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Los tres tangueros brindaron un mal
concierto y un buen �acontecimiento�

Daniel Barenboim se dio el gusto de tocar tango en su ciudad natal. Junto a Mederos y Console, dio un recital honesto y sin imposturas. Faltó, como no podía ser de otra manera, la �roña� necesaria.


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) ¿Es posible imaginarse a Louis Armstrong tocando la trompeta con el sonido de Maurice André? ¿O a una partida de cazadores atravesando el campo en una limousine Lincoln Continental? Algo así es lo que provoca el permanente desarreglo entre Daniel Barenboim y el tango. No es que toque mal, obviamente. Ni siquiera que desconozca totalmente el estilo. Simplemente hay una especie de exceso constante: demasiado sonido, demasiada sobreactuación de los matices y demasiado autoengolosinamiento con las sutilezas en los ataques. Si fuera factible olvidarse que se trata de tango, podría decirse que la música que producen Daniel Barenboim, Rodolfo Mederos y Héctor Console es excelente. Y tal vez eso sea factible en Alemania o en París. Pero, por cierto, no en Buenos Aires.
Un Teatro Gran Rex lleno, propenso al festejo y ávido de espectacularidad, ovacionó largamente a cada uno de los tres músicos, juntos y por separado. En realidad, la reunión que nació hace cinco años cuando, en el medio de un cocktail en la embajada alemana a Barenboim se le ocurrió preguntarse �¿y si tocara tangos?� delante de los empresarios de su sello discográfico, corresponde mucho más a la dinámica del show o, más precisamente, a lo que el mercado define como acontecimiento, que a lo artístico. De ahí que sea difícil juzgarlo. Porque, como acontecimiento, la presentación en vivo de aquel disco mediocre grabado en 1995 fue exitosa. Estaban las modelos, actores y personajes de la seudocultura porteña que deben estar para que un acontecimiento sea exitoso. Estuvieron los bravos y aplausos que rubrican el éxito y, sobre todo, estuvo la cantidad de gente necesaria para que pueda hablarse de triunfo. 
Si de lo que se trata, en cambio, es de precisar méritos artísticos la situación fue bien distinta. �Estando el Maestro Horacio Salgán en la sala, uno se pregunta, un poco en serio, sólo un poco, para qué hacer esto�, se preguntó públicamente Daniel Barenboim después de una deslucida versión de �A Fuego Lento�. Y la pregunta debería haber sido totalmente en serio. No es irrelevante, en todo caso, inquirir sobre el porqué de que un excelente pianista clásico haga algo que está lejos de dominar. Los músicos de tango suelen hablar de �roña� y efectivamente era roña lo que faltaba en ese piano de toques inmaculadamente limpios. Como una versión aún más amanerada (si tal cosa fuera posible) de Osmar Maderna, Barenboim tocó bien el piano y tocó mal el tango. 
Mederos y Console pusieron en la parrilla todo lo que tenían. Lo curioso es que, cuando Mederos tocó solo, fue saludado por la estruendosa aclamación de un público que, casi con seguridad, jamás iría a escucharlo si tocara con su grupo. De lo que se trataba no era de escuchar buen tango. Más bien, era una de esas típicas situaciones en que cierto público considera que hay que ir. Entre las virtudes debe señalarse la honestidad de Barenboim, su falta de impostura y la actitud de respeto hacia los otros músicos que puso en evidencia sobre el escenario.

 

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