Por Claudio Scaletta y Claudio Zlotnik Con algunas faltas sin aviso, se realizó ayer la Audiencia Pública sobre Deuda Externa organizada por la Comisión Bicameral Jubileo 2000. La ausencia de representantes radicales quitó sustento bipartidista a la apertura. El FMI no envió representantes al panel que representaba a los organismos financieros internacionales. Y la presencia del ex ministro de Economía de la última dictadura militar, Roberto Alemann, fue repudiada. Fue el comienzo de un debate largamente demorado, que desde 1983, año del retorno a la democracia, el Congreso no había tomado como propio. �La deuda, la pobreza y la usura están estrechamente vinculados. Debe terminarse con el tabú que envuelve al tema. Es absolutamente injusto que mientras muchos países pagan intereses del 3 por ciento anual, Argentina pague hasta el 12. Incluso Uruguay paga 5 puntos menos que nuestro país. Me gustaría creer que cuando los líderes mundiales, como Bill Clinton, recogen el reclamo papal de humanizar la globalización, están diciendo la verdad. Hay que crear un nuevo fondo. No monetario, sino de garantía para el pago de la deuda. Esto permitirá que todos los países paguen la misma tasa de interés y así se evitará la usura. Lo que tendría que pagar Argentina si se eliminase la usura no sería problema.� �Desde tiempo atrás la Iglesia ha advertido acerca de la naturaleza perversa de la deuda internacional. Me refiero a la modificación unilateral de los intereses aplicada por los acreedores, medida viciosa que engendró otros males gravísimos. Los intereses que paga nuestro Estado Nacional por ese concepto alcanzan el 18,8 por ciento del presupuesto. Es sugestivo que los perdones recaídos sobre los deudores pobrísimos llegaron cuando ya no podían seguir pagando. Una pesada lápida amenaza caer sobre nosotros sepultando nuestro propósito de construir una nación justa, libre y soberana. Ya puede adivinarse la inscripción mortuoria: Aquí yace la República Argentina. Vivió pagando, murió debiendo.� �En sus últimas iniciativas para los países pobres altamente endeudados, el Banco ha proyectado paquetes que no están sólo orientados a la reducción de deudas contra el aumento de los gastos en salud y educación. Ahora también se exigen indicadores de reducción de la pobreza. Es decir que nuestros planes actuales no son sólo de ideas sino que estamos muy atentos a los resultados concretos. Sin embargo los resultados que hemos alcanzado con nuestros programas no deben llevarnos al exitismo. Debemos ser prudentes. En otro aspecto, es bueno recordar que el endeudamiento argentino con los organismos financieros internacionales no supera el 20 por ciento del total.� �Me duele mucho que los diputados y senadores no hayan tratado el tema de la deuda externa con coraje, ya que tiene que ver con el mismo proyecto de muerte que instrumentaron los militares. Considero que la deuda externa es indebida e impagable, aun cuando puede afirmarse que ya ha sido pagada con creces. Por tal motivo, propongo tres medidas. 1) Que el Congreso lleve a cabo una auditoría pública de la deuda para saber cuánto se debe, a quiénes y por qué. 2) Que se suspenda el pago de los servicios de la deuda hasta tanto sea establecida su legitimidad. 3) Que se apruebe e instrumente el proyecto de ley referido a la solicitud de una opinión consultiva a la Corte Internacional de Justicia de La Haya. No será fácil. Hacen falta decisión y coraje.� �Para que la deuda externa no siga aumentando hay que equilibrar las cuentas públicas. De esa manera, bajaría la tasa de interés a la cual el Gobierno debe refinanciarla. Esa sería la verdadera solución al crecimiento de la deuda. Porque, justamente, el principal problema de la Argentina fue que siempre convivió con déficit fiscal, por lo que los acreedores tuvieron la sospecha de la insolvencia soberana. A diferencia de otros países, Argentina es más vulnerable porque la mayor parte de su deuda está en poder de inversores extranjeros. Para que esto no ocurra, habría que buscar la manera para que los títulos estén en un futuro en manos de financistas locales.� �El endeudamiento es el combustible necesario para que funcione la Convertibilidad. El problema de fondo se resolvería cambiando el actual modelo neoliberal, y no veo motivos para desechar esta posibilidad: ¿cuántas veces ya hemos cambiado de rumbo? La deuda externa hay que renegociarla, y es errado pensar en que la salida será eminentemente económica. Su origen fue político, y ya no vale el argumento de que su discusión traería aparejada una crisis financiera internacional. Los bancos internacionales poseen apenas el 0,2 por ciento de sus activos invertidos en bonos de países emergentes.� �Existe la necesidad de instalar un debate sobre la deuda porque son los desempleados quienes la pagan. Lo que es ilegal y fraudulento no hay que pagarlo. De lo contrario, pasa como con el indulto: los militares son culpables, pero están en libertad. Tenemos que recuperar el coraje y la independencia económica, aunque el enunciado suene antiguo. Escuchamos que nuestro país está insertado en el contexto mundial. Y yo me pregunto: ¿insertado o ensartado? A Alan García lo destruyeron por declarar la moratoria. A Alfonsín también, por intentar imponer una economía con más protección. Esos son los castigos de los centros financieros internacionales. Pero los argentinos no nacimos para ser esclavos.�
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