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panorama politico
Por J. M. Pasquini Durán

...Echale agua

Atravesando a pie la densa bruma del descontento generalizado, el Gobierno estaba pasando por uno de sus peores momentos cuando el vicepresidente Carlos Alvarez volvió a ser Chacho, el joven líder político dispuesto a jugar fuerte para desarticular a la corrupción y fomentar nuevas maneras de hacer política. Con el estilo y las convicciones que en una década lo llevaron desde el llano hasta la cima republicana, arremetió contra posibles sobornos a miembros del Senado, uno de los arcaicos santuarios de la política tradicional, dominado por la oposición y que Alvarez preside por mandato constitucional. En pocos días logró colocar el asunto al tope de la agenda pública, atrajo la máxima atención de los medios masivos de difusión que hasta se olvidaron de Shakira y, por primera vez en el año, hizo coincidir una gestión del gobierno con el sentimiento popular que repudia la impunidad. 
En el balance provisional de la movida, también hay que contar el rédito personal y partidario. Después de decepcionar a los propios poniendo la cara para defender algunas de las medidas impopulares de la administración aliancista, de sucesivos actos de lealtad con el presidente Fernando de la Rúa que desdibujaban su imagen personal, y de permitir que el Frepaso flameara en flecos sueltos que, al impulso de vientos cruzados, deshacían la urdimbre de aquella pujante novedad política, de un golpe recuperó la identidad propia y reavivó las expectativas de sus seguidores. El tiempo, con los plazos cortos del actual vértigo de época, medirá el alcance de la recuperación y responderá a los que hoy piensan que todo puede ser apenas una puesta en escena, un golpe de efecto o el mero resultado de manipulaciones por apetitos privados en las internas partidarias, sobre todo en una Cámara que tiene final a plazo fijo y cada uno de sus miembros puso en juego su suerte futura.
Las relaciones del Senado con Alvarez fueron siempre ásperas. Radicales y peronistas preferían entenderse entre ellos, sin su intermediación, y trataban, cada cual por su lado, de transitar puentes que marginaran a su director constitucional, poniéndolos en diálogo directo con el presidente de la Nación, al que reconocían como �un hombre de esta casa�. A De la Rúa acudieron en busca de paños tibios cuando comenzó a emerger el actual escándalo de los �favores personales� y encontraron palabras de comprensión, aunque sin compromisos cerrados, como les pasa a casi todos los que acuden a la vera del sillón de Rivadavia. Kennedy solía decir que un presidente siempre debe pensar en dos alternativas opuestas al mismo tiempo y dejar que el azar de la victoria decida cuál será la favorita. 
Por temperamento personal y, en este caso, por derecho legal, el vicepresidente nacional no es de los que dejan que los otros olviden su autoridad. Nombró a un director administrativo de su confianza y comenzó a revisar los gastos de la Cámara alta, publicó en Internet para el conocimiento público la nómina completa de los empleados que cobraban de ese presupuesto y acusó la existencia de centenares de ñoquis, irritando a propios y extraños aunque más no sea porque estos asuntos solían manejarse en sordina, sin ventilarlos a la vista de todos. Chacho siempre siguió con atención el proceso llamado de �mani pulite� en Italia, que implotó a los partidos tradicionales, dando lugar a nuevas coaliciones, a partir de la decisión de un puñado de fiscales y políticos, coetáneos suyos como Massimo D�Alemma, que aun a riesgo de la anarquía del sistema embistieron contra la corrupción generalizada en los poderes del Estado.
