Por
Fernando Ferreira
Rogelio García Lupo: "La historia argentina es la historia
de la censura".
"Durante el gobierno de Onganía fui redactor enmascarado de
la revista Primera Plana. Mi nombre estaba prohibido para el periodismo
comercial, porque durante el interinato posterior a la caída de
Frondizi, cuando Guido era el presidente nominal, publiqué un libro
llamado La rebelión de los generales, una investigación
sobre las condiciones y las características que tuvo el derrocamiento
de Arturo Frondizi. El libro estuvo prohibido, no podía circular
y yo presenté un recurso a la Cámara de Apelaciones en lo
Correccional y Criminal y, notablemente, la Cámara, casi inmediatamente
me dio protección. No pasó un mes desde que presenté
el recurso hasta que la cámara me protegió, dio un fallo
por el cual dispuso que el libro podía circular libremente, y por
eso permitió que se hicieran nuevas ediciones. En fin, La rebelión
de los generales en su momento tuvo mucha repercusión pública,
por lo que decía el libro, pero, sobre todo, por este mecanismo
que puso en movimiento: la cámara me dio la razón, el libro
se reeditó varias veces, inclusive fue un best seller de la época,
año '62, pero automáticamente quedé en las listas
negras de los militares que habían intentado sin éxito impedir
que el libro circulara.
Voy a trabajar a Primera Plana en el momento en que es censurada, a fines
del '69; cambia de nombre, se llama Periscopio --entre noviembre del '69
y setiembre del 70--, período durante el que trabajo con el seudónimo
de Benjamín Venegas. Creo que la censura en ese período
fue una experiencia centrada sobre todo en las revistas semanales más
que en los diarios, y la televisión estaba reducida al canal estatal.
Lo que había era censura sobre personas y sobre semanarios --es
conocido el caso de Tía Vicenta, que fue secuestrada y clausurada--,
y en general los diarios tenían un antiguo entrenamiento para adaptarse
a las circunstancias. Una vez que se identificaba cuál era la línea
de conflicto y cuáles, los temas que era mejor no tratar, se adaptaban,
no se hacía oficialismo sino que no se insistía en los puntos
más irritantes. Este es el instinto de supervivencia que han desarrollado
las empresas periodísticas de la Argentina hasta que pasa la tormenta.
La vida de los semanarios está ligada, y justamente por eso son
semanarios, a producir información menos convencional, más
específica, más de investigación, entonces siempre
tienen problemas. Los semanarios no pueden zafar de la crisis con el poder
político si el poder político tiene proyectos propios, y
los gobiernos militares los tuvieron.
Creo que hubo momentos de relativa libertad de prensa, incluso con el
gobierno militar en la etapa Lanusse, en el que se producen en algunos
casos de prohibiciones de periódicos, así como la aparición
y desarrollo de experiencias periodísticas independientes.
Durante el Proceso yo fui expresamente prohibido; a fines del '76 estaba
en la primera lista negra de periodistas que no podían trabajar
en los medios. Esto evidentemente se vincula a los libros que yo había
publicado, como por ejemplo Mercenarios y monopolios en la Argentina,
que era contra la ocupación extranjera. De entrada pensé
en irme del país, ya en el año '74 tuve una oferta de trabajo
en España y me fui, pero me encontré con problemas familiares.
La opción era clara, si quería seguir siendo periodista
tenía que ir a España o a Estados Unidos o a América
latina, debía salir de la Argentina, y si quería seguir
teniendo acceso a mis hijos tenía que dejar de ser periodista y
opté por dejar de ser periodista y vivir acá: me convertí
en ejecutivo de una compañía constructora donde entré
en el año '77 y estuve hasta el '82.
Confirmé que la prohibición funcionaba porque hice dos cortas
tentativas de volver a trabajar en el periodismo durante esa etapa. Una
fue para la agencia Noticias Argentinas. La segunda tentativa fue en el
año '80, cuando estuve a punto de ingresar en Clarín, incluso
llegué a dar el examen psicofísico, pero después
se produjo una especie de intervalo del cual finalmente surgió
que había una objeción del gobierno militar por la cual
yo no podía trabajar en medios de prensa. En todo caso, con estos
dos ejemplos confirmé que la censura funcionaba. Pero la censura
al nivel de los medios se había atenuado, algunos desaparecieron
definitivamente (sobre todo los semanarios y los mensuarios Crisis y Cuestionario)
y los medios grandes ya habían hecho una adaptación que
no requería censura porque había un cierto autocontrol,
por esta característica histórica de la prensa argentina
que sabe que, llegado cierto punto de contradicción con un gobierno,
hay que conseguir condiciones mínimas de supervivencia y eso consiste
en autocensurarse.
