Por
Pablo Vignone
La lluvia, fina y peluda, liquidaba el laburo húmedo de toda
la semana. Dos carretillas de arena se fueron tapando el enorme agujero
de barro que era el mediocampo. Huracán y Talleres, que llegaban
como punteros, debieron entender que, para resolver el compromiso, había
que jugar con la cabeza. La usaron. Así abrieron el marcador los
cordobeses, así empató el local en el descuento de la primera
mitad. Fue, en realidad, para lo único que la utilizaron. El resto
estuvo lejos de ser una función pretendidamente cerebral, y resultó
un pastiche de embarradas intenciones, en el cual Huracán estuvo
un cachitito más cerca nada más que por suma de situaciones,
pero al que la igualdad calificó más por ausencia de méritos
que por reparto igualitario.
Astudillo usó la testa con la complicidad de la zaga central quemera,
ausente en la jugada, y la estatura retacona de Martín Ríos,
que quedó pegado a la raya cuando el cabezazo del delantero cordobés
pasó erizándole el cabello, pegó en la parte inferior
del travesaño y entró. El resultado estaba justificado hasta
allí, porque el medio cordobés hacía mejor pie en
el lodazal que el desorientado Carrizo y su banda, y le aplicaba otra
practicidad al juego.
Como si le hubieran dado un coscorrón en el marote, al que mantenía
inactivo, Huracán reaccionó más a fuerza de empujón
que de célula gris. Porque los pelotazos a los que es tan afecto
el cuadro de Babington eran inútiles, balazos en el piso mojado
que se iban por el fondo, Casas tenía la cabeza en otra parte y
los centrales de Talleres, Galarza y Sotomayor, rechazaban pelotas, sandías,
melones o lo que cayera en el área.
Apelando a una fórmula que le ha dado mucho resultado en este Apertura
-ollazo desde la derecha al golpe de cabezazo, Huracán halló
el empate. Primero, una palomita de Graieb fue conjurada por Cuenca (que
terminó a los manotones con Moner) y luego, con un corner de Casas
y la conexión parietal del pelado Moner, llegó el gol. En
todos los partidos del Apertura, Huracán hizo al menos un tanto
con esa receta.
El agua dejó de caer en la segunda mitad, pero Astudillo (el mejor
atacante de Talleres) ya no estaba en la cancha y los cordobeses renunciaron
a la iniciativa: el pensamiento, puede decirse, fue mal dirigido desde
el punto de vista de la salud del encuentro. En el repaso (ya que no recuento),
el local tuvo la mejor chance del período, una combinación
Soto-Casas que Lucho González se perdió solo con Cuenca,
pero fue muy poco para reclamar la posesión de los tres puntos.
Quizás si hubieran puesto a Morquio y a Sotomayor a jugar un coca-cola
habría resultado más divertido. Huracán y Talleres
se jugaron todo a la cabeza, pero los premios los pagaron en alguna otra
cancha...
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