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ASI SE GRABA “TODO POR 2$”, LA REVELACION DE LA TEMPORADA TELEVISIVA
Un aquelarre en pleno canal del Estado

En el piso de cada grabación conviven una legión de fans de Diego Capusotto y Fabio Alberti con famosos de segunda línea que aceptan ser parodiados. Los nuevos códigos, las figuras de culto y las complicidades que el programa genera.
Los “Carlitos Bala” y Sushi, personajes emblemáticos del ciclo

Por Julián Gorodischer

t.gif (862 bytes)  “Hoy, querida mía, hagamos el amor con alegría.” Canta Sergio Denis y hace muchas muecas, como cuando pisa el escenario de “La movida” de Juan Alberto Mateyko o de cualquier teatro de barrio. Canta y mueve la cintura, enfundada en un megacinturón de color plateado. Sonríe y hasta tira algún besito cuando se lo piden. No importa que después de cada estrofa le griten: Puto. O que a su lado alguien ruegue a la tribuna: “No lo jodan mucho”. Es que en el estudio de “Todo por 2 $”, el mundo freak y la parodia se vuelven compatibles, casi cómplices uno del otro. “Búrlense de mí”, parece implorar Denis cuando grita con entusiasmo creciente: Yo soy la aventura...
Aquí no hay lugar para falsos enojos: el que acepta sabe a qué se atiene. “¿Estará de vuelta o es demasiado bobo?”, se pregunta un fan del programa de Fabio Alberti y Diego Capusotto, mientras mira la escena del gaste a Denis, ya extendido. Un grupo, avisado, arma una fila con fotos y compactos del falso ídolo para que se los firme. Una cínica le pide sacarse una foto, bien agarrada del cinturón plateado. Y Denis sonríe, siempre un poco incómodo, como si preparase una huida. Pero debe cumplir con la agenda de visitas a los programas masivos. ¿Programa masivo?
“Todo por 2$”, el programa más visto del nuevo Canal 7 (con un promedio de cinco puntos), convoca a una multitud de 300 fans en la tribuna cada semana. Y ahora mismo, en el estudio, hay productores del canal estadounidense E! Entertainment filmando el back stage para un envío especial de Behind the scenes. El rumor ha llegado hasta la señal fashion del espectáculo, y un equipo especial partió hacia Canal 7 para contar “el fenómeno del que habla la Argentina”. Por eso, tal vez, Denis no pudo negarse cuando lo invitaron, como no lo hizo Donald. Baila, en el cierre, una coreografía abrazado a Mario y a Marcelo, como si a la parodia de programa ómnibus que es “Todo por 2 $” se le borrara la sorna. Como si no existiera esa frase que retumba, desde el fondo: “Callate, boludo”.
Capusotto en su festejado papel del solista de copa VinazziEsta gente, la que habita la tribuna, es muy rara. Hay de todo: buscadores de empleo profesionales que se adueñan de las primeras filas: uno de ellos muestra al cronista la carpeta con fotos de su perro amaestrado. Quiere ubicarlo en el staff del programa, como si aquí toda rareza tuviera una vacante asignada de antemano. Otros, más lejos, esperan para ofrecerse a la producción para hacer alguna changa. Muchas –muchísimas– chicas adolescentes deben haber usado su hora libre en el colegio para venir en barra a festejar la ineptitud de la Boluda total, de quien se declaran “fanas”. Ahora están aquí, junto a tantísimos fieritas, que los sábados pueblan recitales. Todos pasan sin filtro: es suficiente con haber retirado las entradas, que se acaban en veinte minutos. De pronto, unos cuantos se ensañan con las butacas y les dan puñetazos; tienen que sacarlos afuera. Después, ya de vuelta, suben el tono de esta fiesta cuando le gritan ¿piropos? a una rubia, disfrazada con un corpiño y una minifalda fucsias para hacer de extra. “No se pasen de rosca”, los reta un señor de uniforme, después de escuchar un exabrupto de los muchachos. “A la salida te violamos”, grita alguien sin hacer mella en el entusiasmo de la rubia danzante.
¿Qué hizo la señorita Sushi Tepanaki para convertirse en una estrella? No mucho. Su español de recién llegada de Hong Kong es deficiente, y apenas sabe sonreír con eficacia. Pero cuando entra al estudio, se desata la gran fiesta. La tribuna ya está llena de cotillón, y todos tiran serpentina y papel picado. Ella ensaya una reverencia. Pero el verdadero aluvión se produce con la llegada de Dyango, el viejito que se gana los mayores aplausos. Quizá más importantes que los que consiguen Capusotto y Alberti. Dyango –que también interpreta a Pedemonti, un jugador de 27 un poco avejentado– no hace caso de los halagos. Siempre está como ausente, extraviado, en un fuera de sitio que se rompe a la hora de su parlamento. Recita bien fuerte lo que le tocó en el libreto, en ese living kitsch que sirve de decorado: “Lopérfido, ocupate de la ola de lujuria que hay en el cine argentino”. Y la tribuna vuelve a levantarse, porque cada dicho de Dyango es motivo de festejo.
Otros tienen peor suerte: al Negro lo detestan. En el sketch que ahora están grabando, el Negro hace de manosanta y opera en vivo a un extra que está acostado en una camilla. Invoca al espíritu del dios filipino Storani, a tono con el ensamble entre personajes de ficción y nombres de famosos que atraviesa cada fragmento del programa. El mismo se llama José Sanfilippo, y saca de ese vientre tiras de chorizos y morcillas, hasta una calculadora... Pero un poco después no se acuerda de la letra, y la toma debe repetirse varias veces. La tribuna chilla: “El negro no puede...”, y la tensión aumenta. En el sketch, un poco más tarde, Mario descubre que la operación es un fraude y le pega una patada al curandero. Le dice: “Te voy a cagar a palos”. Y desde la tribuna sale un eco, que refuerza el remate: “Hay que cagarlo a palos...”. La masa no se lleva bien con los tiempos largos de las grabaciones.
Unos minutos después vuelve la calma. La puesta en escena tiene un poder amansador. Este es el universo favorito de la TV más plastificada: el típico y tradicional living televisivo, que aquí luce exacerbado. Los sillones están tapizados en dorado y rosa furioso; hay veladores, una Venus de Milo, un piano de cola, columnas jónicas y una barra de bebidas, todo junto, logrando un consenso de aprobación en el público presente. Es el placer que se siente al encontrar belleza en la basura, como dice un marplatense que esta semana lo dejó todo para estar cerca de sus ídolos, que no son Alberti y Capusotto, sino Larry (del Ranking musical) y Dyango. Por una vez el living televisivo no sirve de escenario a una narración tediosa. Allí, donde Mario y Marcelo despliegan ironía, otras veces pudo asentarse una comedia de Darío Vittori, un ómnibus de Leonardo Simmons, un magazine de los más berretas (con sus infaltables helecho y piano de cola a un costado). Hoy, el estudio está tomado y se produce la catarsis: “Vengo porque la televisión es una mierda”, sentencia Martín, un estudiante de Economía, como si con estar aquí concretara una revancha.
Muchas horas después de que todo comenzara, Capusotto y Alberti están cansados. Se les nota en el tedio con que repiten una escena, en la baja en la energía. Igualmente, nunca relegan las bromas cuando pasan cerca de la tribuna. Capusotto insiste con una falsa renquera; Alberti imposta una excesiva solemnidad que lo convierte en el antipático del grupo. “Más arriba”, indica un productor, antes de repetir un diálogo entre ambos. Mario y Marcelo –sus personajes– nunca pueden aparecer cansados. Son hijos dilectos de esa TV que representan: la del brillo de los famosos verdaderos –no estos freaks falsificados– y la euforia permanente. La que el año pasado los expulsó de Azul Televisión por demasiado incómodos y hoy los deja compartir, nada menos que con “Sábado Bus”, un especial de “E!” dedicado a los éxitos argentinos. Una paradoja de la que ellos mismos se reirían, tal vez usando su pregunta-muletilla: “¿Qué nos pasa a los argentinos?”.

