Por
Luciano Monteagudo
Para el director holandés Paul Verhoeven, radicado desde hace
tres lustros en Hollywood, las raíces de su nueva película,
El hombre sin sombra que se estrena el próximo jueves en
Buenos Aires hay que buscarlas 2350 años atrás, en
La República, de Platón. El guión de Andrew
Marlowe tuvo un principio de inspiración en el libro segundo de
la Politeia, donde Platón afirma que los seres humanos no son naturalmente
buenos, que sus acciones están gobernadas por lo que la sociedad
espera de nosotros. Y explicaba que un hombre invisible se intoxicaría
con ese poder y abusaría de él, simplemente porque nadie
podría incriminarlo. Platón decía que un hombre invisible
no podría evitar poner en sus manos aquello que no era de él,
que copularía con cualquiera para su propio placer, que mataría
sin problemas si le pareciera necesario y que, en todo sentido, se comportaría
con la soberbia de un dios entre los hombres. Bueno, esto es exactamente
lo que cuenta nuestra película.
Es curioso escuchar hablar de esta manera a Verhoeven, en una rueda de
prensa de la que participó Página/12 en el Festival
de Locarno, una de las muestras más comprometidas con el cine de
autor del calendario internacional. Cuando hace quince años Verhoeven
se mudó a Hollywood no fue solamente porque Holanda después
del éxito de Soldado de Orange (1977) y El cuarto hombre (1983)
le empezó a quedar chica, sino porque en su país su cine
era considerado excesivo, vulgar, en las antípodas del canon europeo.
Y ahora es homenajeado con un Leopardo de Honor en Locarno, donde se juzga
que su obra del período norteamericano ha dejado una marca muy
personal en Hollywood. Razones no faltan. Producidas con todos los medios
de la industria a su disposición, generalmente exitosas en términos
de público (salvo el fiasco que en 1995 significó Showgirls),
el puñado de películas que van desde Robocop (1987) hasta
Starship Troopers (1997), pasando por El vengador del futuro (1990) y
Bajos instintos (1992), nunca dejó de resultar, por uno u otro
motivo, controvertido, en el mejor de los casos.
Ahora con The Hollow Man, una nueva vuelta de tuerca sobre el viejo tema
del hombre invisible, tantas veces llevado al cine, Verhoeven declara
haber sido tentando una vez más por el tema del mal, a partir de
un guión que le hizo recordar sus lecturas de adolescencia: Todavía
me acuerdo de la impresión que me causó, a los 16 años,
aquella lectura de La República en la clase de griego. O para ser
más precisos, aquel pasaje en el que Platón hablaba de un
hipotético hombre invisible, dispuesto a hacer el mal. Más
todavía me impresioné cuando, 45 años después,
me acercaron este guión, inspirado en el mismo pasaje que en mi
adolescencia había despertado toda mi imaginación.
Según Verhoeven, Sebastián Caine (Kevin Bacon), el protagonista
de El hombre sin sombra, es un científico arrogante, no necesariamente
simpático, pero con el cual el público puede llegar a identificarse
en un primer comienzo, cuando después de perfeccionar su experimento,
empieza a jugar con la invisibilidad, haciéndoles bromas a sus
compañeros de laboratorio. Pero cuando la cosa ya va más
lejos, como en la escena en que se acerca a una de las chicas y empieza
a desabotonar su blusa sin que ella se dé cuenta, ahí el
público empieza a ponerse en problemas, particularmente el público
norteamericano, que es muy puritano. De hecho, mucha gente se sintió
ofendida con esta escena, porque hasta ese momento estaban compartiendo
la curiosidad del personaje, la posibilidad de ser invisibles y hacer
aquello que habitualmente uno no haría.
Con esta incómoda ambigüedad juega el cineasta en El hombre
sin sombra, como cuando el protagonista se confiesa frente a sus colegas:
¡Saben todo lo que uno puede llegar a hacer si mira al espejo
y no ve nada!. Cuando se le pregunta a Verhoeven por qué
la mayoría de su obra en Estados Unidospertenece al género
fantástico o de ciencia-ficción (que él maneja visualmente
con la intensidad y hasta la incorrección del comic) responde que
no fue una decisión premeditada. La gente asume que estoy
obsesionado con lo fantástico, pero no es necesariamente así.
Lo que me gusta del género es que le da libertad total a la imaginación;
uno puede llevar todo hasta el límite. Pero estoy deseando hacer
algo en la línea de mis películas europeas. Casi no leo
ciencia-ficción y, en cambio, no puedo dejar de leer libros de
historia, ya sea sobre la Revolución Francesa, el Imperio Romano
o el comienzo de la cristiandad. Es más, tengo un par de proyectos,
de muy difícil financiación en Estados Unidos, uno sobre
Rasputín y otro sobre Sade. Y lo que más me gustaría
es hacer una película sobre las Cruzadas con Arnold Schwarzenegger,
con toda la violencia y la barbarie de aquella época. Pero ningún
estudio quiere financiarla.
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