Por
Julián Gorodischer
Alguien dice: ¿Cómo se dice ginecólogo
en japonés? Y se responde: Toco Chuchita. Y el resto es asistir
a lo que el chiste provoca: la carcajada que emite la tribuna, una avalancha
de papel picado, el baile de las mujeres pulposas y un aplauso que lo
despide y espera que otro chiste llegue. Después, todo comienza
de nuevo. No es un momento de Todo x 2 $, sino una escena
de El humor de Café Fashion (lunes a viernes a la medianoche,
por Azul). El programa no tiene mayores secretos que sus chistes mejores
y peores que el narrado, pero sí una eficacia que los números
comprueban (ver aparte). Su ecléctica mezcla de rasgos de discoteca,
circo, club de desnudistas y bar de provincia no tiene más garantías
para el éxito que el chiste.
No es casual que el género más popular del humor sea también
el recurso preferido de Videomatch 2000 (lunes a viernes a
las 21, por Telefé), el veterano ciclo de Marcelo Tinelli. Allí
cambia el escenario, pero se mantienen las claves del relato explosivo:
un orgasmo hecho palabras, una descarga inmediata con poca producción
y aceptación probada. Las historias atraviesan siempre los mismos
personajes: el gordo pesado, el gallego bruto, el gay afectado,
el pobre que siempre está borracho y el viejo verde. Los concursantes,
que llegan de las provincias para competir en el Campeonato Nacional
del Chiste, saben que no es bueno correrse del canon del chivo expiatorio:
a la barra de los amigos (ex gomazos) les gusta reírse de las mismas
cosas y un sello demasiado personal sería castigado. Habría
apatía en el estudio y merma en los llamados, que se encargan del
veredicto. El boom del chiste responde a una realidad social,
argumenta Claudia Armani, productora ejecutiva de Café Fashion.
La gente necesita despegarse de los problemas del día, al
menos por un ratito. Al público no sólo le gusta escuchar,
también quiere contar chistes, y es por eso que dejamos que lo
hagan a través de los llamados. Quieren ser partícipes;
es la famosa vocación de ser famosos por un minuto.
Su programa abreva con inteligencia en fuentes poco compatibles: el chico
de la disco baila sobre los parlantes mientras el cordobés
improvisa su narración folklórica; el resultado es un híbrido
con un fuerte magnetismo. En un lugar inclasificable, strippers, malabaristas,
acróbatas y bailarines sirven de telón de fondo al club
de hombres que conforman Carlos Sánchez, el Negro Alvarez,
Esteban Mellino, Fernando Siro y Chiqui Abecasis, moderados por la ex
objeto sexual Beatriz Salomón.
Ellos hablan de mujeres, siempre concebidas como infieles, engañadas,
prostitutas o bombas sexies. También les gusta referir a todas
las variantes de lo escatológico: el Chiqui se entusiasma
cuando cuenta sobre uñas, mocos y pedos. Los demás lo festejan.
Sánchez prefiere ir más a fondo: lo procaz es su fuerte,
con énfasis en cuestiones de infidelidad y cuentos de homosexuales.
Lambetain es más ingenuo, y a Siro le reservan el podio del maestro
inobjetable: sus chistes son malos, pero lo aplauden como lo que es, el
veterano que volvió de terapia intensiva y merece respeto.
A veces, sin embargo, todos abren el juego a tópicos menos previsibles.
A través de los chistes filtran crítica social: entre risas,
sin demasiado registro de lo que están diciendo, mencionan a curas
excitados sexualmente, padres de familia que se escapan con otros hombres,
políticos que saquean por fuera de cualquier dimensión moral
y peripecias de excluidos (desde borrachos y pobres hasta enanos y jorobados).
Muchas veces, el chiste permite abordar contenidos políticos,
sexuales, secretos universales, temores, cuestiones de discriminación,
fascinación por cosas raras, que están censurados en otros
discursos, explica la psicoanalista Josefina Rabinovich. Permite
descargar la ansiedad o la angustia que provocan ciertos temas: reírse
de una renguera, por ejemplo,es una forma de referir al miedo que tenemos
a que nos rechacen porque no funcionamos como la mayoría.
Bromear a costa de... tiene su máximo exponente en
Videomatch 2000. Soy feo, soy borracho,
soy infiel se autodenigran los concursantes con entusiasmo
creciente. De cómo extremen esas cualidades negativas dependerá
la fortuna en el Campeonato. A veces, el registro se quiebra .como sucedió
el jueves 24 y un jujeño se anima a un poema propio sobre
las miserias de vivir en el norte y no tener nada. Las miradas de la barra
se tornan incómodas, y al jujeño no hay forma de pararlo.
