Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


KIOSCO12

DIANA KRALL DEBUTO EN BUENOS AIRES AL FRENTE DE SU GRUPO
Jaque mate a cargo de la dama blanca

La cantante y pianista demostró con profesionalismo y musicalidad por qué es hoy una de las más destacadas en su medio.

Diana Krall en penumbras, sus compañeros de ruta: Rodney Green (batería) y Ben Wolfe (contrabajo).


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) La banda en el escenario. La joven rubísima sentada al piano. No hay palabras. El cuarteto �piano, guitarra, contrabajo y batería� empieza a tocar y la pianista, después de introducir el tema, comienza a cantar. La voz es relajada; las consonantes blandas, arrastradas. El estilo se acerca más al de algunos hombres (su admirado Nat King Cole, por ejemplo) que al de sus colegas mujeres. No Shirley Horn �a pesar del doble papel de cantante y pianista� ni Abbey Lincoln ni, mucho menos, Billie Holiday, Ella Fitzgerald o Sarah Vaughan. Ninguna de ellas forma parte de su genealogía más evidente. 
Podría pensarse que la ausencia se debe a que Diana Krall es blanca, pero tampoco resultan visibles las influencias de Anita O�Day o June Christy. En realidad lo que sucede es que el estilo de esta canadiense que batió todos los records de venta de discos en su género y que ocupa un lugar de protagonista indiscutida en la escena del jazz actual resulta más cercano al del show �a la manera de los hoteles o las cenas con música en vivo� que al jazz. De hecho, si para el jazz la construcción de un sonido (un estilo) propio resulta esencial, puede afirmarse que Diana Krall no lo tiene. O, por lo menos, no llega a cristalizarlo del todo. Lo suyo tiene más que ver con el entretenimiento que con la creación. Lo que sucede es que ese entretenimiento tiene un nivel de realización difícilmente superable. 
Cansada, recién repuesta de la deshidratación con la que llegó a Buenos Aires apenas unas horas antes (al arribar al aeropuerto tomó tres litros de agua de una sola vez), con una prueba de sonido en el medio y una tormenta de granizo más allá de las puertas del teatro repleto, Krall tocó y cantó como si el cansancio no existiera. Junto a un grupo eficiente, en el que se destacó el guitarrista Dan Faehnle, manejó los cambios de matices con maestría, fue del grito al susurro con total naturalidad y demostró, con el primero de sus tres shows porteños, por qué es una de las grandes figuras de la escena actual. Su repertorio no es original; sus versiones están lejos de tener ese sello inconfundible que caracteriza a otras cantantes, por lo que lo hace a la perfección. Algún chiste musical �las citas a �Norwegian Wood� y a �Day Tripper� de Los Beatles�, una notable �Fall in Love� que comenzó en dúo con el contrabajo y �Under My Skin� en tiempo de bossa estuvieron entre lo mejor. Quedó claro, en todo caso, que en su caso resulta tan injusto el endiosamiento de los legos como el menosprecio de los entendidos. Que el nombre de Diana Krall no pertenezca al reducido panteón de los que fueron capaces de crear lenguajes dentro del jazz no le quita méritos. Afinada, con buenos graves y un muy buen fraseo, el plus aparece por el lado de sus acompañamientos en el piano. Pequeñas respuestas a la guitarra (con quien establece el diálogo más fluido) a su propia voz, discretos contrapuntos y un sentido rítmico preciso están entre sus virtudes. Hoy será la despedida, en un show que incluirá al compositor brasileño Joao Bosco y al guitarrista argentino Luis Salinas (ambos tendrán sus entradas solistas y, al final, actuarán junto a la cantante).

 

PRINCIPAL