opinion
Por Mario Wainfeld
Se conocieron durante la campaña electoral y curiosamente congeniaron desde el vamos. Ahora, aunque no lo digan, Fernando de Santibañes y Alberto Flamarique se odian. Es razonable que así sea porque sus nombres �asociados al escándalo de las coimas senatoriales� suenan cada día más fuerte como plato principal del cambio de gabinete que, todo lo sugiere aunque nada es seguro, más hará que decidirá Fernando de la Rúa al regreso de su viaje a México, Canadá, Estados Unidos y China, embarcado en el Tango 01.
El cohecho senatorial que puso patas para arriba al sistema político es un síntoma �grave, pero síntoma al fin� de un sistema de corrupción y canjes políticos mucho mayor. Simétricamente, la perspectiva (para muchos la perentoriedad) de cambios en el gabinete no alude sólo a la acuciante necesidad de hacer saltar algún fusible, sino también a la de producir un shock a un gobierno que a nueve meses de nacer está a la deriva y muy lejos de merecer los siete puntos con que �para furia del presidente radical� lo calificó su precursor y correligionario Raúl Alfonsín.
Claro que no es fácil gobernar la Argentina, un país pobre y periférico carente desde hace �por decir lo menos� un cuarto de siglo de un proyecto estratégico y dotado de un vitalísimo sistema democrático pleno de competencia y exigencia mediática. Pero no es menos verdad que el supuesto gabinete de lujo de Fernando de la Rúa no funge como tal y que una parte importante de sus carencias alude a características de la gestión presidencial. De la Rúa es un jefe de gobierno poco afecto a delegar, a tomar decisiones rápidas, a comunicarse con sus equipos, a abrir (o aun permitir) debates internos. Controla los mínimos detalles de cada decisión, lee uno a uno los decretos y por añadidura se esmeró desde el vamos en contrapesar el poder de cada uno de sus ministros adjuntándole algún segundo o tercero de signo político o personal opuesto. Formó duplas que se llevaron mal desde el vamos para ir empeorando con el tiempo. Graciela Fernández Meijide-Cecilia Felgueras; Nicolás Gallo y Henoch Aguiar, Juan José Llach y Andrés Delich; Alberto Flamarique y Jorge Sappia, Federico Storani y Enrique Mathov. Las internas no pudieron evitarse. Apenas �a veces� acallarse. El método se desparramó aún a niveles más bajos de la administración, con la consiguiente secuela de tensiones y parálisis. Un ejemplo cabal es el antagonismo entre el secretario de Agricultura y el jefe del SENASA, que detonó con el rebrote de aftosa, un papelón mayúsculo, un retroceso respecto de un logro del gobierno anterior.
Algunos oficialistas ven en la crisis de las coimas una oportunidad para �relanzar� a un gobierno que �si se quisiera ser impiadoso� nunca se lanzó. Argumentan que sería demasiado brutal eyectar exclusivamente a De Santibañes y Flamarique (equivaldría a una condena), lo que invita a acompañar esos cambios con otros. Dado que estas decisiones competen al Presidente, todo lo que se teje al respecto son especulaciones más o menos fundadas o interesadas. Tal como vino informando este diario, una recorrida por el Gobierno permite estos apuntes:
Que la mayoría de sus integrantes cree necesario hacer cambios. Storani lo verbalizó, jugada que no agradó a los ocupantes de otros despachos oficiales que comparten su criterio pero creen que debió callar para dejar mejor margen de sorpresa y protagonismo a una decisión presidencial.
Que �salvo Flamarique y De Santibañes� ninguno piensa que peligre su propia cabeza.
Que, sin embargo, los únicos integrantes del primer nivel que parecen inamovibles son José Luis Machinea (que salió fortalecido de esta crisis) y tres hombres del riñón de De la Rúa: Adalberto Rodríguez Giavarini, Nicolás Gallo y Héctor Lombardo.
Que, en un segundo nivel de riesgo, parece muy peliagudo �por razones de equilibrio interno� que sean relevados tres ministros que representan a distintos sectores de la Alianza: Graciela Fernández Meijide (del Frepaso), Storani (del radicalismo) y Ricardo López Murphy (de los �mercados�).
Que un solo ministro en algún momento ofreció un paso al costado �Llach�, poniéndose en preembarque a la sociedad civil.
Que �todos concuerdan� la definitiva decisión presidencial se tomará previa consulta con Carlos �Chacho� Alvarez, en pos de mantener los equilibrios internos de la Alianza. A la espera de esa conversación Alvarez no ha soltado prenda en público, pero quienes dialogan con él atisban que el jefe del Frepaso imagina como escenario menos traumático (dentro de lo posible) aquel en que sólo sean relevados el Señor Cinco y el ministro de Trabajo. En tal caso, Alvarez aceptaría el reemplazo de Flamarique por algún frepasista de la primera hora, para evitar mayores sismos dentro del Gobierno. Se habló mucho en los pasillos de la Rosada de que el delfín sería el diputado Darío Alessandro. Pero, aunque Alvarez calla, es ostensible que está más que conforme con el desempeño de Alessandro al mando del bloque de la Alianza y que no lo tienta alejarlo de donde cumple un rol eficaz. Por eso, interpretan quienes conocen a Alvarez, si Flamarique fuera desplazado, el traje de ministro le calzaría más a un histórico del riñón chachista, Juan Pablo Cafiero.
Ya hay un frepasista en Trabajo, el número 3 Horacio Viqueira, pero lo que semejaría un enroque más sencillo podría �paradojas de la política� fastidiar al número dos, el radical Sappia, más que la llegada de un nuevo ministro. Y Alvarez ya ha acumulado bastantes odios en el radicalismo.
