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�No tenemos una industria seria�

Víctor Laplace, que estrena mañana �El mar de Lucas�, su ópera prima como realizador, define por qué cree que el cine argentino está �metido en un sistema muy perverso�.

Laplace afirma que a los distribuidores el cine nacional no les importa.


Por Patricia Chaina

t.gif (862 bytes) �Ahora respeto mucho más a los directores que tienen un sueño y luchan por sostenerlo en medio de este mar de imposibilidades que es la producción de cine en la Argentina�, asegura Víctor Laplace. El actor, que mañana estrena su ópera prima como director �El mar de Lucas�, puede contar ahora cómo es atravesar la maraña de imposibilidades que la industria del cine local plantea a sus hacedores, pero apenas tiene media idea de cómo salir ileso del proceso. Sucede que después de la filmación de su película, concretada durante 1999, Laplace asistió al estreno en el Festival de Cine de Mar del Plata. Pero debió esperar mucho más para ver su sueño iluminando las salas de cine de los distribuidores nacionales. �Es que estamos metidos en un sistema muy perverso por el cual las producciones nacionales no tienen cabida en las salas, que sólo esperan agotar sus ventas a través de las peores películas extranjeras�, sentencia, angustiado por el derrotero que le plantea la exhibición. �Pero estoy dispuesto a hacerme el cartel del hombre sandwich y salir por las calles anunciando el estreno persona por persona�, dice. Cuando se lo mira con simpatía, no duda en asegurar que lo hará, si es necesario. 
Las metáforas le gustan a Laplace. La que plantea en El mar de Lucas habla de cómo un conflicto generacional puede encontrar salidas si hay proyectos en común. El guión cuenta el encuentro de un padre y un hijo separados por barreras más o menos insalvables cuando coinciden en la construcción de un complejo habitacional en un lugar paradisíaco. Laplace es el padre; Pablo, el hijo. Pero son las peripecias reales, las implicadas en la construcción no metafórica del film, las que le causan a Laplace mayor incomodidad. �Hay gente que vive el hacer cine en la Argentina como si fuera una industria �plantea a Página/12� cuando en realidad no lo es, y paradójicamente nadie lo quiere asumir como una artesanía, que es lo que estoy haciendo con los afiches, con la publicidad, como antes con la producción.� 
�¿Cómo cree que se puede modificar esta realidad?
�Tiene que haber una decisión política para que el cine ocupe un plano de relevancia. En la medida en que esté esa decisión y la de acompañar al actual director del instituto en que se cumpla la ley de cine, la cosa tendrá que salir adelante. Por mi parte, creo que por ser mi primera película pago algunos derechos de piso altos, aunque también es cierto que la película ya me dio muchas satisfacciones como los premios de los festivales de Cuba, Colombia y Mar del Plata. Son cosas válidas afectivamente, pero no cambian las condiciones de producción. Porque al no ser una industria, los esfuerzos individuales son vanos; veo realizadores consagrados que sufren las mismas consecuencias que yo y no pueden conseguir que el empresariado, una parte al menos, apueste al cine nacional.
�De todos modos, usted pudo concretar su realización.
�Después de andar un largo camino. Porque la idea comenzó a gestarse hace 10 años, cuando ya había hecho más de 50 películas como actor empecé a sentir ganas de hacer la mía y comencé a imaginar cómo hacer un buen film nacional, popular, que tuviera humor, conflicto, un para qué. Pero estuve cuatro años para conseguir el crédito, tuve problemas en el rodaje y me quede haciéndola en condiciones desventajosas. 
�¿Tuvo que asumir los roles ejecutivos, además de actuar y dirigir?
�Decididamente. La figura del productor ejecutivo no abunda en la Argentina. Los que hay están muy ocupados: Kramer, Lita Stantic, Claudio Pustelnik, Luis Sartó. Esto forma parte del problema. Y es lo que entorpece el hecho creativo, que empieza con la idea de un film, pero termina convirtiéndose en una batalla para llegar a la exhibición. Sé que no soy la excepción, pero eso no me quita la angustia que esto me produce. Paralelamente siento cada vez con más fuerza la presencia de dos Argentinas, una que se mueve a través de redes solidarias, que apuesta y acompaña, y otra enquistada en la tramoya, el abuso y la perversión.
�¿Cómo podría modificar eso el arte del cine?
�En esta película planteo un problema generacional y me parece que la próxima irá de eso también. El quiebre de la continuidad histórica, violento en nuestro país, es una de las causas. Sería importante que no esté cada uno cuidando su quintita sino que todos podamos darnos un espacio para regar la quintita del prójimo a ver si del conjunto, algo crece. No es un problema actual, es ya añejo, como decía Tejada Gómez: �La tierra estaba de antes, señor�. La democracia es un logro, pero yo aún siento incomodidad por mis años de prohibición, mis angustias, mis muertitos. Esa es mi verdad y cosas como ésas hacen que uno saque la cabeza lentamente. Pero a su vez me siento un privilegiado, porque trabajo mucho y soy reconocido. Pero los jóvenes ¿cómo hacen para desarrollarse? Hay que ver cómo se las rebuscan, es maravilloso. Encuentran maneras alternativas, y esto lo cuenta la película. Los jóvenes no tienen la culpa que tuvo mi generación y esa obligatoriedad de cambiar el mundo.
�¿Volverá a actuar en política, militando en un partido o asumiendo cargos públicos como la Dirección del Instituto Nacional del Teatro durante la gestión de Julio Bárbaro y luego de O�Donnell? 
�Por ahora dejo la política, hasta tanto aclare de verdad. 

 

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