La industria del
tachín, tachín
Suponer que con la designación de Javier Tizado el Gobierno adoptó un sesgo industrialista puede constituir una deducción lineal en una cuestión muy compleja. Si Tizado siguiera fiel a la manera como defendió los intereses de Techint mientras condujo Siderar, su política fabril tendrá algunos ganadores y muchos perdedores. Así como desde su cargo privado provocó víctimas entre la industria argentina, las podría seguir causando desde la Secretaría de Industria y Comercio. Por de pronto, allí confirmó como subsecretario a Gonzalo Martínez Mosquera, designado por Débora Giorgi y hermano de Marcelo M.M., quien acaba de suceder a Tizado en la cúspide de Tecpetrol (Techint) y es el candidato de Agostino Rocca para la acería, mientras Paolo respalda a Daniel Novegil, vuelto de la venezolana Sidor. Además, la Comisión Nacional de Comercio Exterior, que analiza y juzga todos los conflictos comerciales (casos de dumping, entre ellos), es presidida desde febrero por Elena Di Vicco, a la que se considera vinculada a Techint, tanto por su anterior actuación como vocal en la CNCE, como por su relación, durante 1999, con la consultora White & Case, que representa al grupo de los Rocca en los litigios que se le presentan en Estados Unidos. En síntesis, aunque era sabido que Tizado debía alejarse del conglomerado antes de fin de año, como factura por algunos errores estratégicos, pocos se atreven a asegurar su independencia.
El estilo Tizado marcó la manera en que la rama siderúrgica de Techint protegió su mercado, trabando la competencia importada y el desembarco de nuevos jugadores. Luego de haber denunciado por dumping a la siderurgia brasileña (y también a rusos y ucranianos), Siderar cerró un acuerdo con ellos para repartirse el mercado. Había acometido contra las tres acerías brasileñas que laminan en caliente (primer paso del proceso): CSN (Compañía Siderúrgica Nacional), Usiminas y Cosipa (Compañía Siderúrgica Paulista, del grupo Usiminas). Esa denuncia implicó, en principio, romper un cartel que existía en el Mercosur, armado por Usiminas y Siderar (aquella tiene un 5% del capital de ésta, y ambas son socias en Sidor, que en 1999 perdió 250 millones de dólares). El cartel consistía en respetarse mutuamente la preeminencia de cada una en su propio mercado, limitando las exportaciones bilaterales. Pero Techint pateó el tablero al quedarse con la galvanizadora Comesi, que le compraba chapa a Siderar pero competía con ARSA, la galvanizadora de Siderar.
Mientras existió Somisa, Comesi y otros galvanizadores independientes vivían bajo su paraguas protector. La acería estatal le vendía a precios especiales a Propulsora Siderúrgica (Techint), que laminaba en frío (segundo paso del proceso). La estructura de precios daba para que todos subsistieran y regía una estructura de precios que les permitía sobrevivir a los autónomos. Al ser adquirida Somisa por Techint, los independientes fueron siendo estrujados mediante el expediente de encarecer la chapa laminada en frío y mantener el precio de la galvanizada. Siderar buscaba más ganancias aguas abajo, convirtiéndose en duro competidor de sus propios clientes.
Comesi tenía como accionista minoritario al mexicano Clarión Reyes, cuya familia controla la poderosa siderúrgica IMSA, de Monterrey. En 1997 se anunció que ésta se quedaría con el control de Comesi mediante una inyección de capital destinada al montaje de un tren de laminación en frío, con el cual disminuiría la dependencia de la chapa de Techint. Este proyecto alarmó tanto a los Rocca que negociaron febrilmente con los mexicanos su no ingreso al mercado argentino. Finalmente, compraron Comesi en 65 millones al contado, cuando el valor estimado por las consultoras rondaba los 40 millones. En solo dos meses, los mexicanos habían hecho una enorme ganancia. Pero el proyecto, que había empezado a realizarse en Canning (Ezeiza), quedó abortado, mientras los Rocca se volvían dueños absolutos del mercado de la chapa galvanizada.
Cuando entró Techint, Comesi dejó de importar chapa de Usiminas y CSN, pasando a abastecerse exclusivamente en Siderar. Esto desbalanceó el cartel, porque los brasileños, al perder a Comesi como cliente, salieron a buscar otros. Cuando los lograron, Siderar les inició la causa por dumping. En realidad, toda empresa exporta a precios inferiores a los que aplica en su mercado, conformándose con recuperar costos variables y una porción de los fijos. Por tanto, la clave es demostrar que las importaciones producen daño a los productores locales, lo cual le costó sostener a Siderar a la luz de los resultados que obtuvo. De hecho, la acería de los Rocca figura entre las más rentables del mundo.
Todo concluyó en un acuerdo: se convino un precio y se establecieron cuotas de mercado. Sin embargo, la víspera de su partida, el ex secretario de Industria, Alieto Guadagni, firmó una resolución por la cual en un conjunto de productos que habían quedado fuera del acuerdo, como los planchones, se le otorgó a Siderar el acogimiento al régimen de especialización industrial, que le permitiría importarlos de cualquier país pagando sólo un 2 por ciento, mientras los demás jugadores tenían que pagar el 17. Esos planchones se convirtieron en una carta de negociación para el laminado en frío, tras haber cerrado el acuerdo para el laminado en caliente. Si los brasileños firmaban, Siderar les compraría una parte sustancial de los planchones que importaría.
Otro caso emblemático es el de la chapa producida mediante un procedimiento tecnológico nuevo llamado galvanneal, que se utiliza hoy para los automóviles y Siderar no produce porque no consideró conveniente realizar la inversión. Este es otro tema conflictivo con las automotrices, cuya tendencia hacia vehículos globalizados las lleva a rechazar construirlos con chapa más pesada y menos dúctil para el estampado, como la provista por los Rocca. Las terminales son clientes molestos, que exigen una permanente adecuación tecnológica, a diferencia de otras franjas del mercado, como la construcción o la maquinaria agrícola, que es hacia donde apuntan preferentemente los Rocca. Según algunos expertos, aunque Siderar se aleja cada vez más de las usinas siderúrgicas de punta del mundo, ese retraso no indica un fracaso sino una decisión estratégica. Hasta ahora, y de acuerdo a comentarios del mercado, Siderar y Usiminas, reconstruido el cartel, aplicaron la táctica de encarecer en la Argentina la chapa galvanneal tanto como podían para lograr que se mantuviera la demanda de la chapa vieja.
En todos estos manejos, Tizado dejó su impronta. Consiguió, tras un juego de alianzas y traiciones, que el siderúrgico haya vuelto a ser un mercado previsible, mantenido bajo control mediante acuerdos de precios o de cuotas, con la menor dosis de competencia posible. El acero, exceptuado del arancel externo común del Mercosur, goza de una protección significativamente alta, que le permite a Siderar aplicar precios altos a los clientes cautivos y así exhibir una rentabilidad envidiable. Alguien podrá explicar que éste es el precio que debe pagar la Argentina por gestar una multinacional, pero, de hecho, la decisión de pagarlo (y hacérselo pagar a otros industriales menos afortunados) no parece haber sido tomada por ningún gobierno sino por el propio grupo empresario y su enorme y tentacular poder de lobby. |