Oportunidad
�Alguien pagó, alguien cobró�, declaró ayer el juez Liporaci en una ajustada síntesis del hecho que investiga. Conocer la verdad y afrontarla es mejor que presentirla sin hacer nada. Por eso, no hay que tener miedo por el destino de las instituciones nacionales si, además, ninguna de ellas, en la actualidad, puede caer más abajo en el afecto público. Tampoco hay que temer por el porvenir del país porque hoy, después que también el juez aseveró que hubo sobornos en el Senado, las expectativas de futuro no son peores que las de anteayer. Por el contrario, a lo mejor es una oportunidad para barajar y dar de nuevo si se trata de impartir justicia. ¿Acaso la corrupción mayor no es la injusta distribución de la riqueza argentina que beneficia a tan pocos y condena a la miseria a millones de personas?
La desconfianza o la indiferencia alimentan sentimientos contradictorios en las reacciones públicas. Por un lado, nueve de cada diez argentinos creen que los sobornos son tan habituales en la política práctica que sólo así pueden amasarse fortunas ilícitas que son exhibidas sin vergüenza en las crónicas de ricos y famosos. Al mismo tiempo, ocho de cada diez suponen que al final el escándalo terminará en nada. Llegan a la conclusión decepcionante por distintos motivos, entre ellos los que atribuyen el asunto a la simple manifestación impúdica del canibalismo interno de los partidos.
Mientras algunos pretenden leer entre líneas, otros describen conjuras elaboradas hasta el mínimo detalle o diseñan pronósticos rotundos apoyados en la previa descalificación de los protagonistas principales. Aun los que aplauden la denuncia se preguntan si no será un sacrificio inútil. Los rumores inundan los espacios de la política y de los medios en una carrera sin descanso, plagados de anuncios sin confirmar y de presagios que van desde cambios inminentes en el gabinete hasta la aparición de oportunos arrepentidos que pongan punto final a la investigación. Maniobras como la de los tres senadores de La Rioja (dos menemistas y un radical) que van en busca de una ratificación segura en la legislatura provincial, se mezclan con la sensación de los oficialistas de que ninguno tiene el empleo atado. Hijo y nieto de tantas esperanzas defraudadas, el pesimismo se vuelve así el mejor aliado de los truhanes.
Puede ser prematuro para disipar las desconfianzas, ya sea porque no hay verdades suficientes a la vista o porque el contrato entre la política y la gente, tantas veces traicionado, necesita garantías muy fuertes para recuperar la credibilidad sostenida y estable. Por otra parte, ni siquiera los personajes más encumbrados pueden garantizar un final feliz, porque en la dinámica de estos procesos hay una cuota de azar y otra de voluntad que van surgiendo a medida que se desenvuelven.
Lo más importante que no puede descartarse desde ahora es la oportunidad abierta de acabar con la hipocresía política que se apoya en la corrupción y la impunidad. Cuando el Frente Grande, un rejuntado de fracciones de centroizquierda, desafió hace diez años al bipartidismo tradicional también parecía una misión imposible, pero la voluntad o la necesidad popular derrotaron a los agoreros. Tampoco en la tradicional subcultura partidaria de la UCR cabía la apertura hacia frentes interpartidarios, pero ante la ubicación como tercera minoría en las encuestas electorales aceptó la formación en 1997 de la Alianza con el Frepaso, aunque todavía hoy no son pocos sus afiliados que preferirían vivir en la soledad del pasado. Es que los hábitos arraigados son difíciles de olvidar.
Más difícil todavía es percibir el cambio de una época por otra. Cuando el menemismo perdió primero la chance del tercer mandato y luego las elecciones presidenciales en octubre del año pasado (a veces parece que pasó un siglo), la mayoría de los votantes tuvo la sensación de clausuraruna etapa histórica. Las urnas no alcanzaron para frenar el impulso de la economía conservadora de la injusticia y, ahora se ve, tampoco para terminar con los hábitos corruptores. ¿Será ésta la oportunidad de iniciar la época nueva que debió comenzar en diciembre último?
