Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


KIOSCO12

SE TRIPLICARON LAS TORTURAS A CHICOS EN COMISARIAS DE BUENOS AIRES
De tal palo

La comisaría de San Isidro donde hace dos décadas fue torturado un ciudadano alemán por el actual jefe de la policía de Buenos Aires, es una de las 33 dependencias en las cuales desde la asunción de Rückauf y Solá se triplicaron las denuncias por torturas a chicos. Un estremecedor informe del asesor de menores de San Isidro describe la aplicación de puñetazos, patadas, rodillazos, cabezazos, culatazos, simulacros de fusilamiento, disparos de armas de fuego, amenazas de muerte y vejaciones sexuales a chicos detenidos. La característica común a todos los casos es que las víctimas provienen de hogares pobres.

El abuso contra los chicos detenidos sólo es posible gracias a la complicidad de los jueces y del poder político


Por Horacio Verbitsky

t.gif (862 bytes) Desde la asunción de la fórmula Carlos Rückauf-Felipe Solá se triplicaron las torturas a chicos en comisarías policiales de Buenos Aires. Así se desprende de un informe remitido a la Suprema Corte de Justicia provincial por el asesor de menores de San Isidro Carlos Eduardo Bigalli, quien comunicó a la Subsecretaría del Patronato de Menores su "profunda preocupación" por lo que está sucediendo en el departamento judicial de San Isidro. La semana pasada este diario publicó datos coincidentes, en casos de adultos detenidos en medio centenar de comisarías de cuatro partidos distintos del Gran Buenos Aires, en otro departamento judicial. Según esos datos, recopilados por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), uno de cada cinco detenidos es torturado. En letra bastardilla se reproducen algunos testimonios recogidos por Bigalli, transcriptos en primera persona, omitiendo los nombres de las víctimas y la identificación de las dependencias policiales.

Por un pan


"Estaba deambulando por la calle. En un momento decidí pedir algo para comer en una panadería. Me dieron pan y cuando salía aparece un móvil policial y me dan la voz de alto. Sentí el ruido típico de cuando se carga una [escopeta] Ithaka. Me dieron un fuerte golpe en el hombro, aparentemente con la culata del arma. Me ordenaron que me pusiera contra la pared. Me quitaron el pan y lo arrojaron al piso mojado por la lluvia. Me tomaron de los pelos mientras me pegaban rodillazos en la boca del estómago. Me metieron en forma violenta en el patrullero y me llevaron a la comisaría mientras me seguían pegando en distintas partes del cuerpo. En la comisaría aparecieron otros tres policías y me preguntaron por qué estaba. Cuando les contesté que sólo había ido a buscar pan a la panadería me siguieron pegando. Uno me hizo parar contra la pared y apoyar las manos. Se colocó detrás mío y simulaba mantener relaciones sexuales conmigo. Otro policía me llevó al baño de la seccional. Como no quería ir vinieron otros dos, me pusieron las manos detrás de la espalda y me llevaron pegándome. Me obligaron a arrodillarme. Los dos que lo ayudaron a llevarme se fueron y me quedé sólo con el primero. Se bajó los pantalones y los calzoncillos y me dijo: ¡Cuento hasta tres y abrí la boca!. Como yo no quería hacerlo me pegaba. Volvió a llamar a los otros y de nuevo me pusieron las manos detrás de la espalda mientras el que se había bajado las prendas me acercaba el pene a la cara. Como me seguía resistiendo, uno me pegó una patada en la nuca y me hizo apoyar la boca en el pene del policía".

Intuición policial


Bigalli presentó su informe el viernes 18. El viernes 25, en un reportaje concedido al matutino platense El Día, el virtual jefe de la policía de Buenos Aires, comisario mayor Eduardo Raúl Martínez dijo que había ofrecido su renuncia al ministro de Seguridad, comisario general (R) Ramón Oreste Verón, porque "intuyo que ahora puedo estar mirado con otros ojos. Intuyo que, por ejemplo, la madre de [Miguel] Bru puede llegar a decir ¡mirá el que está dirigiendo la policía! Intuyo que todos los que luchan por los derechos humanos pueden decir que el máximo referente de la policía es un torturador". Se refería a la investigación publicada aquí el domingo 20, sobre el procesamiento y la orden de detención dispuestos en su contra en abril de 1978 por las torturas a palos y con corriente eléctrica a un ciudadano alemán, en la comisaría 2ª de San Isidro. Esa dependencia es una de las treinta y tres mencionadas por el asesor de menores Bigalli como escenario del "incremento de denuncias de torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes, que se habrían infligido a personas menores de edad por parte de personal policial".

