Los tres recambios que
el equipo económico sufrió el viernes tienen el gusto
de lo provisorio. La sensación es que sólo ha sido
la primera purga, y que la situación surgida tras la movida
es tanto o más inestable que la anterior a ella. Difícilmente
Javier Tizado concite el consenso industrial, ya que representa
a un conglomerado que nunca se ha movido sin dejar heridas, y no
sólo entre las multinacionales y las grandes empresas. En
cuanto a Energía y Minería, es un área demasiado
importante en la presente estructura productiva y comercial del
país como para quedar mucho tiempo en manos de alguien que,
como Débora Giorgi, fue depositada allí por un vendaval
en la interna del poder. En cuanto a Guillermo Busso en la Secretaría
Pyme, su futuro parece depender de la gravitación --hoy creciente--
del presidente del Banco Nación, Chrystian Colombo, pero
también del curso que siga la investigación de las
maniobras del Grupo Madanes con la provincia de Chubut, en las que
Busso jugó un papel clave.
De todas formas, la pregunta esencial es si José Luis Machinea
y su entorno pueden intentar a esta altura un nuevo rumbo después
de haberse jugado al ajuste ortodoxo y fracasado. Es verdad que
desde el otoño han venido emparchando su enfoque inicial
con otras iniciativas --paquete procompetitivo, shock de inversiones,
plan de obras públicas--, pero en todos esos casos algo les
faltó: dosis, coraje, eficacia, o todo junto. Ahora parecen
haber llegado a la conclusión de que cuando el problema es
que por malas expectativas no reacciona la demanda de consumo ni
la de inversión, es inútil apostar a las buenas señales
fiscales para provocar el ingreso de capitales. Que crezcan las
reservas y la oferta de moneda y de crédito no desarmaría
la trampa deflacionaria.
La nueva opción se aparta entonces de la concepción
ortodoxa y gira --no se sabe aún en qué medida-- hacia
un cierre parcial de la economía: encarecer las importaciones,
comprarle y hacer que le compren al proveedor local, excluir de
las licitaciones a postulantes que no operen en el país,
etcétera. Para lanzarse en esta dirección, no fácil
de compatibilizar con la convertibilidad, hace falta un combustible
político que este gabinete ya no parece tener. Al recambio
del viernes llegó con un notorio desgaste --ejemplo: la pelea
pública entre Miguel Bein y Débora Giorgi-- y generó
una erosión adicional --la bravuconada de Rodolfo Terragno
al nombrar a Daniel Montamat como asesor jefe fue una muestra elocuente--,
de modo que las posibilidades de éxito se reducen. A esto
hay que añadir un ambiente ideológico moldeado desde
hace una larga década por el discurso neoliberal.
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