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OTRA TRAGEDIA LUEGO DEL HUNDIMIENTO DEL “KURSK”
Las ruinas de la Casa Rusia

El incendio de la torre Ostankino en Moscú dejó cuatro muertos y la posibilidad de su derrumbe. Putin lamentó el estado del país.

 

Por Ian Traynor
Desde Moscú

t.gif (862 bytes)  Tras dos días de infierno en la torre que apagó todas las pantallas de televisión de Moscú y privó a 10 millones de moscovitas de su telenovela favorita, el pináculo de la estructura más alta de Europa estaba tambaleante hasta la noche de ayer, luego de que lograran apagar el incendio. Es un cruel símbolo de cómo las ambiciones de la Madre Rusia se desploman en humillación. La torre de televisión de Ostankino, que se eleva 540 metros para dominar el horizonte de la capital, era hasta el domingo un monumento al poder ruso, a su prestigio y a lo que puede lograr la alta tecnología, de la misma manera que hasta hace dos semanas el submarino nuclear “Kursk” era visto como medida de la proeza militar rusa. Destruida por el fuego y en peligro de desplomarse en una pila de acero, cables y hormigón armado, la torre de televisión hizo otra elocuente burla a las promesas del presidente Vladimir Putin de hacer grande a Rusia nuevamente. Contrastando con su distante y demorada reacción al desastre del submarino, Putin se apuró a comparar el incendio de la torre con el estado de la nación. “Esta emergencia pone de manifiesto la condición de nuestros medios vitales, así como los de la nación entera. Sólo el desarrollo económico nos permitirá evitar estas calamidades en el futuro”. El alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, dijo el domingo a la noche que no existía peligro de que la torre se desplomara, antes de cambiar de opinión y advertir sobre “un peligro mayor”. La tambaleante aguja de la catedral secular no era un problema, sostenía Anvar Shamuzafarov, jefe del Comité Nacional de Construcción, mientras 300 bomberos finalmente extinguían el fuego anoche. “Todas las desviaciones están dentro de la norma”, dijo. Pero un inspector de la ciudad de Moscu dijo que la punta de la torre se inclinaba 6 pies del centro. El gran temor era que los 149 cables de acero que sostienen la delgada estructura de concreto de 33 años se doblaran y dejaran caer parte de ella. “Los cables están más débiles, pero no rotos,” dijo Vyacheslav Mulishkin, subjefe de departamento de bomberos de Rusia.
Hay pocos símbolos en Moscú más evidentes de la antes aclamada supremacía soviética y la proeza rusa que la torre Ostankino. Construida en 1967 en el pico de la carrera armamentista y espacial con Estados Unidos y para celebrar la fecha de la Revolución Rusa, el monumento norte de Moscú, con su restaurante giratorio del Séptimo Cielo que domina amplísimas vistas panorámicas de la ciudad, borró de un plumazo al Empire State Building de Nueva York como la estructura más alta del mundo. Eso fue entonces. Diez años de hundimiento postsoviético, la retirada del imperio, el empobrecimiento masivo y una corrupción colosal han convertido a Rusia en un gran accidente que espera simplemente ocurrir.
Agosto es generalmente el mes más cruel en Rusia y este año se cumple la regla: una bomba en el centro de Moscú, el hundimiento del “Kursk”, el infierno en la torre. En agosto del año pasado hubo más bombas en la ciudad y comenzó la guerra con Chechenia. El agosto anterior trajo el crash financiero. Y así sucesivamente.
Al comienzo del desastre del “Kursk”, un grupo de políticos, escritores y editores nacionalistas y comunistas emitió un manifiesto de “salvación nacional” para combatir “la parálisis espiritual y la desesperación” de Rusia. “En aquellos días de duelo, éramos bien conscientes del tamaño del problema al que Rusia había sido lanzada,” proclamaron. “Nuestro pueblo estuvo librando una gran guerra durante una década, perdiendo un millón de hombres cada año y dejando ciudades incendiadas, edificios de departamentos bombardeados, aviones derribados, barcos hundidos y regiones despobladas y devastadas, así como incontables tumbas de nuestros compatriotas dejadas atrás en el campo de batalla”. Rusia estaba en “guerra por el derecho a llamarse a sí misma Rusia, a controlar el territorio entre tres océanos, a hablar su idioma nativo, a adorar sus cosas santas y a honrar a sus héroes y antepasados... tratando con sus últimas fuerzas de lanzar barcos al mar y escuadrones al aire, de bombear petróleo y gas natural, de calentar las casas, de educar a los niños, de cuidar a los huérfanos y de mantener la fe en su soberanía e inviolabilidad y en la inevitable Victoria Rusa”.
El actual estado de ánimo, más que de victoria, es de un derrotismo desmoralizador. Aun en la época de vacaciones docenas de personas se están suicidando; recogiendo y comiendo hongos venenosos o emborrachándose con vodka y luego ahogándose en los ríos y lagos de Moscú. El atractivo del presidente Putin para los rusos es que representa la mejor opción de poner orden a este caos, de lograr la estabilidad en medio del pánico. Pero mientras él promete una vuelta a la grandeza, también les dijo la semana pasada a los apenados parientes de la tripulación del “Kursk” que Rusia tenía que aprender a vivir dentro de sus posibilidades. Y mientras los 118 estaban sepultados en el submarino en el fondo de mar de Barents, el presidente debatía la fuga de cerebros con prominentes científicos y les decía que sólo uno de cada 20 empresarios en el país está usando equipos modernos. Y si el potencial humano y el equipo de la marina no podían montar un rescate efectivo para los 118 marinos del “Kursk”, tampoco los 300 bomberos ayer en Moscú lograban llegar a dos personas atrapadas en un ascensor a unos 1000 pies en la torre. Cuatro personas murieron ya aprisionados en la destruida estructura.
Ayer toda la evidencia sugería que el incendio había comenzado por negligencia. El departamento de bomberos dijo que ya cuando fue construida, la torre Ostankino no cumplía con las reglas de seguridad. Una inspección en mayo terminó en la nada luego de que se comprobara que su sistema de abastecimiento de electricidad estaba sobrecargado en un 30 por ciento. Esto hizo prácticamente inevitable el cortocircuito del domingo a la tarde.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

 

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