Por
Santiago Rodríguez
No me consta que haya corrupción; no soy ni fui testigo
presencial de ningún hecho de corruptela, sostuvo uno. Desconozco
algún manejo irregular, aseguró otro. No fue ayer
ni la semana pasada. Y, aunque parezca, tampoco lo dijeron los senadores,
sospechados de haber cobrado coimas para aprobar la Ley de Reforma Laboral.
Ese era el discurso de la amplia mayoría de peronistas y radicales
del Concejo Deliberante porteño allá por 1993, cuando las
denuncias de concejales de lo que ahora es el Frepaso sacaron a la luz
los negociados que allí se realizaban. Las declaraciones y la repetición,
en líneas generales, de los roles de cada fuerza política
son sólo algunos de los muchos puntos de contacto que existen entre
el caso de la Cámara alta y la historia del viejo Concejo, un cuerpo
al que los sucesivos escándalos de corrupción terminaron
por sentenciar de muerte.
Lo del Senado me hace acordar al Concejo, comentó a
Página/12 un frepasista que acompañó a Aníbal
Ibarra en sus primeros años de concejal, y recordó que muchas
veces nos planteábamos hasta dónde avanzar sin poner en
riesgo la institución. Ese era, como algunos senadores ahora,
el fantasma que agitaba más de un edil. Tampoco faltaban quienes
advertían que pretenden llevar a cabo una maniobra de desprestigio
del Concejo con el claro fin de cerrarlo.
Fue en 1991, a partir del ingreso como candidato del Fredejuso del ahora
jefe de Gobierno, que empezaron a quedar al descubierto los negociados
del Concejo, cuyos años dulces transcurrieron del 87
al 91. Su llegada vino a respaldar la hasta entonces prédica
solitaria del socialista Norberto La Porta, quien había entrado
en el 89 y más que con la denuncia, rechazaba las prácticas
políticas de sus pares votando en contra de cada negocio.
El papel de Chacho (Alvarez) es el mismo que el de Aníbal
y el de todos nosotros en aquella época, pero desde un lugar mucho
más complicado. Nosotros éramos oposición y después
no teníamos necesidad de recomponer con aquellos a los que denunciábamos.
Chacho es el vicepresidente y, además, debe conducir el Senado,
reflexionó un frepasista que ingresó al Concejo en el 93.
El senador frepasista porteño Pedro Del Piero explicó días
atrás en la Legislatura de la ciudad que el problema del
Senado es que desde hace cinco o seis años existe un único
sistema de acuerdos, en el cual son siempre los mismos los que deciden
todo. Advirtió, además, que a cualquier cuerpo legislativo
un mecanismo de esas característicos lo torna ineficiente
y favorece la corrupción.
Algo así sucedía en el Concejo, cuyos años dulces
transcurrieron del 87 al 91. Eran años los dos
últimos del gobierno de Raúl Alfonsín y los dos primeros
de Carlos Menem en que la atención estaba enfocada en otros
asuntos. Peronistas y radicales se manejaban a sus anchas y unos pocos
dirigentes de esos dos partidos decidían en una mesa cuáles
proyectos salían y cuáles no. Las reuniones de labor
parlamentaria eran lo más parecido a un partido de poker,
graficó un asesor de esa época.
Alguna vez el mismo Ibarra admitió que uno de sus colegas le dijo:
Viniste en mala época; antes se podía afanar en serio.
Hay cosas que, del mismo modo que en el Senado, todos saben, pero nadie
se atreve a confirmar públicamente. Uno de esos secretos a voces
es que para la renegociación del contrato de recolección
de la basura en el 90, cada concejal habría recibido un sobre
con 50 mil dólares en el Hotel City a cambio del voto o de su silencio.
A uno de los cinco ediles que se asegura que no entraron en el negocio
entre ellos La Porta una importante autoridad del Concejo
le preguntó entonces:
¿Hasta dónde piensa llegar?
Ustedes hasta ahora se llevaron el dinero y la gloria. Sigan llevándose
el dinero mientras la gente los vote, que yo voy a tratar de llevarme
la gloria.
Para la mayoría de los concejales la Corporación
estaba por encima de todo y así lo hacían saber a aquellos
que ingresaban al cuerpo. Acá, somos todos amigos. En las
sesiones discutimos, nos peleamos, pero después somos todos amigos
y repartimos todo entre todos. Cualquier favor que necesites venís
y me lo pedís, que te lo hago. Ah, y otra cosa: está muy
mal visto denunciar las cosas afuera, la gente cree que los que hablan
están enojados porque les dieron menos de lo que les correspondía,
era el modo en que los viejos recibían a los nuevos.
Hay otra anécdota que demuestra ese espíritu de cuerpo.
En mayo del 94, cuando la situación se tornó insostenible,
el bloque del PJ accedió a licenciar sin goce de sueldo a los tres
concejales de esa bancada procesados por la Justicia: Juan Carlos Suardi
a la postre el primer funcionario condenado por un hecho de corrupción
desde el retorno a la democracia, Raúl Padró y Jorge
Pirra. Sus compañeros se mostraron entonces dispuestos a armar
una vaquita para que no se quedaran con los bolsillos vacíos
y el que se ofreció a organizar la colecta como una cuestión
de camaradería fue nada menos que Juan Manuel Pico, quien
terminó prófugo y preso por estafar a 534 personas con la
venta de viviendas mientras ocupaba la presidencia del Concejo.
Para entonces, los casos emblemáticos de corrupción, como
la construcción de la escuela shopping, por la cual fueron procesados
después el ex intendente Carlos Grosso y siete concejales; la aprobación
de madrugada de excepciones al Código de Planeamiento Urbano, mediante
las cuales un terreno triplicaba su valor de un día para el otro;
y la proliferación de ñoquis, que sólo pasaban a
cobrar los 29 de cada mes, habían sumido al Concejo en un desprestigio
del que jamás se recuperó.
Aquellas denuncias obligaron a blanquear los acuerdos políticos.
Por ejemplo, para la creación de la Corporación del Sur
en el Concejo hubiera corrido plata, graficó un hombre del
Frepaso que fue concejal y ahora recaló en el Ejecutivo porteño
después de pasar por la Legislatura. Fue la creación de
un nuevo cuerpo legislativo a partir de la sanción de la
Constitución local, en la cual se consagraron además estrictas
normas presupuestarias y de funcionamiento del cuerpo la única
manera de sepultar las prácticas que caracterizaron al Concejo.
La oportunidad para seguir un camino semejante en la Cámara alta
quizás sea la elección directa de los senadores, prevista
para el 2001 en la reforma constitucional del 94.
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