opinion
Por Mario Wainfeld
Si se permite aligerar con una ironía la
crónica de un escenario deprimente, la única buena noticia de esta semana es que el gobierno de Fernando de la Rúa es cualquier cosa menos aburrido. Rumores, anónimos que toman estado parlamentario y luego se difunden en revistas, una mezcla de interpelación y talk show que tuvo como actor estelar al Ministro de Trabajo Alberto Flamarique, los dimes y diretes del senador Antonio Cafiero, funcionarios desfilando por Tribunales, la Oficina Anticorrupción (OA) puesta en el brete de investigar a su propio gobierno... La adrenalina recorre al sistema político y a los medios contrastando con el clima de recesión y bronca que se palpa en la calle. Pocas cosas pueden tenerse por definitivas en un momento en que los políticos y las informaciones rebotan como bolitas de flipper y salen disparados a mayor velocidad y para cualquier lado. Quizá apenas un par:
El escándalo por presuntas coimas en el Senado no ha cesado, dejará secuelas de descrédito para toda la dirigencia política y no será el único que se discutirá en los próximos meses.
El escenario ha cambiado irremisiblemente y ya nada será igual a lo que ocurría a principios de mes. El cambio más relevante es el fin de la luna de miel entre el Presidente, el radical Fernando de la Rúa y su vice, el frepasista Carlos Chacho Alvarez. Si deriva en la continuidad de una relación perdurable con nuevas reglas o en una ruptura es, hasta ahora, un enigma que tal vez no sepan contestar ni ellos mismos. La única certeza es que nada será igual a esos primeros ocho meses en los que Alvarez fue, lejos, el principal espadachín público y mediático del Presidente. En estos días ese rol derivó a otras manos: las del vocero presidencial Darío Lopérfido y las de Flamarique quienes �digan lo que digan en voz alta� confrontaron objetivamente con el discurso y las acciones de Alvarez, el único aliancista �en el terreno de los hechos� dispuesto a mantener el foco sobre el escándalo.
Dos mosqueteros diferentes
Lopérfido y Chacho protagonizaron una escena por demás ilustrativa que no mucha gente vio: la conferencia de prensa ulterior a la reunión de Gabinete del martes, cabal dramatización de la escisión de posturas entre el presidente (representado por Lopérfido) y el vice. Sentados uno al lado del otro, casi sin mirarse, hicieron un esfuerzo (coronado por el fracaso) para no contradecirse prodigando al tiempo dos versiones sobre un mismo hecho. La de Lopérfido es la historia oficial de este gobierno: la Alianza es insospechable por definición y todo el peronismo, corrupto y desprestigiado. Lopérfido acudió al recurso de contraponer las imágenes del Presidente y la de algunos senadores del PJ. El discurso (del vocero) presidencial, como cuadra a un mensaje publicitario, estiliza la realidad sin dar cuenta de datos políticos concretos. Por caso, de la reunión que tuvo dos semanas atrás De la Rúa a solas con lo más desprestigiado de esos senadores desprestigiados, de la que salió descalificando las sospechas sobre ellos. Sospechas que ahora creen ciertas �según lo revelan encuestas de los consultores del propio gobierno� más del 80 por ciento de los ciudadanos. Alvarez desgranaba muy otro relato: no el de un universo binario con la Alianza insospechada y el PJ depositario del mal sino el de una �clase política cuestionada� que involucraba a todos. Y su idea fuerza no era la de descalificar al adversario político sino la de escalar la instalación pública y mediática del tema, poniéndole el cuerpo a los litros de nafta que echa al fuego, de por sí sostenido. Cuando el vicepresidente habla de �Mani Pulite� o de la �punta del ovillo� sugiere que no está poniendo en la picota a un episodio tal vez grave, pero aislado sino a un todo más complejo, al modo de hacer política, a la relación entre el poder público y el dinero. Las coimas senatoriales serían un síntoma de una patología mucho más generalizada. Estirando apenas el razonamiento, el ovillo existe sí o sí, así este intrépido suceso no fuera realmente su punta.
Lopérfido y Flamarique postularon que el ovillo no existe. Flamarique lo hizo con más vigor, discurso más afinado y en una situación bastante más peliaguda. Le pidió permiso al Presidente y se mandó (sin dar cuenta a Alvarez) para dar su pelea, cuyo clímax fue encarar frontalmente a Cafiero. El resultado, a nivel de imagen, fue exitoso. El ex gobernador peronista rehuyó fundamentar sus denuncias y quedó deslucido. El resto del �debate� que se prolongó hasta la madrugada fue �por así expresarlo� peculiar, consistente en un intercambio de chicanas y estocadas entre dos bandos que (con la solitaria y titubeante excepción de Cafiero) profesaban el mismo credo: el Senado es impoluto, las coimas un invento de Cafiero y, por último, todo debe investigarse para que la verdad emerja triunfal sobre la maledicencia. Esto último es cabal, lo segundo es posible ma non troppo, lo primero frisa con lo inverosímil.
