Por
Fabián Lebenglik
Pierrick Sorin es uno de los artistas que sobresale en la escena francesa
de los últimos cinco años. Performer, cineasta y videoartista
nacido en Nantes en 1960, fue elegido como representante nacional
en la última Bienal de San Pablo (1998), donde presentó
la instalación Beholders, que consistía en una treintena
de videorretratos de espectadores que, como toda su obra, transitaban
los bordes del humor y el absurdo.
Exhibió su obra en museos pequeños y exquisitos como el
CAPC de Bordeaux (Francia) y el Site Santa Fe (EE.UU.). También
integró el selecto grupo de artistas elegidos para formar parte
del pabellón de instalaciones y esculturas de la Feria Internacional
de Arte Contemporáneo, FIAC, el año pasado en París,
junto con Rebecca Horn, Erik Dietman, Arman, Richard Serra, Eduardo Chillida
y el argentino residente en Francia, Pablo Reinoso, entre otros.
En esa oportunidad quien escribe estas líneas pudo ver dos obras
notables, que atrajeron la atención de todos los visitantes: por
una parte, el video El hombre que ha perdido sus llaves, una secuencia
que va del gag a la tragedia, en la que el propio Sorin, actor y autor
casi excluyente de toda su obra, busca con desesperación las llaves
de su casa, sacándose y revisando su ropa en una trágica
e involuntaria derivación hacia el streap tease. La segunda obra
que mostró en la FIAC era El hombre cansado, una ingeniosa proyección
holográfica que, mediante un juego de espejos, proyectaba a un
personaje (el mismo Sorin) moviéndose cansadamente, dentro de una
maqueta hiperrealista, que reproducía una habitación, al
tiempo que una banda sonora reproducía decenas de hilarantes mensajes
emitidos por su contestador telefónico.
La tradición que alimenta la obra de Sorin es la de los fundadores
del cine cómico: Chaplin, Buster Keaton, Mack Sennett, Jacques
Tati. Magnificado hasta la tragedia, en Sorin se acentúan las derivaciones
existenciales de aquellos geniales cineastas, autores y actores. Por vía
de la risa y el humor, se llega al desarreglo absurdo entre la vida y
el mundo; a la crítica radical de las costumbres burguesas y del
mundo del trabajo.
Pero la genealogía de Sorin no sólo exhibe huellas remotas.
La obra de un artista contemporáneo crucial como Bruce Nauman también
es notoria en sus trabajos.
Y así como registra la influencia de autores, del mismo modo hay
géneros completos (televisivos y cinematográficos) que entran
en la maquinaria de la cita: el vaudeville, el noticiero, el documental,
el cine porno, el cine amateur, el video hogareño, entre otros.
En Pierrick Sorin la autorreferencia se vuelve obsesiva y el sí
mismo de sus videos y películas es tan abrumador y narcisista que
termina excediéndose y desdoblándose en otros: mediante
los mecanismos de la ficción (como cuando actúa el rol de
su supuesto hermano Jean-Loup) o como efecto de la omnipresencia del autorretrato.
Siempre termina siendo border que pasa alternativamente de la paranoia
a la esquizofrenia y al solipsismo.
En todas sus apariciones, el autor/actor cruza del ridículo a la
abyección y de ahí a la violencia y la muerte, por medio
de un mecanismo constructivo dominante: la repetición. Así
las secuencias pasan de los juegos infantiles a la sordidez del mundo
adulto a través de una comicidad que tiene momentos de una alegría
descontrolada y, por vía de ese descontrol, aparecen otros momentos,
depresivos hasta la locura.
Por medio de la repetición se producen asociaciones que llevan
directo a la risa. En algún momento hay un corte, una disociación
que quiebra momentáneamente la continuidad y la estructura lógica
de una situación dada según la cual se establece una relación
equívoca entre dos contextossupuestamente incompatibles. La risa
llega como consecuencia de una heterogeneidad casi absoluta entre la intimidad
y la presión social.
