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La peor de todas escribe sus más bellos villancicos

El nuevo disco dirigido por Gabriel Garrido �que deslumbró con sus versiones de Monteverdi junto al Periférico de Objetos� está dedicado a canciones con textos de Sor Juana Inés de la Cruz.

Gabriel Garrido es la figura más importante del renacimiento del barroco latinoamericano.


Por D. F.

t.gif (862 bytes) Qué hacían esas canciones allí, podría preguntarse. O, mejor, qué hacían artistas como Juan de Araujo o el italiano Roque Ceruti perdidos en un lugar llamado Chuquisaca y haciendo música para quién sabe quiénes. Ninguna de esas preguntas tiene respuesta salvo que se las sitúe en la perspectiva de un sueño (o varios). El sueño de la plata, por supuesto, el de las inmensas riquezas posibles en el Alto Perú. Pero también el del barroco, el de una estética desmesurada en la que se improvisaba, se acumulaban instrumentos, se adornaban las melodías tanto como los capiteles y se inventaban géneros como la ópera, en los que el efecto escénico resultaba tan importante como la propia música. Y el barroco no era menos barroco en América. Tal vez, si se piensa en esas selvas al pie de la montaña, en esas alturas bordeadas de nubes, en esos ríos inmensos cayendo en el vacío y en esos reyes cubiertos de oro, no hubo barroco mayor que el americano.
Si las obras de Vivaldi, Bach o Handel empezaron a ser redescubiertas en los 50 y 60, lo que por esos mismos años sucedía en las lejanas colonias españolas del otro lado del océano tuvo que esperar mucho más para ver la luz. En este caso, resultó fundamental la colaboración entre musicólogos e intérpretes. Unos y otros trabajaron juntos y en mucho casos, a medida que iban produciéndose descubrimientos, las partituras �reconstruidas muchas veces a partir de manuscritos casi irreconocibles� eran tocadas y grabadas en disco por músicos ansiosos de que esas obras resucitaran desde el olvido de bibliotecas, archivos y monasterios. Verdaderos yacimientos, como el de las misiones jesuíticas de Chiquitos (Bolivia) o el Archivo Nacional de Bolivia permitieron revivir un repertorio que durante más de doscientos años nadie había cantado ni tocado. 
Dos nombres, el del musicólogo cordobés Bernardo Illari (actualmente investigador de la Universidad de Chicago) y el del director Gabriel Garrido �el mismo que en estos días deslumbró con sus versiones de Monteverdi en el espectáculo que ofreció junto al Periférico de Objetos en el Teatro San Martín� fueron protagonistas de una serie discográfica que batió todos los records en cuanto a premios y reconocimiento crítico. La serie Los caminos del barroco publicada por el sello francés K617 está dedicada precisamente a la música compuesta en América del Sur durante los siglos XVII y XVIII e incluye joyas como la ópera religiosa que cuenta la historia de San Ignacio de Loyola, las Vísperas de Roque Ceruti y, ahora, un volumen magnífico, Le Phénix du Mexique, dedicado a los villancicos escritos a partir de textos de Sor Juana Inés de la Cruz, recopilados en Chuquisaca (antes La Plata y actualmente Sucre). Un grupo de cantantes de gran expresividad y llamativo compromiso con los textos (las sopranos Rosa Domínguez y Adriana Fernández, la mezzosoprano Alicia Borges, los contratenores Fabián Schofrin y Martín Oro y los barítonos Alejandro Meerapfel y Furio Zanasi) se une al coro Vivaldi-Els Petits Cantors de Catalunya y al Ensemble Elyma para recorrer 16 canciones de tema religioso cuyos textos pertenecen a la poetisa mexicana. 
En algunos de los casos, los textos aparecen transformados. Publicados en Madrid, es posible que llegaran a América recordados (mal recordados) por alguien y que el músico ni siquiera conociera la versión original. O que decidiera modificarla para adecuarla mejor a la música. El hecho es que la unidad entre palabras y música es prodigiosa y las versiones conducidas por Garrido le hacen justicia. Los instrumentistas (2 violines, un violoncello, dos violones, oboe, flautas dulce y travesera, corneto, chirimía, fagot, guitarras y vihuelas, arpa, clave, órgano y percusión) construyen con precisión el clima de cada uno de los villancicos y acompañan con delicadeza el afecto de cada texto. La excelente grabación, realizada en la Abadía des Prémontrés de Pont-à-Mousson, es de una fidelidad asombrosa.

 

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