Yendo de �Tito Cossa� a �Silvia Peyrou�

Uno de los hallazgos más interesantes de “Todo por 2 $” es la utilización recurrente de nombres de famosos para llamar a figuras de su fauna, que pueden ir desde los protagonistas hasta los extras, e incluso a colaboradores que son aludidos, pero nunca aparecen en cámara. Aquí, cada integrante es lo que es gracias a una entidad puramente televisiva que le da nombre; no existe el mundo exterior. Mario y Marcelo, los presentadores, hacen continua mención a su entorno, compuesto en su totalidad por figuras de segunda línea. A nadie podría escapar que Mario se llama como Pergolini y Marcelo como Tinelli. Marcelo Tinelli es, además, el productor del programa. “Ayer comí un asado en lo de Silvia Peyrou”, cuenta Mario. “Estuve charlando y tomando un café con Daniel Hadad y coincidimos en el asco que nos despierta el cine argentino”, agrega Marcelo. El “detrás de cámara” no queda al margen: “Mandá la nota, Caserta”, piden los conductores, recordando al televidente el apellido de un director televisivo del viejo Canal 9.
Todo es así: un corredor de las “Olimpíadas Gastronómicas” se llama Esteban Villarreal. Y el destinatario de un Banana Split que alguien envió de regalo al programa es un tal Marley. La realidad, aquí, sólo es en tanto espectáculo y la gente común, esa que responde encuestas, manda mensajes o participa en rol de invitados, puede llamarse: Marcela Tinayre, Tito Cossa, o Cecilia Milone. El resultado es la parodia permanente, un programa sólo cobra sentido definitivo si se lo mira como una parodia constante, no declarada pero feroz, contra la propia televisión, que es su marco. La cantidad de menciones a clubes de primera B, Nacional B y otras divisiones del Ascenso que incluyen los guiones son imposibles de enumerar.

 

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