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¿Como se hace para incorporar
 aportes privados a los organismos culturales?
Pros y contras de la ley de mecenazgo

El lunes pasado, Página/12 publicó una columna de opinión de Mempo Giardinelli sobre el proyecto de Ley de Mecenazgo Cultural. Sus afirmaciones generaron un intenso debate en los círculos políticos, en que el tema suele producir desencuentros. En ese marco opinan el autor del proyecto de ley y una de las máximas autoridades culturales porteñas.


Narcisistas y demagogos, abstenerse

Por Javier Grosman *

Al intervenir en el debate sobre legislación del mecenazgo para la cultura el escritor Mempo Giardinelli confunde muchos conceptos centrales en esta discusión. Sus reflexiones revelan un punto de vista que ya forjó una tradición conservadora y regresiva en la cultura. Su propuesta deja en manos privadas cuestiones que son objeto de debate público. Y, además, se equivoca. �Si usted desea donar un par de millones que le sobraron�, sostiene Giardinelli. Ni donación ni sobrante: son fondos públicos. Es un error grave, porque se trata de una desgravación de impuestos que pertenecen a la sociedad y deben beneficiar a todos. También se queja de �la inutilidad administrativa del fisco argentino�. Ese discurso, aplicado en los últimos diez años en otros campos más allá de las políticas culturales, contribuyó a la crisis actual. 
Si bien el Estado ha sido burocrático e ineficiente por décadas, también puede y debe ser solidario, impulsor de la economía y regulador de las relaciones sociales. Ausentarlo de sus responsabilidades en las políticas culturales es reproducir en este campo la hoy cuestionada receta neoliberal. Por último, tampoco es cierto que existan sociedades en las cuales un individuo o una empresa puedan desgravar el monto impositivo que se les ocurra con un destino igualmente arbitrario. Cada país regula qué porcentaje de ganancias puede destinarse a patrocinio cultural. Si así no fuera ¿cómo harían el estado francés, sueco o estadounidense para cumplir con los programas sociales de educación, salud, seguridad?
Dejar la política cultural en manos de un empresario mecenas no asegura la justa redistribución de los recursos de la sociedad. Por más amplitud que tenga una persona o un sector social determinado, no posee la capacidad de construir consensos plurales y representativos de los diferentes campos ni puede visualizar las diferentes necesidades culturales de toda la sociedad. Un Estado impulsor de la cultura oficial, que centraliza y controla la producción simbólica, tampoco es un modelo a seguir.
El debate sobre políticas culturales debería ir más allá de estas dos posiciones y preguntarse cuál es el mejor mecanismo asignador de recursos para el desarrollo de la cultura sin dejar de lado a ninguno de los actores sociales. Es legítima la aspiración de obtener visibilidad a través del patrocinio cultural: la tarea del Estado es mediar para que este impulso redunde en políticas que beneficien a la sociedad de manera equitativa.
Una política cultural activa debe favorecer las zonas culturales existentes en la sociedad. En el marco de los distintos proyectos de ley que se discuten en el ámbito nacional como en el de la Ciudad de Buenos Aires, imaginamos que un Consejo para las Artes y la Cultura reciba los aportes, debata y formule las políticas culturales. Este sujeto colectivo, integrado de manera ad-honorem por representantes gubernamentales y de los distintos sectores de la producción cultural �artes plásticas, musicales, escénicas, folklore, narrativas populares, cine y artes audiovisuales, literatura, patrimonio cultural, medios de comunicación, etc.�, asignará los recursos sobre la base de las necesidades y propuestas de los distintos sectores, tanto en lo que hace a la expresión como a la distribución de bienes culturales.
De esta manera comenzaremos a saldar una discusión perversa entre Estado sí o Estado no, devolviéndole su lugar protagónico en la construcción de consensos y elaboración de políticas junto a quienes no debieran estar ausentes jamás: los ciudadanos y los productores de la cultura. Mecenas narcisistas y políticos demagógicos, abstenerse.

* Subsecretario de Promoción Cultural del gobierno porteño.

 


 