El ganador, a corto plazo, de ese debate filoautista fue Flamarique quien �al precio de un formidable dolor de cabeza y de retomar en la sesión el vicio del cigarrillo que había logrado dejar� recuperó la confianza y la buena onda presidencial. También logró dos gestos de acercamiento de quien es (hasta ahora) su jefe político: el líder del Frepaso con quien compartió un café a la salida del Senado y la mesa de conducción de su partido al día siguiente. El ministro de Trabajo interrumpió una cuarentena que le impuso Alvarez. Ahora reanudaron el diálogo, como es lógico entre dos políticos de raza que no resuelven sus conflictos mediante el silencio o la neurosis. Habrá que ver si recuperan los acuerdos profundos que tuvieron en los tres últimos años, lo que no depende apenas de la voluntad mutua de conversar, sino del rumbo que decida imprimir Alvarez al Frepaso. Si sigue siendo el de sostener contra viento y marea las políticas oficiales (como hiciera Chacho hasta hace poco y Flamarique el miércoles) les queda mucho por cabalgar. Si la decisión vicepresidencial es acentuar sus crecientes diferencias respecto del modo de hacer política de buena parte del radicalismo, en especial de la relación de la política con el dinero, tal vez sea peliagudo mantener la cercanía. Pasando de la generalidad a la imagen: la viabilidad de su vínculo es directamente proporcional al acercamiento de Chacho a la Realpolitik e inversa al de su apuesta a hacer �desde el Ejecutivo� un Mani Pulite criollo.
Eso es futurología en una realidad que cambia como un calidoscopio. De momento, Flamarique recibió las alabanzas del Presidente y dialogó con Alvarez, recuperando algo de la felicidad vivida en su hora más gloriosa: el 26 de abril cuando se votó la reforma Laboral en el senado. Triunfo que �recuerdan los memoriosos o los hurgadores de diarios viejos, por ejemplo Página/12 de dos días después� festejó esa misma noche en un restaurante Vasco Francés, compartiendo el arroz con mariscos con comensales que, bajo una nueva luz, es interesante recordar: Fernando de Santibañes, Darío Lopérfido, Antonio de la Rúa, Eduardo de la Rúa y Enrique Coti Nosiglia.
Un futuro impredecible
La investigación sobre las coimas ya está en la (por darle un nombre más convencional que preciso) Justicia, encarnada en el juez federal Carlos Liporaci. Uno de los de la servilleta, claro. También uno de los mencionados como menos confiables en un paper del gobierno aliancista dado a conocer por Página/12. De todas formas, aún para un magistrado más eficaz que Liporaci, sería bien difícil probar un presunto cohecho que -si sucedió� sucedió entre personas inteligentes y con agudo sentido de la autoconservación. Queda pendiente la pregunta formulada la semana anterior en esta misma columna que es saber si Cafiero (amén de custodiar sus espaldas políticas, ver solicitada de la página 5) dice algo más de lo que viene insinuando. En las últimas horas arrecian rumores acerca de Ramón Palito Ortega, quien también sabría �algo� y estaría dispuesto a contarlo. Si no surgiera algún dato de esas bocas calificadas es bien posible que la investigación naufrague.
La duda política es hasta dónde crecerá el distanciamiento que se produjo entre De la Rúa y Alvarez. Distanciamiento originado en un cambio copernicano de la actitud de Chacho que ha recuperado protagonismo y un �tono Frepaso� desconcertando al Presidente (según confiesan algunos de sus confidentes). También dejó alelada a casi toda la cúpula frepasista que, como suele ocurrir cuando su jefe cambia de rumbo, se anotició por TV.
Alvarez viene contestando en forma espectacular dos preguntas nacidas el mismo día en que aceptó ser vicepresidente, asegurando así la victoria electoral de la Alianza: si es posible tener algún perfil en ese cargo y cuál es el espacio del Frepaso en una coalición con el radicalismo, gobernando la Argentina con una cartilla económica neoliberal.
La primera incógnita la devela conservando altos niveles de protagonismo, ya como portavoz del gobierno, ya como su principal fiscal.
La segunda la respondió de un modo orgánico, sobreactuando su adhesión durante ocho meses. Ahora parece haber resuelto mostrar un perfil propio, al menos en lo que concierne a una agenda sobre su tema favorito, �las formas de hacer política�. Toda una agenda posible, un ovillo, del que las coimas serían sólo la punta. Por ejemplo:
La financiación de partidos y cuadros políticos por vía de sobresueldos, �ñoquis� y apoyos empresarios.
La relación del gobierno con determinados lobbies v.gr. los vinculados a la salud (que impulsaron la desregulación de Obras Sociales, resuelta en un decreto que Alvarez firmó), los ligados a comunicaciones (cuya cinchada al interior del gobierno es demasiado ostensible), la Cámara Argentina de la Construcción.
La posibilidad de tener una democracia de alta calidad con las mismas reglas de juego parlamentario existentes hoy y aquí (de las que se da una módica cuenta en las páginas 2 a 5 de este diario).
Los pocos que han podido dialogar con Alvarez en estas semanas de soledad y reacomodamiento saben que todos esos ítem integran una agenda que ronda su cabeza. Y que su relación con De la Rúa toca su tope más bajo. ¿Encarará esas y otras discusiones? ¿Puede mantenerse en el rol que tuvo en el último mes (en su ofensiva contra De Santibañes y en el affaire senatorial) sin poner en juego la propia existencia de la Alianza? ¿Estará tensando la cuerda a sabiendas de que tiene un límite? ¿O está dispuesto a saltar al vacío, fuera lo que fuera lo que eso signifique? En cualquier caso, está claro que ese tema, el futuro de (el Frepaso en) la Alianza es mucho más complejo e importante que el hedor que emana de las paredes del Honorable Senado de la Nación. Y mucho más espinoso que los días de la -terminada, irrecuperable� luna de miel.
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