Tiros


1 "El policía que me detuvo me disparó con su arma de fuego a las piernas y no recibí ningún tipo de atención médica. Yo estaba detenido, tirado en el piso de tierra, boca abajo, con ambas manos sobre la nuca. De costado vi cómo se me acercaba el policía. Escuché un ruido y sentí un ardor en la pierna. Así me di cuenta que me habían disparado. Me dejaron un buen rato tirado en el piso con la pierna ensangrentada".
2 "En una esquina había dos chicos peleando y me paré a ver la pelea. Uno de civil me llamó por mi apodo y salí corriendo hasta meterme en una casa que tenía la puerta abierta. Me siguieron dos de civil gritándome ¡quedate ahí hijo de puta que te vamos a matar! Me agarraron, me tiraron al piso y caí de espaldas. Me dijeron que me la tenían jurada y que me iban a matar. Estaba boca arriba y me dispararon. Uno de los tiros me dio en el brazo derecho y otro en el abdomen. Tuve suerte de que no me mataran. Nunca se dieron a conocer como policías, pero me di cuenta cuando me pusieron las esposas y me dijeron que me llevaban a la comisaría. Cuando estaba esposado uno me puso el revólver en la nuca y gatilló, pero no salió el disparo. La dueña de casa gritó que no me mataran y no me pegaran. Entraron otros dos de civil y me subieron a una camioneta blanca, que no estaba identificada como policial. Cuando me trasladaban dijeron que me iban a pegar un tiro en la cabeza y que iban a poner un arma para simular que me quise escapar".
3 "Fuimos interceptados por un móvil policial del cual bajaron varios uniformados. Sin previo aviso abrieron fuego contra todos. Me tiraron a matar. En la ambulancia los policías me golpeaban. Cuando estaba tirado en la calle luego de ser herido un policía me dijo, ¡no te matamos, negro, porque hay gente!. Cuando me pegaron el tiro estaba en el piso, con las manos en la nuca y entregado a la autoridad. El resto de los chicos le pedía a los policías que no dispararan".

Tres por uno

En el informe a la doctora María Estela Testoni, a cargo de la subsecretaría del Patronato de Menores, el asesor Bigalli recuerda que en los dieciocho meses transcurridos entre julio de 1998 y diciembre de 1999 comunicó a la Corte provincial 129 denuncias de torturas, tratos crueles, inhumanos o degradantes a menores. Esto es, un promedio de 7,16 casos por mes. Añade que en los siete primeros meses de 2000, hasta el 31 de julio, las denuncias treparon a 159, es decir una media de 22,71 casos por mes, o un caso por día hábil. Es decir que las denuncias se triplicaron desde el cambio de gobierno en la provincia. El cuadro muestra cómo se distribuyen los casos denunciados:

Bigalli explica que "la característica común que poseen los niños víctimas de la violencia institucional es la de pertenecer a un hogar pobre. Como consecuencia de la perversa selectividad del sistema penal, las cárceles están pobladas de pobres y los institutos de menores por los hijos de los pobres. El Estado, salvo casos excepcionales vinculados al resultado de una puja de poder, encarcela sólo a aquellos que constantemente ha desatendido".

Maraca

"Al llegar a la comisaría uno de los oficiales me abrió las piernas con un golpe para palparme. Me golpeó con manotazos en las costillas y en la espalda y dijo que me pegaba todo lo que quería. Me sacaron un reloj y cincuenta pesos y no me los devolvieron. Cuando otro oficial me interrogó no supe darle la altura de la calle donde vivo, porque no tiene numeración. Se ofuscó y me dio un puñetazo en la cabeza. Me llevó a un pasillo, al fondo de la comisaría, por donde pasaban otros policías que me llamaban Maraca o Caco y me cacheteaban. Uno me aplastó la cabeza con un pie contra la pared. Mientras se burlaban me tiraron el contenido de un mate sobre el cuerpo, a propósito. Otro oficial que también me interrogó, cuando le dije que mi domicilio era sin número me dijo que no me hiciera el vivo y me pegó un cabezazo en la frente".

Satisfacción

Verón rechazó la renuncia de Martínez, mientras Rückauf se declaraba satisfecho por el desempeño del jefe policial y negaba que alguna vez hubiera sido procesado. Luego de tal desmentida en esta página se reprodujo el auto de procesamiento de Martínez, firmado por el entonces titular del juzgado en lo penal Nº 2 de San Isidro, Juan Carlos Dillon. Martínez reconoció haber indagado al ciudadano alemán y su firma está al pie del acta de la indagatoria. Frente a las fotos de 64 efectivos policiales, la víctima de las torturas señaló a Martínez como uno de los autores. Tres meses después el juez Dillon lo sobreseyó, aduciendo que Martínez no figuraba en la lista del personal de guardia aquella noche, que la picana eléctrica (cuya búsqueda encomendó a la misma policía) no había aparecido, y que otros presos en la comisaría dijeron no haber oído quejarse al ciudadano alemán. Sin embargo, el mismo juez consideró probadas las torturas por dos coincidentes peritajes médicos. Este diario también publicó un facsímil del dictamen del forense Héctor Campero quien certificó las lesiones provocadas por los golpes a palos y la electricidad en distintas partes del cuerpo de la víctima. El ciudadano alemán había sido acusado por su esposa por abuso deshonesto contra la hija de ambos, pero también fue sobreseído, debido a "la acreditación de los apremios a que fuera sometido", lo cual pone en duda incluso la utilidad investigativa de los castigos a detenidos.