Es su oportunidad de decir lo suyo. Ese fuera de lugar
no obtiene buenos resultados a la hora de contar los votos, que suelen
llegar a los diez mil por programa.
En
el ciclo de Tinelli todos viven una adolescencia eterna, una regresión
a las aulas: son estudiantes secundarios en su hora libre. Tinelli es
el líder positivo de esta barra, que maneja un código procaz
y violento. Rigen los excluidos de toda escuela (aquí no podrían
ser menos): el traga, el buchón, el amanerado, la demasiado linda,
el de la división de enfrente... Para que este esquema funcione,
debe existir un enemigo: el año pasado fue Susana Giménez,
y a ella apuntaron las burlas. Ahora rotan entre miembros del Gobierno
y vedettes de segunda línea, sin fijar un reemplazo. Eugenia Guerty,
actriz de Campeones que integró los elencos de Videomatch
y Chabonas, recorrió todos los registros del hacer
reír y deja en claro sus preferencias: No me gusta contar
chistes en televisión, quizás porque trato de ser una actriz
y creo que mi trabajo es actuar una situación y no narrarla. El
humor de Videomatch está basado en el cuento tradicional,
que es breve y no necesita demasiada concentración. Yo prefiero
ese humor verbal en mi ámbito privado, para pasarla bien con un
grupo de amigos.
Entre los subgéneros, el chiste procaz tiene un cultor de lujo
en La guerra de los sexos (miércoles a las 23, por
Azul). Me lo meten en la boca y siempre me hace doler, escupo y
me lo vuelven a meter. La respuesta de esa adivinanza-chiste verde
desvía hacia lo naïf: en este caso, es el torno. Pero antes,
en ese minuto que antecede a que se revele el enigma, el chiste genera
risas que no se contienen, gritos en la tribuna de extras, énfasis
en lo subido del tono. Un productor desliza a Página/12
que al decir me la meto en la boca; es peluda y roja por dentro
no se pretende hablar de sexo. Y es muy probable que muchos estén
de acuerdo: el chiste avala el razonamiento. Se puede llegar cada vez
más lejos: Blando o duro, a mí me gusta con leche...,
provocan los invitados, y el productor insiste: No estamos hablando
de sexo.
Estamos tan acostumbrados al chiste verde que muchas veces recibimos
su contenido con una mayor tolerancia, aunque sea el mismo que en otros
formatos escandaliza, alega Josefina Rabinovich. Aunque a
mucha gente le sigue resultando asqueroso. No es esa gente, con
certeza, la que habita la platea de La guerra de los sexos:
paladean cada broma con pasión preadolescente, como si a todo doble
sentido correspondiera una carcajada contundente. Como si en ese minuto
no importara más que reír descontroladamente cuando una
famosa dice: Es redondo, y me lo meten hasta el fondo.
Las
cifras de un fenómeno
Las cifras del rating confirman que el chiste es un arma valiosa
a la hora de redondear buenas cifras. Cada medianoche, Café
Fashion promedia 8 puntos, con picos de 9, dependiendo de
qué programa lo antecede, lo que es un exabrupto para ese
horario. Los miércoles recibe un buen arrastre de La
guerra de los sexos, que alcanza una media de 11 puntos y
sus mediciones parciales nunca bajan de 10. Ya por costumbre, El
show de Videomatch se impone a todos los programas, con un
promedio que rarísima vez baja de los 25 puntos, y en el
que suele haber picos de casi 28 puntos durante los chistes. El
predominio sólo se corta en casos como el del viernes pasado,
cuando, a caballo de la pelea Guevara-Guevara, Campeones
llegó a 22.7, superando los 20.2 de Videomatch
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El padre de la criatura
Luis Cella, actual productor de Hora Clave
y Café Fashion es el padre de la criatura:
el hombre que dio el puntapié inicial para que el chiste
comenzara a recorrer todos los canales y horarios. Todo comenzó
en Susana Giménez, cuando un grupo de humoristas
dio cuerpo a El show del chiste, logrando sorpresivos
picos de rating, en un programa ya exitoso. Se le dio una vuelta
a la propuesta y comenzaron a desfilar por el estudio los mismos
famosos que antes hablaban de trivialidades, ahora para contar
cuentos y competir en dos equipos enfrentados. Con su pase a Azul,
el productor se llevó también su pequeño
gran monstruo, el género del chiste, con el que armó
la estructura de Café Fashion, el éxito
de la medianoche que alguna vez se pensó en trasladar al
horario central de las 22 por su eficacia para conseguir público.
Por ahora, ese pase es sólo un proyecto en carpeta y el
ciclo de los humoristas goza de buena salud como opción
para los que, antes de dormirse, prefieren reírse un poco.
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