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Frankie, en la era del genoma

La compañía Periplo ideó una versión teatral de la famosa novela gótica de Mary Shelley, pionera en el planteo sobre ciencia y límites.


Por Cecilia Hopkins

t.gif (862 bytes)  Con apenas 20 años, la inglesa Mary Shelley alcanzó la fama en 1818 con la publicación de su obra Frankenstein, menos conocida por el nombre de su subtítulo El moderno Prometeo, en alusión a uno de los titanes que, según la mitología griega, tenía a su cargo la creación de la humanidad. La novela, llevada al cine y el teatro en las más variadas versiones, ha servido de inspiración a los integrantes de la Compañía Periplo que dirige Diego Cazabat para encontrarle un punto de vista contemporáneo. Si se la mira desde el tema de la responsabilidad de la ciencia en la actualidad, aunque no se mencionen temas específicos, el espectador puede establecer relaciones con la clonación, la alimentación transgénica o los nuevos descubrimientos acerca del mapa genético humano. Pero más allá todavía, esta versión -.que por su atractivo y agilidad puede despertar interés en el público adolescente– toma a la figura del científico y su criatura para elaborar una alegoría sobre el autoritarismo y la represión.
En un tiempo y en una ciudad indefinidos, se rumorea que un joven científico hace experimentos con seres humanos vivos. Siguiendo el argumento de la novela gótica de Shelley, la obra comienza contando cómo el altanero Víctor aspira a crear una nueva raza perfecta, capaz de adueñarse de la tierra. Para esto pone a trabajar a su asistente -.el deforme Igor– en la tarea de profanar tumbas, a la búsqueda de material para sus experimentos. Si otros Frankies le han fallado por las más diversas razones, la última de sus criaturas parece la definitiva: “ensayo y error nunca fallan” es su lema favorito, aprendido desde sus tiempos de estudiante. Mientras tanto, la novia cierra los ojos para ignorar las actividades de su prometido, atontada por sus burguesas aspiraciones.
Los actores ambientan musicalmente las diferentes fases del relato con guitarra, violín e instrumentos de percusión. El estilo de actuación del grupo exige un control milimétrico de las propias reacciones y revela un riguroso proceso de ensayos. Cada personaje está construido desde patrones corporales muy precisos. Además, algunos de los intérpretes tienen a su cargo varios roles, cuando no intervienen como servidores de escena, trayendo los elementos necesarios para cada cuadro. El ritmo del espectáculo es muy ajustado, salvo hacia el desenlace, cuando se produce en el relato un aceleramiento desmedido que desemboca en la reflexión final, referida a otras criaturas de terror que, como el Frankie de esta versión, andan sueltas y sin castigo.

 

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