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SUSANA RODRIGUEZ-MARIO GRIMBAUM-IRENE BANCHERO
Recorrida con variaciones

 

Paisajes interiores, ominosos paisajes urbanos, más paisajes, aunque abstractos y optimistas, se ofrecen en variantes bien distintas en una recorrida por el Centro Cultural Recoleta.

Por Fabián Lebenglik

t.gif (862 bytes)  El Centro Recoleta logró durante la última década imponerse como un paseo cultural de aceptación masiva, en el que se puede ver, visitándolo frecuentemente, un panorama de la producción artística nacional, combinado con buenas exposiciones internacionales.
En el último lustro, la adecuación de varias de sus salas a los estándares internacionales de exhibición le dio un interés extra que, combinado con la buena gestión y un ojo adecuado la selección, permite que un abanico de artistas de todas las tendencias –que va de los consagrados a los emergentes– puedan presentar sus obras en un contexto adecuado en el que se ha buscado generar un perfil híbrido, mezcla de paseo, galería y museo.
Entre las buenas muestras que se exhiben en estos días hay un trío que propone el tratamiento especial del género del paisaje como una categoría ampliada de las convenciones usuales.
Susana Rodríguez presenta –en el “Nuevo Espacio” del Fondo de las Artes–, una amplia exhibición de pinturas sobre tela y papel que viene de ser exhibida en la Pinacoteca del Estado, en San Pablo, Brasil, aunque con algunas obras agregadas, de producción más reciente.
Se trata de una muestra de transición entre dos épocas, en la que la pintora y dibujante combina sus cadenas barrocas orgánicas con el mundo de la niñez. Es decir que las secuencias de matriz biológica, que al modo de una extraña e inquietante vegetación ofrecía una imagen simultáneamente sensual y amenazante, se cruzaron con otras imágenes, en las que se condensan la memoria familiar y la niñez. Familia y niñez propia y ajena. Una especie de biografía o autobiografía coral, donde se propone el lugar del artista como mediación, evocación y transformación de la memoria, el placer y el dolor individual y social. Pero así como sus cadenas orgánicas desencadenan lo erótico y lo siniestro, también en las zonas biográficas se cruzan ambiguamente ternura, angustia, nostalgia y dolor. Es una obra sobre el paso del tiempo. Pero el tiempo y la distancia no necesariamente liman padecimientos, sino que, de algún modo, los destilan, purifican y transforman.
Detrás de la aparente composición y proliferación caótica, sin embargo hay un cuidado formal y compositivo obsesivo y virtuoso, que busca el equilibrio entre zonas de tensión y distensión de la imagen, entre el barroquismo de los espacios llenos que dan lugar a zonas de vacío; entre la sobrecarga erótica y simbólica y el dolor punzante; entre la pulsión de los colores y los tonos bajos o la monocromía.
“La idea de mi muestra –dice la artista– es que, así como se pintaban retratos de cuerpo entero o de la cara, ahora quiero reunir objetos, fotos, memorias y papeles de la existencia de otros y realizar algo así como retratos de vida.”
En otra sala se puede ver la obra del pintor Mario Grimbaum. Grandes telas de tamaños iguales –170 x 180– de fuerte potencia expresiva, en las que se busca presentar una imagen de la ciudad como máquina ominosa.
En su pintura, hay un módulo constructivo básico: una mole maciza, impenetrable, atravesada por trazos y pautas verticales y horizontales, vista desde perspectivas aéreas. Ese bloque se multiplica y yuxtapone hasta generar un conjunto agobiante y rítmico que evoca un ejército edilicio. La ciudad de esos cuadros –pintados por quien la conoce desde sus interiores, porque se gana la vida como agente inmobiliario, que en su faceta de pintor se vuelve un agente paranoico que especula sobre un complot de la ciudad contra los habitantes– parece recibir los ecos de las ciudades de Fritz Lang (Metrópolis), o Jean-Luc Godard (Alphaville): ciudades orgánicas, omniscientes, persecutorias, deshumanizadas. Pintadas como ciudades criminales, que fagocitan y aniquilan la vida. Otra de las muestras que se destaca en relación indirecta con el paisaje es la de Irene Banchero. En cierto modo los paisajes abstractos, objetos pictóricos y relieves de Banchero se contraponen con las miradas críticas de las dos exhibiciones antes descriptas, en donde la tensión de la imagen supone cierta sobrecarga simbólica.
En este caso hay una mirada distante y con buen humor, que no apunta al mundo interior ni a la ciudad como máquina, sino que se remite a la proximidad del hogar, a la casa como refugio plácido y creativo, como lugar de trabajo y de ensueño.
En la breve “serie del sueño”, distintas “noches” transfiguradas toman forma en cajitas de madera caladas, en las que se dibuja algo así como mapas de las estrellas, vistos desde distintas geografías (Montevideo, Oaxaca o Bristol).
El eje formal de la exposición es el color aplicado. Como si el tema fuera su propio montaje –en el modo de colocar y distribuir las obras se juega gran parte del acierto–, el paradigma del diseño se vuelve central y recorre una variedad de funciones. Así, una serie de tiritas de madera, pintadas de celeste y pegadas horizontalmente sobre la pared en varios conjuntos, configuran “El mar”. Otra serie de tiritas de madera, esta vez negras, verticales y equidistantes, forman “La reja”. Una tercera serie, en la pared opuesta a la de “La reja”, está formada por un conjunto de objetos que parecen pequeñas jaulas semicirculares de diferentes tamaños, asocian forma y color con “Melodía”. Un conjunto de “manchas” pintadas sobre madera se aplican sobre la pared como soporte y evocan los orígenes de la abstracción pictórica.
Al revés de lo que se dice en el catálogo, nada en esta exposición supone “amenaza”, “confusión” o “inquietud”. Ninguna obra resulta problemática. Al contrario, hay en Banchero una mirada no rutinaria sobre el día a día, un modo de desentumecer y cambiar de signo la extendida consideración de que la vida rutinaria y doméstica es un pequeño infierno. (Junín 1930, hasta el 10 de setiembre.)

