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OPINION

El trío de La Rioja

Por Susana Viau

Juan Domingo Perón se estaba equivocando a futuro cuando dijo que para un peronista no había nada mejor que otro peronista. La renuncia de los tres senadores por La Rioja lo pone en evidencia. Los justicialistas Jorge Yoma y Eduardo Menem, junto al radical Raúl Galván, presentaron al unísono sus dimisiones a las respectivas bancas y se aseguraron el rebote: el presidente de la Legislatura anunció de inmediato que serán rechazadas. El trío de La Rioja cree que ha logrado fortalecerse con la maniobra, reacomodarse ante el vendaval que despeina a la clase política. Fue un acuerdo suprapartidario, un acuerdo intraprovincial, signado por una misma doble pertenencia, a la misma provincia y a la misma corporación. Es curioso cómo ciertos intereses se imponen a los que deberían prevalecer, los de los partidos, los de las alianzas, los de la Nación. En este caso es difícil deslindar dónde acaban los corporativos y empiezan los provinciales. Hace años solía explicarse que no había nada más parecido a un demócrata del sur que un republicano del norte. Se señalaba, en el fondo, la gravitante incidencia de los orígenes, de las señas particulares, del código genético con que marca el territorio.
Lo del trío senatorial riojano no puede ser tomado más que como una jugarreta, bastante impropia del contexto; un chiste que se suma al del voto tarifado. Quizás sea que en esta situación los protagonistas estén impedidos de hacer nada serio, de hallar salidas decorosas. Pero, bueno, tampoco es la primera vez. Sucedió, por ejemplo, con la aprobación de los pliegos del procurador general de la Nación, el justicialista mendocino Nicolás Becerra. Aquel lunes, el senador radical José Genoud, su coterráneo, se abstuvo en la votación y negó que el procurador estuviera, como está, severamente pringado en la radicación ilegal de Monzer Al Kassar. Genoud lo sabía, como mendocino y como senador. ¿Funcionó la atracción centrípeta de la tierra, el pacto político? Lo cierto es que un acuerdo podía haber obligado a Genoud a no oponerse al nombramiento de Becerra, pero no lo obligaba a desmentir lo evidente. Alcanzaba con ignorar la respuesta a la pregunta incómoda. Sin embargo, el senador Genoud dio un paso más. Ese plus quizás haya sido deudor de la aldea. El caso Yabrán constituyó otro ejemplo de la fragilidad de los lineamientos partidarios: hubo yabranistas aquí y allá, en escaños radicales y en escaños justicialistas. La “amarilla” de OCA flameó sobre cualquier otra insignia. Habrá épocas más propicias para estudiar la hipótesis de que una línea transversal recorre los partidos tradicionales y compromete su identidad. Será la oportunidad de pensar si la causa es la ausencia de empresas colectivas, reemplazada por un amasijo de proyectos personales. Hoy, la que se lleva la sortija es la frase que, dicen, acuñó Winston Churchill: “Si los pueblos supieran cómo los gobiernan, se suicidarían en masa”.


 

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