Al mediodía, Ludmila tomó aire, se calzó fuerte su gorro de gamuza y atravesó la turba de fotógrafos que la esperaba frente al Hospital Argerich. Buscaban capturar el milagro: la cara de esa chica de 24 años curada de pronto, y sin trasplante, de una hepatitis fulminante. A Ludmila Celeste Bagnato le habían dado 24 horas de vida si no aparecía un órgano para reemplazar su hígado. Lo esperó en coma hasta que no lo esperó más: su propio hígado empezó a escaparle a la posibilidad de quedar entre el 90 por ciento de los muertos arrastrados por esa enfermedad. Y escapó. Afuera, entre la gente, se habló de milagro. Adentro, entre los médicos, Ludmila es parte del 10 o el 15 por ciento de los que escapan de la hepatitis fulminante. Página/12 habló con dos especialistas sobre un caso en el que las condiciones clínicas, técnicas y psicológicas aparecen como germen de un encanto no tan mágico. Hubo una conferencia de prensa ayer a la mañana, antes de la despedida de Ludmila. Allí, la directora del Argerich, Nora Rébora, ubicó el caso entre las excepciones: �De un total de 70 pacientes con patologías de hepatitis fulminantes contados desde 1996, 12 se recuperaron y de ellas nueve eran virales, igual que éste�. Diez días atrás, la familia de Ludmila dejaba Río Grande en Tierra del Fuego para internarse en el Argerich. La chica llegó en estado de coma, afectada �según el diagnóstico� por una hepatitis viral fulminante. La recuperación, para los médicos, sólo era posible con un trasplante que no podría demorar más de 48 horas. Ludmila quedó incorporada así al primer lugar de la lista de emergencia del Incucai. Dentro del equipo médico del hospital apareció, entonces, la primera sorpresa: aún no habían pasado 48 horas cuando reaparecieron los síntomas de coagulación en el hígado, función hasta allí paralizada por los virus. La explicación espontánea fue la del milagro. No era posible, se dijo, la reversión de un caso de esta gravedad. Pero los médicos desde adentro y fuera del Argerich impusieron, más tarde, su propio veredicto, más material que metafísico. �Esta resolución se da cuando técnicamente se le ofrece al paciente la oportunidad de tratarse�, dijo a Página/12 Armando Arata, director de Trasplantes del Argerich. Ludmila tenía a disposición, dijo, el catéter que permitía mediciones constantes de presión sobre el cerebro, además de cuidados con respirador y monitoreos permanentes. Estas condiciones técnicas aparecen como esenciales �explicó� para revertir el proceso. De todos modos, aclaró Arata, no son determinantes: �Confluyen varios factores: los recursos, la edad, las ganas de seguir peleando y por qué no la mano de Dios�. Cuando debe explicar qué fue lo que provocó el giro, el especialista recoge sus argumentos entre datos científicos: �Es cierto que es un caso particular, que no se da con tanta frecuencia. El hígado tuvo una destrucción de la célula hepática por la invasión viral y aquí fue determinante la buena respuesta inmunológica�. Esa respuesta para Arata es natural porque �siempre se da la lucha �termina�: y acá la batalla fue ganada por lo inmunológico�. Los datos manejados por Gustavo Podestá, director de Trasplante Hepático de la Fundación Favaloro, coinciden. Para Podestá, sobre 100 casos de hepatitis fulminante, entre un 10 y un 15 por ciento se componen espontáneamente. �Por eso, este caso no es ningún milagro �dice�: la mortalidad entre quienes llegan a los grados fulminantes está entre el 80 y el 90 por ciento. El vector es el cerebro: el paciente no se muere por hepatitis sino por complicaciones cerebrales�. Ludmila ya escapó de las estadísticas y en los próximos días volverá a Tierra del Fuego. Pero su tratamiento no concluyó: deberá seguir durante dos meses con los controles que verifiquen la marcha de sus defensas.
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