La risa
del espectador sería la respuesta física y mental de un
cortocircuito, de un desajuste entre la emoción y la razón,
porque hay una inercia emocional ejercida sobre la velocidad de marcha
de la razón. La direccionalidad de las emociones no cambia con
la misma velocidad que el pensamiento y ese desfasaje básico es
el que genera la tensión que se resuelve como risa. En sus obras,
Sorin recupera los gags del actor acróbata, pero esa matriz hiperquinética
se combina con otra, más frecuente: la del personaje impasible,
existencialista, desasosegado y abúlico. Una especie de anarquista
cansino cuyo desarreglo con el funcionamiento del mundo lo lleva a las
más hilarantes, patológicas o terribles consecuencias. Sorin
siempre empieza causando risa, pero esa risa sería el tic gestual
y sonoro que anticipa un giro de un plano a otro, trágico.
En la muestra del Museo de Arte Moderno se exhiben cuatro obras muy diferentes.
Por una parte dos videoinstalaciones: Título variable nº
1, en la que la imagen de un Sorin acrobático y en miniatura
hace equilibrio para no caerse de un viejo disco simple que gira sobre
un tocadiscos de la década del sesenta. La otra videoinstalación,
El monstruo, consiste en una escultura del tamaño de
una persona normal (colocada en un recinto cerrado al que sólo
se accede visualmente a través de un vidrio) que evoca las representaciones
antropomórficas de la prehistoria, sobre la cual se proyectan imágenes
abstractas y otras, más concretas y anatómicas, de efecto
sorprendente.
La tercera obra es un video exhibido en una televisión que, en
varios niveles de exploración formal, registra la performance La
guerra de las tortas, donde se reconstruye, exageradamente, la tradición
cómica del tortazo en la cara.
La última obra, de larga duración, es una proyección
en gran formato, mezcla de cine y video, en la que el propio Sorin cuenta
y muestra su obra, desde la década del ochenta hasta ahora.
Estas diversas experiencias explica Pierrick Sorin están
atravesadas por temas recurrentes. En particular, por la duda absoluta
del valor de los objetos artísticos y de toda actividad humana.
El encierro sin soluciones de los problemas existenciales y el repliegue
sobre sí mismo que conduce a un desdoblamiento de la personalidad,
son también ideas que fundamentan este trabajo.
La exposición está organizada con la colaboración
de la Embajada de Francia y la galería Rabouan-Moussion (de París),
sigue hasta el 22 de octubre. (En el Museo de Arte Moderno, avenida San
Juan 350.)
Inauguran
en la semana
Ana Fuchs, desde ayer, en la galería Cecilia Caballero,
Suipacha 1151.
Jannis Kounellis, artista
ítalo-griego, hoy, en el Museo de Bellas Artes, Libertador
1473.
Antonio Pujía,
esculturas, mañana, en Principium, Esmeralda 1357.
Isaac Verlatsky, obra
reciente, el jueves, en Arcimboldo, Reconquista 761.
María Ester
Joao, pinturas y muestra grupal de fotografía cubana, el
jueves, en el Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín.
Juana Butler presenta
su libro y una muestra, el jueves, en Galería Hara Bana
Studio, Ricardo Rojas 497.
Claudio Barragán,
pinturas y esculturas, el jueves, en Adriana Budich Arte, Av.
Coronel Díaz 1933.
Julio Fierro, pinturas,
el jueves, en Elsi del Río, Arévalo 1748.
Adela Larreta, fotos,
el jueves, en el bar y galería Beckett, El Salvador 4960.
Magdalena Pini, esculturas,
el viernes, en la Asociación Argentina de Artistas Escultores,
Viamonte 2870.
Muestra colectiva de
artistas arquitectos y 150 metros de cartón corrugado,
otra grupal de artistas arquitectos, el viernes, en el Centro
Borges, Viamonte y San Martín.
U-Turn,
fotos de una generación; colectiva curada por Santiago
García Sáenz y Valeria González, el sábado
2, en Arte x arte, Vuelta de Obligado 2070, planta alta.
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