Madre e hijo

"Mi hijo fue detenido cuando venía a visitarme al hospital donde estaba internada. Me contó que en la comisaría lo desnudaron y le pegaron, le intentaron hacer como que tenía porros, pero mi hijo les dijo que iba a buscar testigos de que no tenía nada. Además lo amenazaron con un cuchillo y le dijeron ¡por culpa de vos, hijo de puta, casi perdimos el trabajo nosotros!".
"Cuando iba a visitar a mi mamá que estaba internada me detuvieron, me pusieron contra la pared y me revisaron. Me hicieron abrir bien las piernas y me dijeron que me iban a poner porros, que después iban a traer dos testigos y me iban a poner un fierro como si fuera que me desacaté. Después me llevaron a la comisaría. Tenían una soga arriba de la mesa. Le hicieron un nudo en la punta que agrandaban y desagrandaban y me lo mostraban. Cuando terminaron de requisarme y me estaba vistiendo el policía me empujó y me pateó toda la ropa. Mientras me ponía la remera había un cuchillo contra la mesa. El policía lo agarró y amenazó con clavármelo haciendo todo el ademán. Cuando estaba por clavármelo lo dio vuelta y me golpeó con el mango. Después me pusieron de nuevo contra la pared y me pegaron en las costillas y me dejaron esposado en el patio de la comisaría. Cuando me llevaron al médico no le dije nada porque allí había otro oficial de la comisaría".

Nada inquietante

Cuando este diario consultó a Verón acerca del caso de Martínez, el ministro de Seguridad dijo que había estudiado su legajo y no había encontrado nada inquietante. Ante una pregunta específica sobre la causa de 1978, respondió que "es común que los delincuentes denuncien como argumento de defensa, por enemistad hacia el policía que los detuvo o por alguna cuestión personal". Esa sigue siendo la descalificación más usual de las denuncias a que acude la policía. Gustavo Palmieri, quien dirige el programa de Violencia Institucional y Seguridad Ciudadana del CELS refuta esa coartada: "Sólo uno de cada 10 o 15 casos de tortura es denunciado". El resto se reconstruye a partir de conversaciones confidenciales con los detenidos y con personal judicial o policial. Ante una pregunta sobre esa habitual excusa policial, Bigalli respondió que al menos en San Isidro las denuncias de torturas, tratos crueles, inhumanos o degradantes, no mejoran la situación procesal de los chicos. "La mayoría de ellas se efectúan en ocasión de la declaración indagatoria ante el tribunal y en tal acto la Asesoría les aconseja que se nieguen a declarar hasta tanto puedan hablar libremente con su defensor". Las denuncias tampoco podrían perseguir el propósito de obtener un traslado. Ya antes de declarar, los chicos han sido alojados en la comisaría de Victoria, la única del departamento judicial contra la cual no existe denuncia alguna de torturas. A raíz de las permanentes denuncias de Bigalli y a la actuación de la Cámara de Apelaciones y Garantías de San Isidro, esa es la única comisaría en la que actualmente se alojan chicos. Uno de los jueces de esa Cámara, Juan Carlos Fugaretta, fue el fiscal en la causa contra Martínez de 1978.

Una zanja

"Allanaron la casa de madrugada sin ningún tipo de orden judicial. Les dije que mi hijo no estaba pero me revolvieron toda la casa. A las cuatro de la mañana, cuando estaba en la puerta de la comisaría porque me habían requerido, escuché a mi hijo que bajaba del patrullero y me decía: ¡Mami, me están pegando. Mami, deciles que no me peguen!. A raíz de eso me descompuse y la policía me dejó ahí, tirada en el piso de la comisaría. Le había llevado ropa a la comisaría porque a mi hijo lo habían tirado a una zanja y estaba todo mojado. La policía dijo que la jueza había dispuesto que no podía cambiarse, por lo que pasó toda la noche empapado".

Instigadores, encubridores o cómplices


En plena dictadura militar, Martínez obtuvo un rápido sobreseimiento, como si las lesiones a la víctima comprobadas por los médicos pudieran atribuirse a obra del espíritu santo. Dos décadas después, el discurso de mano dura de políticos que buscan el voto de una población atemorizada por la inseguridad tiene como consecuencia directa el incremento de los castigos a detenidos. Jueces y gobernantes son así instigadores, encubridores o cómplices de la barbarie.