Inauguran en la semana

Juan Tessi, María Guerrieri, Verónica Romano y Andrés Sobrino, desde ayer en Galería Blanca, Espacio Buenos Aires, Florida 835 3er. piso.
Mónica van Asperen, objetos y fotografías, hoy, en el ICI, Florida 943.
Alejandro Bachrach, fotos, hoy Galería Pérez Quesada, Marcelo T. de Alvear 1550.
Nora Iniesta, hoy, en Bambú, Av. Córdoba 1415.
Giacomo Balla (1894-1946), futurista italiano, hoy, en el Museo de Bellas Artes, Av. del Libertador 1473.
Carlota Beltrame y Claudia Martínez, artistas de Tucumán, hoy, en la sala Ojo al País; Centro Borges, Viamonte y San Martín.
Juan Montes de Oca, pinturas, hoy, en la Alianza Francesa de Billinghurst 1926.
Rolando Sigüenza, artista mexicano, acuarelas, hoy, en la S.A.D.E., Uruguay 1371.
Carlos Furman, fotos, hoy, en FotoGalería del Teatro San Martín, Corrientes 1530.
Fernando Fazzolari, mañana, en Filo, San Martín 975.
Ana Gallardo, mañana, en el British Arts Centre, BAC, Suipacha 1333.
Presentación del programa y apertura de las convocatorias a actividades de Trama: Marcelo Pacheco, Claudia Fontes, Leonel Luna y Pablo Ziccarello, el jueves 7 a las 19, en el MAMbA, Av. San Juan 350.
Cristóbal Toral, exposición antológica del artista español, y Santiago García Sáenz, pinturas, el jueves 7, en el Centro Recoleta.
María Camila Franch y Diego Ortiz Mugica, dibujos y fotos, el jueves 7, en Niko Gulland, Bulnes 2241, P.B. “B”.

 

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