Juan Domingo Perón
se estaba equivocando a futuro cuando dijo que para un peronista
no había nada mejor que otro peronista. La renuncia de los
tres senadores por La Rioja lo pone en evidencia. Los justicialistas
Jorge Yoma y Eduardo Menem, junto al radical Raúl Galván,
presentaron al unísono sus dimisiones a las respectivas bancas
y se aseguraron el rebote: el presidente de la Legislatura anunció
de inmediato que serán rechazadas. El trío de La Rioja
cree que ha logrado fortalecerse con la maniobra, reacomodarse ante
el vendaval que despeina a la clase política. Fue un acuerdo
suprapartidario, un acuerdo intraprovincial, signado por una misma
doble pertenencia, a la misma provincia y a la misma corporación.
Es curioso cómo ciertos intereses se imponen a los que deberían
prevalecer, los de los partidos, los de las alianzas, los de la
Nación. En este caso es difícil deslindar dónde
acaban los corporativos y empiezan los provinciales. Hace años
solía explicarse que no había nada más parecido
a un demócrata del sur que un republicano del norte. Se señalaba,
en el fondo, la gravitante incidencia de los orígenes, de
las señas particulares, del código genético
con que marca el territorio.
Lo del trío senatorial riojano no puede ser tomado más
que como una jugarreta, bastante impropia del contexto; un chiste
que se suma al del voto tarifado. Quizás sea que en esta
situación los protagonistas estén impedidos de hacer
nada serio, de hallar salidas decorosas. Pero, bueno, tampoco es
la primera vez. Sucedió, por ejemplo, con la aprobación
de los pliegos del procurador general de la Nación, el justicialista
mendocino Nicolás Becerra. Aquel lunes, el senador radical
José Genoud, su coterráneo, se abstuvo en la votación
y negó que el procurador estuviera, como está, severamente
pringado en la radicación ilegal de Monzer Al Kassar. Genoud
lo sabía, como mendocino y como senador. ¿Funcionó
la atracción centrípeta de la tierra, el pacto político?
Lo cierto es que un acuerdo podía haber obligado a Genoud
a no oponerse al nombramiento de Becerra, pero no lo obligaba a
desmentir lo evidente. Alcanzaba con ignorar la respuesta a la pregunta
incómoda. Sin embargo, el senador Genoud dio un paso más.
Ese plus quizás haya sido deudor de la aldea. El caso Yabrán
constituyó otro ejemplo de la fragilidad de los lineamientos
partidarios: hubo yabranistas aquí y allá, en escaños
radicales y en escaños justicialistas. La amarilla
de OCA flameó sobre cualquier otra insignia. Habrá
épocas más propicias para estudiar la hipótesis
de que una línea transversal recorre los partidos tradicionales
y compromete su identidad. Será la oportunidad de pensar
si la causa es la ausencia de empresas colectivas, reemplazada por
un amasijo de proyectos personales. Hoy, la que se lleva la sortija
es la frase que, dicen, acuñó Winston Churchill: Si
los pueblos supieran cómo los gobiernan, se suicidarían
en masa.
|