Yo vuelvo al periodismo a través de una "primicia privada":
un amigo mío que era oficial de la Fuerza Aérea, y que había
sido el último piloto de nacionalidad argentina que había
cumplido su actividad en la Royal Air Force, había sido convocado
por los jefes de la Fuerza Aérea para que tradujera los manuales
de vuelo ingleses más recientes, y a raíz de esto se había
enterado de que estaba lista la preparación de la invasión
a Malvinas. En el mes de febrero del '82 yo estaba veraneando junto a
él en Uruguay y me contó que en mayo iba a ir a Malvinas
(en ese momento pensaban que iba a ser en mayo). A los diez días,
cuando yo volví a Buenos Aires, le mandé a un amigo mío
en Venezuela, que era el jefe de la sección internacional del diario
El Nacional de Caracas, y a otro amigo mío, Héctor Cuperman,
que trabajaba en El País de Madrid, un mensaje: "Estos tipos
dicen que en mayo van a las Malvinas, si eso ocurre van a necesitar corresponsales
en la Argentina, yo estoy disponible". Hice la siguiente reflexión,
en ese momento una deducción obvia: si los militares se deciden
a dar un paso de este tamaño, les va a ir mal necesariamente, y
por lo tanto, escribir sobre lo que les pasa para el exterior ya no va
a ser motivo de censura personal, de manera que vuelvo al periodismo.
El 2 de abril, una hora después de que se confirma la invasión
a Malvinas, desde Madrid y desde Caracas me avisan que empiece a escribir
inmediatamente, me mandaron credenciales como corresponsal y ahí
volví al periodismo.
La cobertura de Malvinas dio origen a mi libro Diplomacia secreta y rendición
incondicional, donde están reunidas las historias de esa guerra.
Desde entonces, hace ya casi 18 años, he vuelto a mi profesión,
que es el periodismo.
Durante la época de Raúl Alfonsín no tuve problemas.
Trabajé mucho en la revista El Periodista, que fue la revista más
característica de esa época. Lo que sí he tenido,
pero pocos, han sido juicios y querellas, pero no como manifestación
de la censura de prensa.
En la década de Menem son indudables las tentativas de avance sobre
el periodismo, porque Menem es un hombre que tenía del periodismo
una experiencia casi única que es la del control natural de la
prensa: como gobernador de La Rioja el mundo de Menem era muy pequeño,
cuando sale en el diario de la provincia una noticia que al gobernador
no le gusta, el gobernador levanta el tubo, lo llama al director del diario
y al día siguiente sale la rectificación o despiden al periodista
que escribió el artículo; es decir, Menem no tenía
en el '89 una idea moderna del periodismo, pero se fue actualizando. Me
acuerdo de que a raíz de una serie de notas que yo publiqué
en la revista madrileña Tiempo, Menem le pidió a Felipe
González durante un encuentro que tuvieron si no podía hacer
algo para que no se publicaran esas notas, a lo que Felipe le respondió:
"Ay, Carlos, si yo pudiera, no sabes las cosas que dicen de mí",
lo cual era verdad. Yo lo supe por gente de la revista. Hubo otra por
el estilo en el año '92, cuando Menem hizo una gira con Di Tella
por las sedes de la Comunidad Europea. Le dio una audiencia al presidente
del grupo Zeta, que es el editor de la revista Tiempo, y al director de
la revista; ellos le pidieron la entrevista porque tenían un proyecto
que después no se concretó ligado a los medios en la Argentina.
En esa reunión Menem les pidió que me sacaran como corresponsal
de la revista en Buenos Aires.
Con el tiempo Menem se fue convenciendo de que no era así, que
el presidente o el primer ministro no levantan el teléfono y llaman
al director de la revista o del diario y le piden que dejen de publicar
algo o que le cambien la dirección a la información. En
tanto, esto le tomó algunos años de aprendizaje, hubo muchas
tentativas de influir sobre los medios, que después se fueron atenuando,
y por último a Menem le deja de importar lo que se diga, le deja
de importar todo, aunque al principio estaba muy sensible con el tema".
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