Este no es un proyecto de burócratas

Por Luis Brandoni *

El amigo Mempo Giardinelli concretó en Página/12 un extenso comentario sobre el proyecto de Ley de Mecenazgo de mi autoría. Deseo agradecer públicamente sus consideraciones sobre mi persona. Por otra parte, me parece sumamente importante contar con la opinión de un intelectual serio y comprometido como Giardinelli. Sin embargo, no puedo dejar de advertir que algunas de sus apreciaciones son, tal vez, el fruto de una lectura apresurada �y evidentemente parcial� del proyecto que he redactado. Al respecto quiero hacer algunas consideraciones.
En primer lugar debo precisar que mi proyecto no le impide a quien desee constituirse en un benefactor de la cultura, elegir a los destinatarios de sus aportes. Lo único que hace es abrir dos posibilidades: la donación y el patrocinio. Es lo más frecuente que el que quiere aportar a la cultura, lo haga sabiendo exactamente a quién irá dirigida su contribución. Pero debe preverse también, que quien no conozca un destinatario definido y quiera efectuar una colaboración, pueda hacerlo. Este supuesto está especialmente contemplado para estimular a pequeños contribuyentes, que quizá no pueden afrontar el financiamiento de un proyecto cultural de envergadura, pero sí están en condiciones de realizar un pequeño aporte. En el patrocinio, he considerado expresamente que es el patrocinante el que decide el destinatario de su aporte. En las donaciones, en cambio, el donante, al ignorar a su destinatario final, sencillamente hace un aporte innominado, que efectivamente después es asignado a un beneficiario evaluado por el Directorio del Fondo Nacional de las Artes, acorde con parámetros claramente definidos. En cualquiera de los casos, es el contribuyente el que decide qué hacer con su dinero. El Fondo sólo se limita a verificar el cumplimiento de ciertas condiciones que garanticen que el aporte no se convierta en una puerta trasera, abierta a la evasión.
No me perdonaría, que con el loable propósito de apoyar a la cultura, se faciliten mecanismos que permitan la defraudación y la evasión fiscal. Tenemos mucha experiencia de cómo diversos regímenes de fomento y promoción se han desvirtuado, convirtiéndose en sistemas prebendarios y corruptos. Mi proyecto no coarta libertad alguna, simplemente intenta sentar las bases para un procedimiento que pueda ser adecuadamente fiscalizado, de modo de evitar que esta ley produzca efectos no deseados.
Giardinelli afirma que según mi proyecto, alguien que desee construir una sala de conciertos con el nombre de su hija pianista, no puede hacerlo. En realidad, lo que está vedado hacer, como resulta obvio, es que una persona realice un aporte de dinero a un pariente cercano y al mismo tiempo, obtenga un beneficio fiscal por ello. Se han previsto mecanismos para evitar situaciones de poca transparencia, y una de ellas, es evidente: esquivar las posibilidades de maniobras defraudatorias que fácilmente pueden ocurrir entre parientes. Por otro lado, creo que es lógico que se pretenda una rendición de cuentas de los fondos aportados. Los ciudadanos tienen derecho a saber si sus impuestos fueron a parar a proyectos auténticamente culturales o si se desviaron a otros destinos que no tienen por qué ser financiados por esta vía.
Creo relevante, además, remarcar que este proyecto, tildado como burocrático, no crea ningún organismo estatal nuevo, sino que intenta aprovechar la experiencia de una institución, como es el Fondo Nacional de las Artes, que con sus más y sus menos, tiene un prestigio indiscutible, y lo que es más importante aún, se trata de una institución pública no gubernamental. Alejamos con ello, el peligro de la intromisión de vaivenes políticos coyunturales, en la aplicación de esta ley.
La experiencia recogida en otros países es sin lugar a dudas muy valiosa, pero al momento de legislar es imprescindible tener en cuenta nuestras particularidades como país y como sociedad. No podemos ignorar que en el nuestro, la evasión fiscal constituye una tradición muy arraigada. Quienes tenemos una responsabilidad política ante el pueblo, estamos obligados a prever esta circunstancia, diseñando esquemas legales que, amén de ser eficaces en el logro de sus objetivos, eviten también quese filtren aspectos tan perniciosos como éste de la evasión fiscal. La historia ha demostrado que la simple copia de modelos foráneos, por más bien que funcionen en sus países de origen, aplicados a sociedades completamente distintas, no garantizan, en ningún caso la repetición de esos éxitos, sino antes bien todo lo contrario. Estados Unidos podrá ser un modelo valioso en la materia, pero no es con la copia literal que se reproducen los triunfos ajenos.
Creo que es importante también destacar, que el proyecto que he redactado ha sido elaborado luego de muchas discusiones y consultas, con distintos sectores del quehacer artístico y cultural, y que además se han organizado una serie de encuentros, que se realizarán en todo el país, para discutir con mayor profundidad esta iniciativa. Dichas reuniones concluirán con una audiencia pública que se celebrará en el Congreso Nacional, y en la que sería un lujo contar con el aporte de intelectuales de la talla de Mempo Giardinelli.
El fin de fomentar la cultura, no puede subordinarse a cualquier medio. Y la resignación al sometimiento de los poderes económicos porque �total evadirían igual�, surge como un medio perverso para lograr ese fin. Los mecanismos de control que prevé mi proyecto, ciertamente son perfectibles como todos los otros aspectos contemplados, y en este sentido todas las apreciaciones son bienvenidas, pero a fuerza de ser tachado de reglamentarista, he considerado que los mismos, son la única manera de garantizar que los medios sean adecuados a los fines, evitando una nueva defraudación a la confianza de los argentinos.
Estimado Mempo: si mi voluntad fuera generar una ley incapaz de obtener la recaudación de un solo peso para la cultura, como vos lo sostenés, no hubiera estado trabajando desde hace meses en pos de su concreción. Creo con toda sinceridad, que mi iniciativa está dirigida a estimular la participación privada en el financiamiento de la cultura, pero también creo que esta participación, debe darse con reglas de juego muy claras. Reglas que nada tienen que ver con el reglamentarismo que se me achaca, sino con la voluntad muy definida de no repetir errores del pasado, evitando que una idea tan noble como el apoyo a la cultura, pueda ser utilizada en provecho de intereses tan ajenos a ella.

* Diputado de la Nación.

 

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