Qué
es la política
Por
Sandra Russo
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La
política siempre ha tenido que ver con la aclaración y disipación
de prejuicios, escribió Hanna Arendt en unos apuntes que
luego fueron compilados en un texto que se llama ¿Qué
es la política?. Allí, afirma que una pregunta tan
obvia y llana como ésa sólo es necesario formularla cuando
han estallado todos los estándares morales, y una sociedad debe
nacer de nuevo, refundarse, y aprender, como los recién nacidos,
a hablar. En el habla social, sin embargo, a diferencia del habla que
el niño pequeño va adquiriendo en sus primeros años,
siempre hay un pasado que se arrastra, siempre hay traumas que devienen
en la forma de prejuicios. Ese estallido que supone la refundación
incluye desilusiones, estafas, engaños, corrupción. El hecho
de que vivamos rodeados de prejuicios, dice Arendt, es de algún
modo intachable: constituye un mecanismo defensivo que nos permite, colectivamente,
no empezar siempre de cero. El prejuicio, así, es una manera de
asimilar experiencias pasadas, de reducir el estado de alerta al que estaríamos
permanentemente condenados si tuviéramos no ya que prejuzgar, sino
que juzgar cada acontecimiento cotidiano, y esto incluye los acontecimientos
políticos.
Leer los apuntes de Arendt a la luz del estallido de todos los estándares
morales que supondría la confirmación de que la ley
de reforma laboral fue sancionada a cambio de sobornos en el Senado, abre
ventanas para analizar la sensación de estupefacción con
la que las noticias sobre esos hechos son recibidas: es una estupefacción
lo suficientemente bien bañada de prejuicios, prejuicios que por
épocas, en la Argentina, han sido abonados por quienes pretendieron
decapitar la clase política, y prejuicios que en otras épocas
es la propia clase política la que se encarga de seguir abonando
con todos sus dislates.
Ante el escándalo, dos cosas son posibles: que hubo sobornos, o
que no los hubo. Si los hubo, la confirmación de que el esqueleto
de ese artefacto que es la política, las leyes, surgen en un recinto
poblado de no pocos delincuentes, confirmaría el prejuicio de que
nadie representa a nadie y de que este sistema es un moldecito de arena
pero sin arena: está relleno de desechos. Si no los hubo, estaríamos
ante una operación política de no menor gravedad: las internas
en las que se debaten nuestros dirigentes sería en ese caso de
un salvajismo tan extremo que incluyen ruletas rusas de este tipo.
Uno de los motivos, según Arendt, de la eficacia y la peligrosidad
de los prejuicios reside en que siempre ocultan un pedazo
del pasado. Los prejuicios surgen de un juicio que alguna vez tuvo
un fundamento legítimo en la experiencia. Traumas sociales no saldados.
Heridas que no cerraron. No son rumores, porque los rumores se desgastan
a sí mismos. El prejuicio está anclado en el pasado, y en
ese sentido da testimonio de algo que sucedió antes, de algo grave.
Hace erizar la piel social y hace inclinar la opinión colectiva
hacia la balanza que hace mucho o poco tiempo cayó por el peso
de los hechos. La peligrosidad del prejuicio, en tanto, es que, por su
misma eficacia defensiva, se adelanta al juicio y lo impide, imposibilita
tener una verdadera experiencia del presente.
La Argentina tuvo un pasado trágico y está teniendo un presente
sin luz. Las tropelías de la política que hace décadas
o años permitieron asentarse a los prejuicios de hoy
fueron sucedidas por catástrofes peores. Lo único que aparece
deseable, en este marco, es un escándalo mayúsculo, una
desnudez si es necesario obscena, que permita imponerle el juicio al prejuicio.
Promover, acelerar esa refundación que también aquí
hará estallar lo conocido, con sus vicios y sus putrefacciones,
y permitirá formular de nuevo la pregunta: ¿Qué
es la política?. Acaso hallemos respuestas mejores que las
de hoy.
REP
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