En el caso argentino, por ahora no apareció una brigada judicial con el mismo ánimo de ese medio centenar de fiscales y jueces italianos. Por otra parte, si el refrán tiene razón, que �entre bueyes no hay cornadas�, hay motivos para dudar sobre la eficacia investigativa de las comisiones senatoriales. Aunque en su origen remoto el Senado se proyectó �como unsistema de investigación nacional de la conducta de los hombres públicos�, según lo recuerda Natalio Botana, hombre de consulta del Presidente, en El orden conservador, no es el caso del cuerpo criollo. A costa de acumular desprestigio, sobrevivió a muchos escándalos en la historia, incluso el asesinato en el recinto de Enzo Bordabehere, que recibió la bala destinada a Lisandro de la Torre. Así es que el mayor riesgo de hoy en día es que toda la causa naufrague por falta de evidencia suficiente y, en ese caso, la opinión ciudadana, que no está dispuesta a creer en otra cosa que la confirmación de los sobornos, se alejará más todavía de la política. Ese espacio vacío quedará disponible para cualquiera de las peores demagogias.
Si todo quede igual también afectará el destino de Chacho y de la fuerza que representa. Esto alegrará a los espíritus tradicionales de la UCR que siempre recibieron a disgusto la compañía del Frepaso y a todos los conservadores que desde el nacimiento de la Alianza tratan de separar a las franjas progresistas de la coalición. Entre éstos, a la inversa, hay algunos que aguardan el divorcio como una oportunidad para seguir construyendo una fuerza independiente, sin tácticas forzadas ni conciliaciones de conveniencia. También los hay que desde ya están preparando los bártulos para correrse al territorio presidencial, porque consideran que es el de mínimo riesgo. Los que siguen de cerca esas evoluciones intestinas murmuraban desde hace tiempo que el ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, estaba al lado de Alvarez después de abandonar a Bordón, pero siempre en tránsito hacia otro lugar. Esos mismos rumores consideraban a la ley de Reforma Laboral como la ofrenda del ministro para que se le abrieran las puertas de la confianza presidencial. Vaya a saber uno si la clave de Sésamo tiene precio. Con agudeza, se ha dicho del ministro que �aspira a ser consejero del Príncipe, a servirlo en la conquista, preservación y enriquecimiento del trono. El drama que recorre su breve biografía ha sido, pues, el de la Bella Durmiente: encontrar a su Príncipe. ¿A quién servir?� (La Nación, 21/02/00). 
Las lenguas largas de los conventillos partidarios ya andaban diciendo anteayer que Fernández Meijide se sentía más cerca de Flamarique que de ningún otro. En cambio, nadie ha puesto en duda, por el momento, las recíprocas lealtades entre Alvarez y el flamante jefe de la Ciudad, Aníbal Ibarra, como tampoco la asociación del vicepresidente con De la Rúa, aunque en el escándalo del Senado sus opiniones de partida estaban bifurcadas y a que entre los dos aparece Fernando de Santibañes, banquero de oficio y espía de ocasión, otro de los sospechados en diversas conjuras, contra el vicepresidente y el ministro de Economía y además en el Senado. En el peor de los casos, ninguno podrá negar que Alvarez acaba de darle una bocanada de oxígeno al Gobierno, a costa de arriesgar su pellejo, ganando tiempo y desviando la atención que desde hace meses estaba exclusivamente dedicada las angustias económicas. Habrá que ver si, en compensación, aumentará su influencia para que las resoluciones del conflicto social emparejen en el gobierno con las atenciones que ya se brindan hacia el �mercado� y el capital financiero. 
Por supuesto que el episodio legislativo puede distraer pero no resuelve los problemas de fondo que siguen angustiando a la mayoría de la población. El desempleo, la miseria, la recesión, las flaquezas del Estado, el abuso de las nuevas oligarquías volverán por sus fueros apenas atenúen los ruidos de las intrigas en palacio, y el Gobierno volverá a tener razones que la razón no entienda para proponer otro ajuste, si es que puede sin desgranarse. Aunque las malas noticias siguen siendo muchas, no hay que dejar pasar las pocas buenas, como el procesamiento de María Julia Alsogaray en la causa por enriquecimiento ilícito o la detención en México de otro torturador de la ESMA, requerido por el juez Garzón desde España. Aunque no avance más, esta vez tampoco cesará el ataque contra el método de la corrupción porque del éxito o el fracaso depende el porvenirde este país. Algo queda de todo esto: nada se consigue sin dar pelea. Más claro...


 

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