Tal vez la suposición sea presuntuosa, pero aun si se confirman las predicciones más pesimistas, el tiempo dirá si la sociedad tuvo el ánimo disponible para aprovechar la oportunidad o para perderla. Por lo pronto, los políticos que se ubican en el campo progresista todavía no han reaccionado al momento, extraviados en la novedad o en cálculos internistas. No es cuestión de correr a la cola del vicepresidente Carlos Alvarez sino de embestir como se pueda para derrotar a la corrupción y hacer de esa victoria parcial el anticipo de otras batallas exitosas para cambiar el rumbo de la historia y terminar de una buena vez con la última década infame. Inmovilizarse para eludir la eventual derrota es el camino más rápido hacia el fracaso.
La derecha política no ha vacilado en redoblar los esfuerzos para meter una cuña en la cúspide de la Alianza para anular hasta las más tímidas resistencias o vacilaciones y así empujar con más vigor al presidente Fernando de la Rúa hacia los mismos compromisos que defendió su antecesor con tanto ahínco. Quieren prolongar la era menemista tanto como puedan o le permitan. La derecha económica, la de los grupos más concentrados, ni siquiera se ha inquietado, porque hace rato que desligó sus negocios de los avatares de la política, a la que subordinaron al programa único del mercado. En todo el mundo, la economía globalizada prefiere prescindir del Poder Legislativo, porque para el ritmo de los negocios, cuando los capitales financieros se mueven a velocidades cibernéticas, el debate político se hace insoportable. Prefieren regímenes presidencialistas que gobiernen por decretos de necesidad y urgencia, al compás de las presiones y los golpes de mercado, porque les resulta más fácil y barato.
La oportunidad demanda, a los que reclaman una nueva economía, renovados esfuerzos en contra de la continuidad conservadora. Incluso en los tribunales, como lo acaba de hacer la diputada Alicia Castro que pidió una medida cautelar que suspenda la aplicación de la reforma laboral que impuso la ley votada, según las certezas del propio juez actuante, porque �alguien pagó y alguien cobró�. Los que prefieran quedarse al margen para �no hacerle el juego a éste o al de más allá� habrán desperdiciado la ocasión de arrancar compromisos en favor del bien común. Aunque sea para contrarrestar la presión de la derecha económica que tratará de conseguir, en esta pausa legislativa, la sanción de decretos presidenciales que refuercen las tendencias económicas del privilegio. Mientras tanto, la recaudación aumentó lo mismo que el precio de las naftas y el gasoil, dos veces en un mes, con sus inevitables repercusiones sobre el transporte de personas y mercancías. La batalla por nuevas maneras de hacer política, el sentido mismo de la ética, perderá peso específico si corre a la par de una economía que sigue fabricando pobreza y exclusión. La ética y la injusticia son términos recíprocamente contradictorios.
No toda la sociedad permanece inmóvil. Entre los estruendos y humaredas del Senado, que acaparan las miradas públicas, asoman innumerables focos de protesta de todos los que no tienen recursos para comprar protección y dependen de sus propias fuerzas. Quizás esas movilizaciones no tengan la dimensión necesaria ni sus reivindicaciones el alcance transformador que serían deseables para que el destino nacional sea orientado por la voluntad general en lugar de maquinaciones de gabinete, pero existen y no aflojan. Ellos son los verdaderos estafados por los que pagan y por los que cobran y son los únicos que merecen siempre una nueva oportunidad. A ellos, el próximo viernes, la Iglesia Católica argentina les dirigirá un mensaje de arrepentimiento y pedirá perdón por los errores cometidos en la historia argentina. Sería lindo pensar que ese gesto, aunque estáinspirado en el jubileo universal del Vaticano, pueda anotarse como otro signo de nuevos tiempos. |