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Por Juan Gelman

A José Luis D�Andrea Mohr

El destino del Generalísimo del Este (Oberbefehlshaber Ost) del ejército alemán, Johannes Blaskowitz, abriga no pocas incógnitas. En la mañana del 5 de julio de 1948, cuando era sacado de la prisión de seguridad donde esperaba el fallo del Tribunal de Nuremberg que lo juzgaba por crímenes de guerra, se suicidó arrojándose por el hueco de una escalera. Es el primer misterio: las acusaciones contra él no tenían mucho sustento y sus defensores estimaban �y se lo dijeron� que era muy probable que fuera absuelto. Fue un final enigmático para un jefe militar que osciló entre el disenso con los métodos nazis y la obediencia debida.
El generalísimo, nombrado a fines de octubre de 1939 jefe militar de la Polonia ocupada, no tardó en escandalizarse por el comportamiento de las SS. A un mes de desempeñar el cargo elevó un informe en el que se quejaba de la mala relación entre sus tropas y los �policías� de Himmler. Señalaba que los efectivos de las SS no hacían �contribución visible alguna al mantenimiento del orden� y que en realidad sembraban �el terror en la población�, socavando la reputación del ejército y convirtiendo al país conquistado �en una entidad prácticamente ingobernable�. En los meses siguientes Blaskowitz reiteró sus informes con listas detalladas de los crímenes perpetrados contra civiles por las SS. El más duro advertía sobre �el indecible embrutecimiento y la degradación moral que se podrían propagar como una peste� entre las tropas alemanas si no se ponía coto a esos delitos. �Tales crímenes �escribía� provocan asco y repulsión en todos los soldados. No pueden comprender que esas cosas queden impunes.� Cerró ese informe recomendando la disolución de las SS.
Hitler cayó, según testigos, en un acceso violentísimo de furia cuando lo leyó, mezclando insultos con despectivas referencias a los comandantes �infantilizados� que pensaban que �las guerras se pueden ganar con los métodos del Ejército de Salvación�. En la Polonia sometida, el poder real ya había pasado de la Werhmacht a las SS y el generalísimo, relevado en mayo de 1940, fue relegado al comando de la reserva con asiento en Dresden. Allí comenzó a crecer otro de los enigmas del militar crítico.
A pesar de sus acerbas denuncias de �los excesos� de los hombres �psíquicamente perturbados� de las SS, guardó obediencia y quién sabe dónde habrá guardado su lucidez acerca de las atrocidades que moraban en las entrañas del nazismo. No se unió a la conspiración contra Hitler. Más: el 21 de julio de 1944, día siguiente al atentado del que éste salió prácticamente ileso, le envió un telegrama asegurando que �todos los alemanes, hombres y soldados alemanes, repudiamos este crimen, el más perverso y horrible, con un sentimiento de horror y consternación, pero reverenciamos a la Providencia que ha salvado a nuestro Führer y estamos decididos a sostenerlo, Führer mío, con más vigor que nunca�. 
Blaskowitz nunca fue enviado a combatir después de su relevo y pasó casi toda la guerra en el sur de Francia, adiestrando unidades para el frente ruso. En 1944 tuvo un papel central en la retirada alemana de esa región y terminó en Holanda, con sus tropas rodeadas por los Aliados y sin querer rendirse a pesar de los ruegos del encargado de la administración nazi del país. Sus posiciones se desmoronaban ante el avance enemigo y él seguía ordenando el fusilamiento de los desertores, ejercicio en el que no cesó ni aun después de rendirse. Era fiel a la tipología clásica que divide a los soldados en héroes, vacilantes y cobardes, y que enarbola el principio de �la moral combatiente�, de la que �el honor� es un componente particular. Desde luego: no entran en la primera categoría los Videla, Massera, Harguindeguy, Astiz, Cavallo y tantos otros represores que supimos conseguir, especialistas en robar bebés, secuestrar, torturar,asesinar a prisioneros inermes y desaparecer sus cadáveres. Estos pertenecen a la última categoría, la de los cobardes. Como �sólo un ejemplo� los miembros del Tribunal Superior de Honor del Ejército argentino que devolvieron lustradito su �honor� al general Cabanillas, segundo jefe de la cadena de mandos militares del centro clandestino de detención �Automotores Orletti�. Eso sí: a todos ellos les sobra �honor� y �heroísmo� para callar sus crímenes.
La persona del generalísimo Johannes Blaskowitz fue un campo de batalla entre su claridad acerca de la barbarie nazi �claridad producto, dicen, de una ética cristiana rigurosa� y la obediencia a los principios de la institución. Ante ese conflicto eligió esa forma de la cobardía que puede ser la pasividad. Tal vez en la prisión de seguridad de Nuremberg supo que el coraje a que obliga la conciencia tiene más densidad y latitud que el coraje en el combate. Tal vez se suicidó porque lo había alcanzado esa demorada lucidez.


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