Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


KIOSCO12

�Acá repartimos todo entre todos�

El Concejo Deliberante es el antecedente más importante de lo que ocurre en el Senado. Historias pícaras más que aleccionadoras.

Por Santiago Rodríguez

t.gif (862 bytes)  “No me consta que haya corrupción; no soy ni fui testigo presencial de ningún hecho de corruptela”, sostuvo uno. “Desconozco algún manejo irregular”, aseguró otro. No fue ayer ni la semana pasada. Y, aunque parezca, tampoco lo dijeron los senadores, sospechados de haber cobrado coimas para aprobar la Ley de Reforma Laboral. Ese era el discurso de la amplia mayoría de peronistas y radicales del Concejo Deliberante porteño allá por 1993, cuando las denuncias de concejales de lo que ahora es el Frepaso sacaron a la luz los negociados que allí se realizaban. Las declaraciones y la repetición, en líneas generales, de los roles de cada fuerza política son sólo algunos de los muchos puntos de contacto que existen entre el caso de la Cámara alta y la historia del viejo Concejo, un cuerpo al que los sucesivos escándalos de corrupción terminaron por sentenciar de muerte.
“Lo del Senado me hace acordar al Concejo”, comentó a Página/12 un frepasista que acompañó a Aníbal Ibarra en sus primeros años de concejal, y recordó que “muchas veces nos planteábamos hasta dónde avanzar sin poner en riesgo la institución”. Ese era, como algunos senadores ahora, el fantasma que agitaba más de un edil. Tampoco faltaban quienes advertían que “pretenden llevar a cabo una maniobra de desprestigio del Concejo con el claro fin de cerrarlo”.
Fue en 1991, a partir del ingreso como candidato del Fredejuso del ahora jefe de Gobierno, que empezaron a quedar al descubierto los negociados del Concejo, cuyos años “dulces” transcurrieron del ‘87 al ‘91. Su llegada vino a respaldar la hasta entonces prédica solitaria del socialista Norberto La Porta, quien había entrado en el ‘89 y más que con la denuncia, rechazaba las prácticas políticas de sus pares votando en contra de cada negocio.
“El papel de Chacho (Alvarez) es el mismo que el de Aníbal y el de todos nosotros en aquella época, pero desde un lugar mucho más complicado. Nosotros éramos oposición y después no teníamos necesidad de recomponer con aquellos a los que denunciábamos. Chacho es el vicepresidente y, además, debe conducir el Senado”, reflexionó un frepasista que ingresó al Concejo en el ‘93.
El senador frepasista porteño Pedro Del Piero explicó días atrás en la Legislatura de la ciudad que “el problema del Senado es que desde hace cinco o seis años existe un único sistema de acuerdos, en el cual son siempre los mismos los que deciden todo”. Advirtió, además, que a cualquier cuerpo legislativo un mecanismo de esas característicos “lo torna ineficiente y favorece la corrupción”.
Algo así sucedía en el Concejo, cuyos años “dulces” transcurrieron del ‘87 al ‘91. Eran años –los dos últimos del gobierno de Raúl Alfonsín y los dos primeros de Carlos Menem– en que la atención estaba enfocada en otros asuntos. Peronistas y radicales se manejaban a sus anchas y unos pocos dirigentes de esos dos partidos decidían en una mesa cuáles proyectos salían y cuáles no. “Las reuniones de labor parlamentaria eran lo más parecido a un partido de poker”, graficó un asesor de esa época.
Alguna vez el mismo Ibarra admitió que uno de sus colegas le dijo: “Viniste en mala época; antes se podía afanar en serio”. Hay cosas que, del mismo modo que en el Senado, todos saben, pero nadie se atreve a confirmar públicamente. Uno de esos secretos a voces es que para la renegociación del contrato de recolección de la basura en el ‘90, cada concejal habría recibido un sobre con 50 mil dólares en el Hotel City a cambio del voto o de su silencio. A uno de los cinco ediles que se asegura que no entraron en el negocio –entre ellos La Porta– una importante autoridad del Concejo le preguntó entonces:
–¿Hasta dónde piensa llegar?
–Ustedes hasta ahora se llevaron el dinero y la gloria. Sigan llevándose el dinero mientras la gente los vote, que yo voy a tratar de llevarme la gloria.
Para la mayoría de los concejales la “Corporación” estaba por encima de todo y así lo hacían saber a aquellos que ingresaban al cuerpo. “Acá, somos todos amigos. En las sesiones discutimos, nos peleamos, pero después somos todos amigos y repartimos todo entre todos. Cualquier favor que necesites venís y me lo pedís, que te lo hago. Ah, y otra cosa: está muy mal visto denunciar las cosas afuera, la gente cree que los que hablan están enojados porque les dieron menos de lo que les correspondía”, era el modo en que los “viejos” recibían a los “nuevos”.
Hay otra anécdota que demuestra ese espíritu de cuerpo. En mayo del ‘94, cuando la situación se tornó insostenible, el bloque del PJ accedió a licenciar sin goce de sueldo a los tres concejales de esa bancada procesados por la Justicia: Juan Carlos Suardi –a la postre el primer funcionario condenado por un hecho de corrupción desde el retorno a la democracia–, Raúl Padró y Jorge Pirra. Sus compañeros se mostraron entonces dispuestos a armar una “vaquita” para que no se quedaran con los bolsillos vacíos y el que se ofreció a organizar la colecta “como una cuestión de camaradería” fue nada menos que Juan Manuel Pico, quien terminó prófugo y preso por estafar a 534 personas con la venta de viviendas mientras ocupaba la presidencia del Concejo.
Para entonces, los casos emblemáticos de corrupción, como la construcción de la escuela shopping, por la cual fueron procesados después el ex intendente Carlos Grosso y siete concejales; la aprobación de madrugada de excepciones al Código de Planeamiento Urbano, mediante las cuales un terreno triplicaba su valor de un día para el otro; y la proliferación de ñoquis, que sólo pasaban a cobrar los 29 de cada mes, habían sumido al Concejo en un desprestigio del que jamás se recuperó.
“Aquellas denuncias obligaron a blanquear los acuerdos políticos. Por ejemplo, para la creación de la Corporación del Sur en el Concejo hubiera corrido plata”, graficó un hombre del Frepaso que fue concejal y ahora recaló en el Ejecutivo porteño después de pasar por la Legislatura. Fue la creación de un nuevo cuerpo legislativo –a partir de la sanción de la Constitución local, en la cual se consagraron además estrictas normas presupuestarias y de funcionamiento del cuerpo– la única manera de sepultar las prácticas que caracterizaron al Concejo.
La oportunidad para seguir un camino semejante en la Cámara alta quizás sea la elección directa de los senadores, prevista para el 2001 en la reforma constitucional del ‘94.

 

PRINCIPAL