Torturas o apremios

Por H.V.

Una de las formas más habituales de condescendencia judicial con las prácticas brutales de la policía es la calificación de los delitos contra los detenidos. De ello depende que, aun probado el crimen, sus autores conserven la libertad. Un caso juzgado en La Plata ilustra la situación.
El día de la primavera de 1989 Shirley Zapata fue detenida mientras esperaba a su compañero, quien era investigado por la circulación de dólares falsos. Al ingresar a la comisaría 1ª fue revisada por el forense Eduardo Ibarlucía, quien no observó lesiones. Horas más tarde las policías femeninas que debían retirarla de allí testimoniaron que lloraba, padecía convulsiones y tenía marcas evidentes. Como temían que padeciera un infarto solicitaron una nueva revisión médica. El médico forense Ricardo Zufriategui comprobó entre 25 y 30 contusiones escoriativas, alteración de la arquitectura del hombro derecho con probable subluxación, dificultades para mantenerse de pie y caminar. Dictaminó que se habían producido entre cuatro y seis horas antes y ordenó que la internaran. La mujer identificó como responsables al oficial inspector Gerardo Domingo Sibilio, al oficial Alfredo Di Marzio, a los cabos Alberto Manuel Rueda y Adolfo Darío Vilches y a un subcomisario, todos de la policía provincial. La llevaron a una pieza de la comisaría que no se solía usar para recibir detenidos. La esposaron, le tiraron de los pelos, le orinaron en la cara, se pararon sobre sus pies descalzos, la golpearon con palos, trompadas en el vientre y en la cara hasta hacerle saltar una prótesis molar. Le dieron rodillazos en la espalda mientras tiraban de sus hombros hacia atrás, le colocaron una correa en el cuello que le dificultaba la respiración, una venda sobre los ojos y una bolsa de polietileno en la cabeza, y la amenazaron de muerte. Por último le mojaron los pies y dijeron "vamos a darle máquina", momento en que perdió el conocimiento.
El 3 de octubre el juez federal Manuel Blanco dictó la prisión preventiva de todos, menos del subcomisario, como autores de torturas, delito que el articulo 144 del Código Penal castiga con prisión de 8 a 25 años. El 16 de noviembre los camaristas Juan Manuel Garro y Leopoldo Schiffrin confirmaron la decisión pero además ordenaron investigar la responsabilidad de los subcomisarios José María Orlando y Juan Héctor Basualdo, quienes ordenaron el interrogatorio y, al menos uno de ellos, estuvo presente mientras ocurría. Cuatro años más tarde, Blanco condenó a los cuatro policías a ocho años y seis meses de prisión e inhabilitación absoluta y perpetua para ocupar empleos públicos. No fue tan severo con los superiores: las actuaciones contra Orlando y Basualdo que había ordenado la Cámara se perdieron, por lo que la Cámara ordenó sumariar al juez. Pero el delito ya había prescripto por lo que Orlando nunca fue procesado. Basualdo ya había muerto.
El 22 de agosto de 1995 la Cámara Federal de La Plata modificó la calificación y en vez de torturas consideró que habían infligido a Zapata severidades, vejaciones o apremios ilegales, delito que el artículo 144 bis del Código Penal castiga con prisión de 1 a 5 años. La pena se redujo entonces a dos años de prisión, que era el tiempo que ya todos los condenados habían pasado en la cárcel, por lo que quedaron en libertad. El autor del voto fue Alberto Ramón Durand, a cuyos fundamentos adhirió Jorge Jaime Hemmingsen. Durand mantiene una antigua odiosidad con el juez Blanco y, en cambio, es amigo de otro de los defensores, Fernando Burlando. Su curioso texto encomia el "ingenio y sagacidad" del defensor Carlos Alberto Mazaroni en "el meduloso y elogiable trabajo realizado".
El argumento central para considerar lo ocurrido como apremios y no como torturas fue que no se había comprobado el paso de corriente eléctrica, pese a que el propio Durán escribió que Zapata fue sometida a comportamientos "aberrantes y abominables", y considera probada "la gravedad de las lesiones físicas y psíquicas padecidas" mediante "acciones deshumanizadas tendientes a oprimir, agobiar y maltratar". Sólo el tercer juez, Carlos Alberto Nogueira insistió con la calificación anterior. Mencionó la Convención contra la Tortura, constitucionalizada en la reforma de 1994, según la cual tortura es "todo acto por el que se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sea físicos o mentales" con el fin de obtener una confesión". No sólo la electricidad sino "cualquier otro medio deleznable" puede servir para esa finalidad, por lo que es irrelevante "que se dude o se niegue el uso de la picana eléctrica".

 

PRINCIPAL