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LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES
La guerra sindical

Los camioneros franceses atacaron esta semana la yugular energética de su Estado, abriendo una nueva forma de lucha sindical emparentada con la guerra clásica. Aquí, una comparación entre las dos.

Siguiendo el exitoso ejemplo de Francia, en Gran Bretaña ya se comenzaron a bloquear refinerías. 


Por Gabriel Alejandro Uriarte

t.gif (862 bytes) Pocas de las llamadas �nuevas movilizaciones sociales� tuvieron un impacto verdaderamente concreto en el mundo desarrollado. Y el efecto de las que ahora parecen más viejas, como la huelga, tienen uno cada vez más localizado, limitado generalmente a un sector empresarial. Si se lo compara con las huelgas de la primera mitad del siglo, el efecto parece menor. Un motivo puede ser el mismo que elaboró Martin Van Creveld, quien reflexionó que era muy difícil paralizar sociedades modernas mediante la neutralización selectiva de alguna de sus partes. El desarrollo exponencial de la economía civil crea un alto grado de redundancia, que nulifica el alcance de cortes locales en su infraestructura. El petróleo, sin embargo, fue siempre una excepción. Luego de la crisis energética de la década del 70, el problema fue visto mayormente en términos de política exterior. Pero como lo demostraron esta semana los camioneros en Francia, y ayer sus imitadores en Italia, Alemania y Gran Bretaña, el dilema más complejo es de política interna. Esa es la clave de su eficacia. Los bloqueos en Europea presentan un choque entre la lógica económica, lineal, que rige a sus sociedades, y la lógica estratégica, paradojal, que imponen los transportistas. En otras palabras, es una guerra, pero que ocurre en sociedades cuya respuesta está condicionada por la paz que viven. 
La lógica de la estrategia, como escribió Edward Luttwak, es paradojal. Postulados que en la lógica lineal no tendrían sentido, �si querés adelgazar, comé más�, son tautológicas en la estrategia, tales como el clásico �si quieres paz, preparate para la guerra�. En tiempos de guerra, es muy frecuente que lo bueno sea malo y lo malo sea bueno. Con el petróleo, por ejemplo, el escaso nivel de desarrollo y sofisticación tecnológica de Vietnam del Norte lo hizo prácticamente invulnerable a la prolongada campaña aérea lanzada por Estados Unidos contra sus reservas de combustible. Caso inverso al que sucedió durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, cuando una campaña similar logró inmovilizar a las divisiones mecanizadas y los aviones alemanes, en muchos casos superiores a los de los Aliados. Esa experiencia no condicionó la fijación militar con el petróleo. Durante la guerra de Kosovo, una de las prioridades de la OTAN era el bombardeo de las refinerías y depósitos de combustible, táctica que rindió pocos resultados dado que el ejército yugoslavo, que realizaba una nada sofisticada limpieza étnica contra la población albanokosovar, no requería de petróleo en cantidades importantes. 
En términos estratégicos, la estrategia anti-combustible en Francia fue mucho más inteligente que en Kosovo. Las lineales economías de escala en un país que ha estado en paz por décadas produjeron una concentración del suministro de petróleo en unos pocos puntos nodales muy fáciles de aislar. Y el desarrollo tecnológico en los últimos 50 años, con la extensión exponencial en el uso del transporte automotor, hace intolerable una interrupción indefinida en el flujo de combustible. Los bloqueos de esta semana en Francia revelaron la extrema vulnerabilidad en la que viven las sociedades modernas respecto al petróleo. No hacían falta cortes de ruta generalizados ni interrupciones dramáticas en el flujo de bienes o personas. Simplemente había que aislar algunas decenas de refinerías y depósitos para paralizar al país y forzar al Estado a negociar. 
La dramática efectividad de esta táctica se debe a un factor curioso. Si la acción de los camioneros fue netamente estratégica, la reacción en la Unión Europea no pudo ni puede serlo. Teóricamente, una sociedad que ve su funcionamiento tan fundamentalmente amenazado puede responder de dos maneras �estratégicas�. Una es eliminar el agente que amenaza el suministro de petróleo, como en cierto sentido hizo Estados Unidos durante la Guerra del Golfo. Si esto es imposible, como lo fue para la Alemania nazi o Vietnam del Norte, entonces se puede descentralizar el suministro de combustible, buscar fuentes alternativas de energía y prescindir al máximo del uso del petróleo. Para los Estados europeos, ninguno de estos caminos es viable. El primero porque la eliminación de los bloqueoscamioneros resultaría en violencia y represión, y ninguno de los gobiernos de la tercera vía parece dispuesto a meter bala a sus sindicalistas de siempre. En Europa, además, los altísimos impuestos energéticos significan que los gobiernos tendrían escaso apoyo si reprimen sin más los bloqueos. La segunda alternativa tampoco es factible, ya que las sociedades tienen expectativas propias de tiempos de paz, por lo que cualquier alteración en el uso del combustible es inconcebible. La única salida que tienen los gobiernos es entonces negociar y realizar concesiones a los sindicatos involucrados, que desafían así su gradual declive de las últimas dos décadas. En términos pragmáticos, parece ser un logro mucho más concreto que los de las más llamativas protestas en Seattle, Washington y Londres.

 

 

El derrame de la crisis

La ola de protestas en Francia por los altos precios del combustible comenzó ayer a ceder cuando la última asociación de transportistas suspendió el bloqueo de refinerías y depósitos de combustible. Pero al mismo tiempo los bloqueos se intensificaban en otros países europeos. La agrupación francesa de transportistas UNOSTRA suspendió ayer el bloqueo de refinerías y depósitos de combustible, poniendo así fin a seis días de protesta. La huelga condujo a que más del 80 por ciento de las estaciones de servicio en Francia se quedaran sin combustible. UNOSTRA aún no ha aceptado la oferta del gobierno de efectuar reembolsos de impuestos y otras compensaciones por el alto valor de los combustibles, pero su resistencia comenzó a perder credibilidad cuando otros grupos aliados, como las ambulancias y los granjeros, firmaron acuerdos con el gobierno.
La tendencia contraria, sin embargo, se está registrando en otros países europeos, sobre todo en Alemania, Italia y Gran Bretaña. En este último, conductores de camiones y autobuses, así como taxistas y agricultores, bloquean tres refinerías en diversos puntos del país. �Nosotros queremos lograr el mismo efecto que los huelguistas en Francia�, declaró sin tapujos uno de los organizadores.

 

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