De sistemas y dineros
Esta semana hubo dos hechos públicos (la reunión del Comité Nacional y la ulterior cena-homenaje-desagravio al senador Raúl Galván) que congregaron a muchos radicales para cuestionar a voz en cuello al líder del Frepaso. En privado hay más encuentros en tono aún más destemplado. Cunde en las filas del socio principal de la Alianza un temor: �Chacho quiere destruir al radicalismo�. Lo han dicho, palabra más o menos, los senadores encabezados por el inamovible José Genoud. Lo susurra en encuentros más reservados Enrique �Coti� Nosiglia, cuya reaparición pública es un dato de estos días de vértigo.
Muchos radicales rumian bronca por la cruzada del vicepresidente no ya contra quienes �parece� cobraron coimas en el Senado, sino contra un sistema de relaciones entre oficialismo y oposición y entre política y dinero. Sólo una minoría, en la que revistan Storani y Felgueras, osa elogiar ante sus correligionarios la ofensiva y considerarla necesaria. Pero aún ellos se preguntan si �con los trofeos de las cabezas de Augusto Alasino y Galván, el tema instalado en la agenda pública y una exigencia mediática creada en torno del juez Carlos Liporaci� no es hora de comenzar a pisar el freno.
Máxime tomando en cuenta que �en paralelo y como ostensible �rebote� de una tapa de este diario del 27 de agosto y una casi idéntica de La Nación de diez días después� la Legislatura bonaerense derogó la ley 10.370 que permitía a los parlamentarios manejar sin control alguno literales fortunas. La norma legalizaba un �sistema� que enfurece a Alvarez: el que basa la gobernabilidad en el reparto (en el caso bonaerense legal, aunque poco transparente) de cuantiosas sumas de dinero, dedicadas a �la política�, entre oficialismo y oposición.
La Alianza es mayoría en la Legislatura desde 1997 pero �según Chacho� no le ha hecho ni cosquillas a Eduardo Duhalde ni a Carlos Ruckauf, por estar entretenida en acumular recursos económicos antes que poder. Alvarez está especialmente enconado con el ex presidente frepasista del organismoAlejandro Mosquera, a quien �aseguró� en su momento aconsejó �antes de que te toque asumir la presidencia (que es rotativa) avisá que vas a derogar la ley. El que avisa no es traidor. Y después derogala y poné fin al sistema�. Según el líder frepasista, su subordinado lo desoyó y recién reaccionó ante la presión social y mediática después. Y tarde.
Los frepasistas provinciales aducen que obraron con consenso de su cúpula y que pesó sobre sus espaldas (y sus faltriqueras) la responsabilidad de armar la campaña de Fernández Meijide en 1999.
Como fuera, la lectura chachista del entuerto es que si Alvarez embistió contra los manejos de su propia tropa, menos empacho tendrá en hacerlo respecto de la de sus socios. El vicepresidente explica que no quiere destruir al radicalismo, pero tampoco sucumbir abrazado a él acompañando vicios que la sociedad repudia. Recela de un sistema político �a sus ojos� demasiado parecido al Senado nacional: afiatado para funcionar pero desprestigiado a los ojos de la sociedad. Y está convencido de que la autonomía del poder público y la capacidad de mantener el interés colectivo ante los lobbies requieren un grado mayor de transparencia del que radicales y peronistas están acostumbrados a gerenciar.
La crisis del Senado, por brutal que fuera, es a los ojos de Alvarez antes un leading case que el fin de un camino que recién empieza. Un camino en el que porfía ir de la mano del radicalismo en la medida en que sus socios acepten ir depurando sus cuadros y sus prácticas. Un camino que incluye la ley de Reforma política que está consensuando con Storani, pero que llega mucho más allá. La duda obvia es hasta cuándo puede seguir este juego en el que el socio menor tracciona al mayor sin poner en riesgo los equilibrios internos.
A la vuelta de China
Nadie más interesado que Fernando de la Rúa en preservarlos. Por eso todo indica que �si hace algo a su regreso� lo hará dialogando con Alvarez. Haga algo o no, lo hará tarde. A diferencia de su vice, el Presidente desdeñó la entidad de la crisis y hasta ahora no trató de encabezarla políticamente.
�Lo vi knock out�, dijo Ruckauf cuando le preguntaron cómo encontró a De la Rúa de cara al sainete-tragedia. Quizá por eso decidió asumir protagonismo proponiendo una renuncia masiva de legisladores y elecciones adelantadas. Una propuesta urdida, según él, para ayudar al Presidente y al sistema. Pero que también toma en cuenta que �según las encuestas� Eduardo Duhalde arrasaría con cualquier candidato aliancista si las elecciones ocurrieran en estos días.
Nunca es neutral ni inocente un diagnóstico de Ruckauf, pero es un hecho que �aun sin compartir su estilo tajante� muchos miembros del Gobierno piensan que el Presidente se demoró de más. �Debió decidir el domingo pasado, antes de irse�, dijeron a este diario no menos de tres prominentes miembros del Ejecutivo. Algunas voces del delarruismo discurren distinto: el escándalo tiende a bajar, las caídas de Alasino y Galván son suficientes consecuencias políticas, el expediente en manos de Liporaci carece de pruebas.
Esa lectura, que deriva en pensar que el tiempo hará bajar la espuma, (un ingenioso miembro del Gobierno llama cronoterapia a ese paradigma de gestión), parece dominar los actos del propio Presidente, aunque a esta altura de los acontecimientos semeja ser mucho más adecuada para administrar un cantón suizo que para liderar la encabritada realidad argentina.
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