Por Alejandra Dandan
Hay una imagen que no se le borra: �Pisar otro planeta es increíble �dice Edgar Mitchell�, pararse y mirar para atrás y allí encontrar la Tierra, chiquita, azul y a veces blanca. El shock no te permite recordar el pasado�. Esas fueron las diez horas más excitantes en la historia del sexto hombre que pisó la luna. Mitchell visitó en Buenos Aires el colegio Northlands de Olivos. Entre los estudiantes habló de su viaje a la Luna en 1971. Fue tripulante del Apolo XIV, la primera misión científica en suelo lunar. Esa experiencia reformuló su vida de científico. Alteró conceptos básicos de la realidad y lo llevó a investigar la Tierra como �una porción minúscula de un proceso en evolución constante�. En la conferencia habló de un universo donde �es muy poco probable que estemos solos� y aseguró que están dadas las condiciones técnicas para viajar de Buenos Aires a Bariloche por fuera de la atmósfera terrestre.
Mitchell tiene exactamente 70 años. Aunque su historia pareció quebrarse a partir del viaje a la tierra lunar, el alunizaje y su gestación son parte de una trama subterráneo en la que Mitchell se fue formando desde chico.
El astronauta nació en Texas, en un campo trabajado por una familia de granjeros. �Yo me encargaba de los caballos �cuenta Mitchell�, de las vacas, pero también en mi pueblo aprendí a volar.� Todavía no había empezado la escuela. Tenía 13 años y, después del trabajo, corría al aeródromo del pueblo para lavar aviones. �Cuando empecé la universidad �dice�, ya tenía mi brevet de piloto.� Poco más tarde ese brevet le permitiría sumarse como piloto en la guerra contra Corea. Durante siete años fue piloto de pruebas en la Marina de Estados Unidos. Allí supo un día que el Sputnik ruso había sido lanzado a la Luna.
�En ese momento sentí �dice� que los humanos iríamos detrás de Sputnik: hace 43 años nadie había subido 20 mil metros arriba y nadie sabía qué había ahí.
En una de las salas del colegio, Edgar Mitchell repasa datos de una época en la que los psicólogos aseguraban que ningún humano resistiría la salida al espacio. Una época que empezaba a sobreimprimir signos demasiado modernos a las viejas costumbres. Nueve años le costó prepararse para acceder al Apolo. Entró en la NASA a los 27, se entrenó trabajando en la base de Houston, para Apolo IX y X. Estuvo a punto de integrar la tripulación del Apolo XIII, el vuelo que fracasó por una explosión.
Meses más tarde, su lanzamiento estaba listo. Richard Nixon lo anunció, pero �no fue un anuncio científico �cuenta� sino político, después del desastre del Apolo XIII, el gobierno no quería más lanzamientos hasta que por política volvieron a hacerse�.
�Fue excitante. Se me expandió el horizonte: no podés acordarte más de lo pasado, ni siquiera de la guerra que había dejado atrás.
Estuvo fuera de la Tierra por nueve días. Tres días duró el viaje hasta la Luna. Para hablar del lugar exacto de alunizaje, Mitchell dibuja un círculo con sus manos: �Fue en el extremo más bajo de la Luna, a la izquierda, en el cráter Framango�, dice. �La zona era alta �sigue�, como una plataforma que llevaba a las montañas de la Luna.� Caminó un kilómetro y medio, durante cinco horas recogió muestras de piezas de millones de años de antigüedad.
�Tenía un carrito como de golf para las muestras. Era fabuloso: mi compañero agarró una especie de palo de golf y me lo revoleó, le contesté con una jabalina: jugamos las primeras olimpíadas lunares. Fue nuestra contribución.
�¿Y se veía la muralla china? �pregunta una estudiante.
�Desde la Luna no. Sólo formas lineales que son fáciles de ver y los desiertos. No se ven ni los continentes; el azul del mar y el verde se mezclan.
Alguien en la sala pregunta sus sensaciones. El astronauta habla de la atmósfera y de su traje de 200 kilos. �Pero a una gravedad de 1,6, crees que el peso es menor, pero molesta el traje que por lo duro se parece a estar jugando incómodo en la nieve.� En la Luna caminó como �un canguro, pero no me podía caer porque quedaba como una tortuga patas arriba y sin poder levantarme�. Mitchell no deja de contestar las preguntas de las chicas.
�Era divertido saltar así, pero todo el tiempo nos preocupábamos de no caernos. En la punta de los dedos el traje era muy finito para sentirse mejor, pero si se rompía moríamos.
�¿Tuvo miedo?
�Era peligroso y excitante. Teníamos un brazalete con la lista de trabajos cronometrados: nos apurábamos, pero en el medio gritábamos ¡guauauuuu!
�¿No se trajo tierra de la Luna?
�Tengo que decir que no, pero sí. En total trajimos 98 libras y algunas las teníamos en los bolsillos. Pero oficialmente, no.
Todavía hay más preguntas. La última es sobre el despegue, que describe como un viaje en tren, pero en vertical y con muchos temblores y ruido. Después habla de equilibrio y del espacio.
�Ya en el espacio se apagan los motores y es todo suave. Flotás: no tenés nada ni arriba ni abajo, es lo más parecido a flotar en el agua. Pero en el espacio no podés nadar: no hay nada que empujar.
PARA MITCHELL, HAY EXTRATERRESTRES
�Esconden pruebas�
Por A.D.
El comentario excitó a la platea de oyentes del Northland de Olivos. En medio de su conferencia, Edgar Mitchell aseguró que dentro de muy poco tiempo los gobiernos se verán obligados a revelar la evidencia que guardan sobre extraterrestres. �Las pruebas son tan abrumadoras �dijo� que ya no se puede seguir con este encubrimiento de información.� De paso por Buenos Aires, el astronauta y científico vinculado a la NASA habló sobre una historia que, según define, se custodia como secreto de Estado.
Mitchell es uno de los científicos más prestigiosos de Estados Unidos, cuenta con dos licenciaturas en Ciencia y un doctorado del Massachussets Institute of Technology. Desde su regreso de la Luna investiga nuevos paradigmas sobre el concepto de realidad y su teoría se construye opuesta al racionalismo cartesiano.
Fue a partir de la década del 40, según Mitchell, que comenzó a protegerse la información sobre la vida fuera de la Tierra. �Después de la Segunda Guerra Mundial, cualquier país que tuviese ejército o fuerza militar sentía que era incapaz de proteger su nación de un posible ataque o interferencia extraterrestre.� Bajo esta lógica, donde los parámetros de la Guerra Fría parecen reconducirse a una guerra interplanteria, Mitchell intenta sostener sus argumentos con su propia concepción del universo.
�Hoy vivimos en un universo que se organiza por sí mismo: que aprende, es inteligente, interactivo y evolucionista�, dice. La Tierra para Mitchell integra un universo que no es un accidente sino un proceso. �Son palabras muy pesadas las que digo �reconoce� y es muy poco probable que estemos solos.� Aunque reconoció que nunca tuvo contactos del tercer tipo, Mitchell aseguró que �los gobiernos ocultaron ese tipo de información porque no sabían si podía causar pánico o estimular una revuelta�.
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