Por Diego Fischerman
�Revelación del año�. �Músico joven del año�. �Nuevo compositor�. Las encuestas anuales de las revistas especializadas en jazz podrían haberlo incluido en cualquiera de estas categorías. Y, curiosamente, también en el Hall de la Fama. Es que el saxofonista Charles Lloyd reúne dos características generalmente antagónicas: es una leyenda y, también, uno de los músicos que está a la vanguardia del género. Haber sido el descubridor de Keith Jarrett y Michel Petrucciani (dos pianistas que empezaron sus carreras profesionales junto a él), haber sido integrante del grupo de Chico Hamilton y del sexteto de Canonball Adderley y haber sido, con su propio cuarteto, el primer músico norteamericano de jazz que tocó en la Unión Soviética no impide que cada uno de sus discos actuales sea mejor que el anterior y que su actitud siga siendo la del permanente riesgo estético.
Nacido en 1939 en Memphis, Tennessee, con su primer grupo propio protagonizó un fenómeno inédito para el género. Criticado por los puristas por las vestimentas hippies y por las actitudes en el escenario (más cercanas al rock que al jazz), Charles Lloyd llegó a tocar para multitudes en festivales de rock. La formación incluía a Jarrett en el piano (que había reemplazado al guitarrista Gabor Szabo), Cecil McBee y más tarde Ron McClure en el contrabajo (el primer contrabajista había sido Ron Carter) y Jack De Johnette (que había entrado en lugar de Tony Williams) en batería). Eran los fines de los 60 y cuando se encaminaba a convertirse en uno de los músicos de jazz más importantes del momento, con fans incondicionales como Miles Davis, Lloyd virtualmente abandonó la música para dedicarse a la filosofía y la meditación (cosas de la época, podría decirse). De esos años queda apenas un disco en el que se lo puede oír: Surf�s Up de los Beach Boys, donde había tocado en razón de su amistad con Mike Love. Quienes quieran escuchar cómo un gran músico se las arregla para poner su firma pueden escuchar, en ese disco, el solo de Lloyd en �Feel Flows�. La reaparición fue en los 80, en el Festival de Montreux y con un cuarteto en el que estaban Petrucciani en piano y la base del grupo europeo de Keith Jarrett, Palle Danielsson en contrabajo y Jon Christensen en batería. Después llegó el contrato con ECM y una serie de discos excelentes, primero con Bobo Stenson en el piano y luego con el papel armónico reservado a la guitarra de John Abercrombie.
The Water is Wide, grabado en diciembre pasado y recién editado (llegó a Buenos Aires al mismo tiempo que a Estados Unidos), continúa la línea del CD anterior, Canto y la profundiza. Todos los temas incluidos allí son baladas y Lloyd, con su sonido nasal, apretado, de una expresividad raramente contenida, da una lección acerca de cómo sacarles el jugo. Pero el atractivo mayor es la naturaleza del staff. Junto al saxofonista aparece otro gran maestro: el baterista Billy Higgins. John Abercrombie, en la guitarra, hace de puente. Y el piano y el contrabajo están en manos de dos de las revelaciones del jazz de los últimos tiempos: Brad Mehldau y Larry Grenadier. El tema que da título al CD �una canción tradicional arreglada por Lloyd�, más composiciones de Carmichael (�Georgia�), Ellington (�Black Butterfly� y una versión magistral de �Heaven�), Billy Strayhorn (�Lotus Blossom�), un spiritual (�There is A Balm In Gilead�), �Song of Her�, de Cecil McBee y cinco que llevan su firma proponen el material. La musicalidad y la interacción de los cinco integrantes del grupo hacen el resto.
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