando los líderes mundiales, como Bill Clinton, recogen el reclamo papal de humanizar la globalización, están diciendo la verdad. Hay que crear un nuevo fondo. No monetario, sino de garantía para el pago de la deuda. Esto permitirá que todos los países paguen la misma tasa de interés y así se evitará la usura. Lo que tendría que pagar Argentina si se eliminase la usura no sería problema.�

Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
�Pesada lápida�

�Desde tiempo atrás la Iglesia ha advertido acerca de la naturaleza perversa de la deuda internacional. Me refiero a la modificación unilateral de los intereses aplicada por los acreedores, medida viciosa que engendró otros males gravísimos. Los intereses que paga nuestro Estado Nacional por ese concepto alcanzan el 18,8 por ciento del presupuesto. Es sugestivo que los perdones recaídos sobre los deudores pobrísimos llegaron cuando ya no podían seguir pagando. Una pesada lápida amenaza caer sobre nosotros sepultando nuestro propósito de construir una nación justa, libre y soberana. Ya puede adivinarse la inscripción mortuoria: Aquí yace la República Argentina. Vivió pagando, murió debiendo.�

Ariel Fiszbein, del Banco Mundial
�Estamos atentos�

�En sus últimas iniciativas para los países pobres altamente endeudados, el Banco ha proyectado paquetes que no están sólo orientados a la reducción de deudas contra el aumento de los gastos en salud y educación. Ahora también se exigen indicadores de reducción de la pobreza. Es decir que nuestros planes actuales no son sólo de ideas sino que estamos muy atentos a los resultados concretos. Sin embargo los resultados que hemos alcanzado con nuestros programas no deben llevarnos al exitismo. Debemos ser prudentes. En otro aspecto, es bueno recordar que el endeudamiento argentino con los organismos financieros internacionales no supera el 20 por ciento del total.�

Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz
�Falta coraje�

�Me duele mucho que los diputados y senadores no hayan tratado el tema de la deuda externa con coraje, ya que tiene que ver con el mismo proyecto de muerte que instrumentaron los militares. Considero que la deuda externa es indebida e impagable, aun cuando puede afirmarse que ya ha sido pagada con creces. Por tal motivo, propongo tres medidas. 1) Que el Congreso lleve a cabo una auditoría pública de la deuda para saber cuánto se debe, a quiénes y por qué. 2) Que se suspenda el pago de los servicios de la deuda hasta tanto sea establecida su legitimidad. 3) Que se apruebe e instrumente el proyecto de ley referido a la solicitud de una opinión consultiva a la Corte Internacional de Justicia de La Haya. No será fácil. Hacen falta decisión y coraje.�

Roberto Alemann, ex ministro de Economía
�Vulnerables�

�Para que la deuda externa no siga aumentando hay que equilibrar las cuentas públicas. De esa manera, bajaría la tasa de interés a la cual el Gobierno debe refinanciarla. Esa sería la verdadera solución al crecimiento de la deuda. Porque, justamente, el principal problema de la Argentina fue que siempre convivió con déficit fiscal, por lo que los acreedores tuvieron la sospecha de la insolvencia soberana. A diferencia de otros países, Argentina es más vulnerable porque la mayor parte de su deuda está en poder de inversores extranjeros. Para que esto no ocurra, habría que buscar la manera para que los títulos estén en un futuro en manos de financistas locales.�

Eric Calcagno, economista
�Cambiar el modelo�

�El endeudamiento es el combustible necesario para que funcione la Convertibilidad. El problema de fondo se resolvería cambiando el actual modelo neoliberal, y no veo motivos para desechar esta posibilidad: ¿cuántas veces ya hemos cambiado de rumbo? La deuda externa hay que renegociarla, y es errado pensar en que la salida será eminentemente económica. Su origen fue político, y ya no vale el argumento de que su discusión traería aparejada una crisis financiera internacional. Los bancos internacionales poseen apenas el 0,2 por ciento de sus activos invertidos en bonos de países emergentes.�

Hugo Moyano, titular de la CGT disidente
�No nacimos esclavos�

�Existe la necesidad de instalar un debate sobre la deuda porque son los desempleados quienes la pagan. Lo que es ilegal y fraudulento no hay que pagarlo. De lo contrario, pasa como con el indulto: los militares son culpables, pero están en libertad. Tenemos que recuperar el coraje y la independencia económica, aunque el enunciado suene antiguo. Escuchamos que nuestro país está insertado en el contexto mundial. Y yo me pregunto: ¿insertado o ensartado? A Alan García lo destruyeron por declarar la moratoria. A Alfonsín también, por intentar imponer una economía con más protección. Esos son los castigos de los centros financieros internacionales. Pero los argentinos no nacimos para ser esclavos.�

 

 

Los acreedores que ya nadie ve

Por Raúl Dellatorre
La década del 90 fue generosa con los acreedores. La deuda externa se triplicó en el período, y no precisamente porque el país haya hecho un ambicioso esfuerzo de inversión productiva, ni para compensar, como quiere presentarlo la mitología neoliberal, los desequilibrios fiscales. Si hubo dilapidación de recursos oficiales fue, justamente, en transferencias a favor del capital concentrado: el mismo que, al final de la década, pasó a ser actor principal en el elenco de acreedores. 
Ya no es el renombrado �club de acreedores� de la década del 80, con el Citibank y el Chase Manhattan a la cabeza, el �malo� de la película, que concentraba el 70 por ciento de las acreencias externas. Tampoco son los tan mentados organismos internacionales, como el Banco Mundial y el FMI, los principales tenedores de los títulos de deuda, aunque cumplan a la perfección su papel de orientadores de políticas y aplicadores de imposiciones en el país deudor. Los acreedores son los innominados poseedores de �bonos�, que representan casi el 70 por ciento de la deuda del sector público no financiero. 
Hay fundadas sospechas de que buena parte de esos papeles están en manos de capitales privados locales fugados al exterior en la última década. Y provendrían de la venta de activos radicados en el país a empresas extranjeras, que raramente tuvieron por contrapartida una reinversión en otras actividades productivas en territorio nacional. Un ejemplo de ello es la cesión de participaciones en empresas privatizadas de grupos locales a consorcios extranjeros.
La deuda externa total al 31 de diciembre último, según la estimación oficial, ascendía a 144.657 millones de dólares, de los cuales 84.805 millones correspondían al sector público. Mientras el Estado renunciaba a parte de los aportes previsionales creando un sistema privado, las AFJP se convertían en el principal acreedor local por la tenencia de títulos y bonos de la deuda. Mientras contrataba obra pública por la cual pagaba hasta cuatro veces su valor real, los beneficiarios de los contratos fugaban al exterior sus capitales agrandando el agujero de la balanza de pagos. El mismo efecto tienen las utilidades giradas al exterior por los concesionarios de servicios públicos, que adquirieron las empresas públicas pagando con subvaluados bonos de la deuda de entonces. Las sobretasas pagadas en cada refinanciación de deuda, año tras año, hicieron el resto.

 

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