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�Prometeo olvidado�, un antihéroe en su trampa

Laura Yusem dirige esta versión de la leyenda griega, condimentada con textos de Esquilo, Gide y Kafka. Aquí, el titán expulsado del Olimpo por Zeus es un oscuro personaje, rodeado de objetos inútiles.

�Tanto lío por un poco de fuego�, refunfuña Prometeo en escena.
La obra exige cierto grado de conocimiento de la mitología griega.


Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) La trascendencia del mito asusta al mismo Prometeo, aquí un contemporáneo que, olvidado de sí mismo, apenas guarda memoria del pasado. Sin embargo, su oficio en este tiempo es dar conferencias sobre su legendaria intervención en favor de los mortales, a los que, según la teogonía griega, Zeus, perjudicado por una estratagema del titán (quien, vaciando un buey, le ofreció un banquete de huesos y grasa, y entregó la carne a los humanos), había castigado quitándoles el fuego. La siguiente tarea de Prometeo, enemigo del dios tirano, fue robar semillas de fuego (fuente de conocimientos y predicciones) a la �rueda� del sol y llevarlas a la tierra, burlando nuevamente a Zeus. Como se supone que la anécdota es conocida por todos, nada de esto se dice en esta puesta experimental de Laura Yusem, inspirada en aquel episodio, retomado, entre otros, por el griego Esquilo en Prometeo encadenado. 
Basada justamente en esta obra, en textos de André Gide, George Bataille, Jorge Luis Borges y en las reflexiones de Franz Kafka (18831924) sobre el mito, la versión de Yusem y Eugenio Soto (también actor) expresa ante todo una derrota: Prometeo es un antihéroe y la mujer que lo acompaña (personificación del coro de Oceánides), su asistente en la insólita conferencia. No falta el águila, cuya función no es en esta versión devorar las entrañas del rebelde �como se cuenta que hizo en el monte Cáucaso� sino dormir, amorosamente cuidada por quien fuera su víctima. Mientras esta situación se prolonga, la mujer no cesará de remover, incansable, los numerosos trastos abandonados en el lóbrego recinto que los cobija: objetos y materiales degradados, y raídos zapatos sin dueño. 
Ante ese ambiente impregnado de símbolos, el público podrá imaginar otras derrotas. A veces, a través de la misma mujer. Asuntos sangrientos que deja entrever mientras recorre encorvada el mínimo recinto y se obstina en recomponer su pensamiento. �Ella es joven, y cree�, dirá su compañero, encendiendo una y otra vez las �cerillas prometeicas� que apenas alumbran el lugar. �Tanto lío por un poco de fuego�, refunfuñará después, exorcizando con humor una oscuridad real y contrarrestando con ironías la melancolía de la mujer que ordena los zapatos (siempre de a dos) y, en otra secuencia, la histeria de la joven Io. En medio de ese desorden se advierte, sin embargo, la intención de organizar el caos a partir de un juego que permita a cada uno capturar aquello que está olvidando. El conferencista es vagamente consciente de que el público espera conclusiones y que probablemente le exija hablar sobre el futuro y el sentido de su sacrificio. Sólo que él no tiene otra cosa para ofrecer que su extravío, mezcla de tragedia y humor disparatado. 
�Hacer memoria� desde el olvido es aquí tan importante como encontrarle sentido a la profusa utilización escénica de cajas, archivos, zapatos y escaleras, de materiales �condenados desde un principio a la basura�, como escribió el polaco Tadeusz Kantor refiriéndose a los de su teatro. Estos materiales constituyen en este montaje un estímulo tan poderoso como el del �objeto humano�: la trastornada Io, por ejemplo, descubierta en un cajón. El problema surge cuando el impacto que producen las imágenes no es sostenido con igual fuerza por las actuaciones ni la dramaturgia (el águila adormilada termina siendo una obviedad, lo mismo que la furia de Prometeo al quitar los zapatos de la escena). Lo que sucede con la utilería se da también con los personajes, básicamente con Io, Océano y Hermes (los dos últimos interpretados por un mismo actor). Según la mitología, Io era una doncella entregada a Zeus, quien más tarde la transformó en blanca ternera para librarla de la cólera de la celosa Hera. Pero ésta la atormentó igual, haciéndola perseguir por un tábano. 
En esta puesta, Io no es un animal sino una joven violada que, recuperada de un ataque de histeria, intenta seducir a Prometeo. En este punto, la obra se embrolla todavía más y los personajes se tornan más inasibles, especialmente Hermes, convertido en un empleado dispuesto a �apretar� a Prometeo para saber qué cosas recuerda (o calla). Prometeo, por su lado, sigue siendo el �héroe olvidado� de Kafka, a cuya reflexión Yusem y Soto sumaron otra, la de ser un olvidado de sí mismo. Alguien que no sabe qué quiere recuperar ni cómo hacerlo para no quedar nuevamente entrampado en lo que él llama �una lucha sin sentido�.

 

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