Por
Verónica Abdala

El periodista argentino Sergio López conoció a Adolfo
Bioy Casares en España, en 1990, cuando a éste le fue concedido
el Premio Miguel de Cervantes. Bioy confesó por aquellos días
que el reconocimiento, el máximo de la lengua castellana, lo fascinaba,
básicamente, porque consideraba que al autor de El Quijote le
debía la literatura, y por lo tanto la vida. López,
que admiraba desde muy joven al autor de La invención de Morel,
Plan de evasión y El sueño de los héroes, y que había
leído todos sus libros, sintió la necesidad de conocerlo
mejor y, aunque le pareció más que improbable la posibilidad
de que Bioy se interesara por algo más que una entrevista de rigor
con motivo del Cervantes, le planteó, vacilante, escribir en conjunto
un libro de conversaciones. Sabía que la idea sonaba descabellada
¿por qué motivos se prestaría el escritor,
a esa altura de su vida, al esfuerzo mayúsculo que suponía
iniciar la extensa serie de entrevistas que el proyecto requería?
y, sin embargo, se arriesgó. Si le parece, empezamos mañana
a las once, fue la sorpresiva respuesta de Bioy. A ese breve intercambio
de palabras, siguieron ocho años de encuentros periódicos,
casi todos ellos en la casa porteña del escritor, en los que ambos
dialogaron largamente sobre la política, el cine, las mujeres,
las corrientes y los estilos literarios, Jorge Luis Borges, Silvina y
Victoria Ocampo, la muerte, el oficio de escribir, las obras propias y
ajenas. Esos diálogos son los que componen Palabra de Bioy, un
libro que acaba de publicar editorial Emecé.
¿Por qué cree que Bioy aceptó la propuesta?
Puede parecer extraño, pero yo creo que se sintió
muy halagado por el hecho de que un chico joven se interesara en él,
y hubiera leído toda su obra, de una manera aceptable.
¿Por qué escribió en el prólogo: Con
Bioy murió una manera de estar en el mundo?
Porque creo que la imagen que un escritor deja de sí mismo
es también parte importante de su obra. En ese marco, Bioy encarna
para mí la Argentina que pudo ser y no fue, a través de
una serie de valores que se desvanecen: la cortesía, la discreción,
la austeridad, la humildad. El en sí mismo es un valor que ya no
está, es el referente de una época que se nos escurrió
de las manos.
A lo largo de las conversaciones que mantuvieron, ¿qué
aspectos descubrió de la personalidad de Bioy que no imaginaba
de antemano?
Nunca imaginé que fuera a tal punto humilde. Sincera y profundamente
humilde. También su inteligencia, que descolocaba pero sin incomodar,
y la gratitud de aceptar con humor y agradecimiento todo lo que le había
deparado la vida.
A pesar de que en los años en que usted lo entrevistaba perdió
a su mujer, y poco después a su hija...
Sí, y sin embargo, él lo aceptaba, con dolor, pero
con estoicismo y resignación. En ningún momento hizo un
tema de aquel drama. Supongo que agradecía que alguien fuera a
su casa y lo distrajera. Era muy discreto en relación a su dolor,
y yo se lo respeté en todo momento.
¿En qué medida estas muertes lo afectaron, y cómo
se traducían esos cambios en su conducta cotidiana?
Yo creo que lo volvieron un hombre más triste pero, sobre
todo, más tolerante. El dolor aplacó su carácter
y relativizó algunas de sus certezas.
¿Hubo algún otro tema sobre el que Bioy hubiera preferido
no hablar?
Sí, su relación con las mujeres. No hacía alarde
de las numerosas historias que había vivido, todo lo contrario.
Era un caballero, y se reservaba ciertas zonas, que quedaban selladas.
En sus últimos años, ¿sentía culpa por
sus antiguas infidelidades a Silvina, le pesaban sus aventuras?
Puede que en parte sí, para con Silvina. Pero no dudo que,
de volver a nacer, hubiera hecho todo del mismo modo. Mi impresión
es que él sabía quela vida a menudo es muy complicada, y
pensaba que esas historias eran el resultado de esa variable. Por eso
no hacía alarde de todo aquello. Esos temas, como el de la identidad,
están también en su literatura. El nos pregunta desde sus
libros: ¿somos los mismos a los 20 años, a los 30 y a los
40? ¿Podríamos ser los mismos?
Sus palabras, en el libro, prueban que, pese a todo lo que le tocó
vivir, era un hombre que estaba plenamente satisfecho con la vida que
había llevado...
Por supuesto: tuvo una vocación, de la que disfrutó
hasta sus últimas horas, una vocación sin fecha de vencimiento,
no tuvo problemas económicos, pudo tener una vida activa, en todo
sentido, fue favorecido con la aprobación de las mujeres, y tuvo
la increíble suerte de tener amigos como Borges. Yo creo que era
honesto cuando decía, en una de las charlas, que sin condiciones
hubiera firmado un contrato de inmortalidad.
La relación con Borges los enriqueció de manera recíproca...
Sí, Borges aprendió de la llaneza de Bioy en cuanto
al estilo, y Bioy amplió su universo cuando conoció los
universos de Borges.
¿En qué medida cree que este tipo de libros puede
colaborar con la mayor comprensión de la obra de un escritor y
de su persona?
No sabría responder eso. Supongo que pueden ayudar en la
medida en que no se conviertan ni en una cadena de chismes ni en un interrogatorio
policial. La clave de un buen reportaje es saber prestar atención,
es querer llegar a la verdad que se esconde tras las palabras. No caer
en la obsecuencia. Escribir y no conformarse con transcribir. Ser veraz.
Entretener sin distraer. Ser honesto, por sobre todas las cosas.
De Joyce a Buenos
Aires
- El Buenos
Aires de cada uno es el barrio de la infancia. La patria es el barrio
de la infancia.
- Borges vivía entusiasmado por la literatura, y uno
admiraba ese entusiasmo. Alguna vez dije que él era la literatura
viviente, y me parece que es la pura verdad.
- Cuando uno se entera de que James Joyce vivía borracho
comienza a comprender algunas cosas ¿no? El Ulysses parece
escrito por un borracho. Yo creo que su influencia fue nefasta para
muchos escritores jóvenes.
- Si los escritores son buenos escritores para los lectores,
son buenos escritores. Y si en cambio son buenos para una camarilla
de críticos, entonces no son tan buenos.
- En mi opinión, el único camino para escribir
bien es leer mucho y escribir mucho, acertar y, sobre todo, equivocarse.
- Yo a veces condeno toda mi obra. Pero es que a veces me
olvido de que existe Dormir al sol, que quizás la justifique.
- Un estúpido nunca podría escribir un ensayo
que no fuera estúpido, y sin embargo sí podría
escribir una linda novela.
- A la muerte le temo sólo en parte. Es decir, puedo
temerle al dolor, o al sufrimiento, pero nunca a la idea de desaparecer
para siempre.
|
|