Por Andrew Graham-Yooll --Estás encarando un nuevo proyecto de película en medio de una fuerte medida de desencanto.
--Sí, pero estoy entusiasmado por el proyecto sobre una novela de
Héctor Tizón, El hombre que llegó a un pueblo. Esto tiene su
origen hace cosa de dos años cuando hice un documental con reportajes a
once escritores jujeños. Era la camada más vieja, aparte de ser los más
reconocidos, que han trascendido la frontera provinciana. Incluyendo
a mi padre, escritor y docente jubilado, Miguel Angel Pereira, sobre cuyos
cuentos se basó la película La última siembra. Quería
conservarlos de alguna manera, cómo son físicamente y qué dicen.
Algunos de ellos fallecieron desde entonces. Eso demuestra que fue
fundamental el rescate en voz y en imagen de los actores culturales de una
provincia. Después se pierden, o se conoce la obra pero no la persona. En
ese reportaje también estaba incluido, por supuesto, Héctor Tizón.
Después me quedó la idea de hacer algo más. Porque siempre he sido
admirador de la obra de Héctor. Admiro cómo logra extrapolar la Puna,
sacarla de la región y hacerla universal. A los habitantes de la Puna les
da una dimensión metafísica, justo donde hay más olvido que historia.
Siempre me sentí identificado con su literatura. Hacía tiempo había leído
esta novela, El hombre que llegó a un pueblo. Me identifiqué con
el tema. Lo vi muy parecido a lo que yo trato de reflejar en mis películas.
La pregunta que motiva es ¿qué ocurre cuando se encuentran hombres de
culturas diferentes en un ámbito determinado? Los valores que trae un
hombre de una cultura, que a lo mejor son los correctos para él, no lo
son al aplicarlos a otra cultura. Esto fue el tema de La deuda interna,
el encuentro de un maestro que viene de un mundo civilizado con un niño
indígena. El maestro le regala unas revistas para hacerlo ingresar al
proceso educativo, a la lectura. Sin querer, el destino hace que esa
revista lleve al niño a la muerte, porque le despierta el interés por el
mar. Ahí yo lo embarqué en el Belgrano y entronqué con la Guerra de
Malvinas. En La última siembra hice cosa parecida. Un coya trata
de integrarse a una tierra de gauchos, de jinetes. Se ve el desdén con
que trata el jinete a un hombre de a pie. A su vez, el hijo del dueño de
la finca, que venía de formarse en los Estados Unidos, decide liquidar la
finca ganadera para plantar tabaco. El jinete pierde su caballo y tiene
que igualarse al indígena en estar a pie. Pierden ambos.
--¡Ahora el tabaco, es decir Nobleza, ha mudado su operación a
Salta!
--Mi película fue premonitoria. En 1991, los tabacaleros de Jujuy
me querían comer crudo. Hoy se da que una forma de vida, una relación
con todo lo que es la planta de acopio, se corta. También la producción
cae, los precios se imponen de afuera. Pasó lo que veía la película. La
novela de Tizón habla de un hombre que se escapa de la cárcel y va a
parar a un pueblito de la Puna y es confundido con un cura. Decide aceptar
el rol y se queda. Ahí está reflejado el encuentro de dos culturas. Yo
vería la posibilidad de hacer una metáfora sobre la globalización, cómo
afecta la identidad regional. Héctor Tizón fue entusiasta, me cedió los
derechos. --¡El presupuesto llega
al millón de dólares! ¿Cómo se paga?
--Esto es lo más difícil en el mundo, no sólo aquí. Pero uno de
los pocos caminos que nos quedan a los realizadores argentinos es la
coproducción. Es casi imposible hacer cine aquí. Primero busqué gente
amiga en Buenos Aires en una productora relativamente nueva, de gente
joven. Ellos habían participado en una coproducción en España. Hay un
productor español, Gerardo Herrero, que tiene predilección por trabajar
con directores y obras de autores latinoamericanos. Se subió al proyecto.
Con un productor amigo en Londres, de la época en que yo vivía allí,
habíamos hablado mucho de hacer algo juntos pero nunca se concretó, si
bien estuvo en la distribución de La última siembra y también en
la realización de un mediometraje documental. Le pareció que ésta era
una oportunidad para trabajar juntos y comprometió parte de los fondos
para la realización. --Falta la tercera parte.
--Falta la pata más difícil, que es la argentina. Y este año está
vedado porque el Instituto de Cine no tiene fondos, no va a dar créditos.
Lo único que ha podido hacer el Instituto es crear dos o tres concursos
que creo que son de ópera prima, adaptación de obras literarias y
guiones, y un tercero que no recuerdo bien qué es. Tengo que desembocar
ahí, en ese concurso. --¿Tiene que haber un coproductor argentino?
--Si no lo hay, es muy difícil justificar, para un español, venir
a hacer una película argentina, con director argentino. Se necesita el
componente económico argentino. --¿Y los bancos
argentinos? Quedan algunos bancos argentinos, ¿no?
--No... no existen. Bah, no sé si hay bancos argentinos, pero sí
sé que no hay financiación de los bancos. La única vía posible es
generar la estructura financiera a través de un crédito o un subsidio
del Instituto Nacional de Cine. Se han hecho intentos de crear fondos de
inversión, pero no sé cuál fue el resultado. Por eso decía que la única
posibilidad cierta que nos queda para la realización en la Argentina es
por vía de la coproducción. --Vos tenés una frase
nefasta: "la única forma de hacer cine argentino es irse de la
Argentina".
--La verdad... depende, porque hay gente que de alguna manera sigue
filmando. Pero creo que en mi caso es más difícil hacer el tipo de cine
que yo he elegido. Hoy en día los multimedios también están haciendo
cine. Pero el producto que ellos generan es un entretenimiento, usan
figuras de sus propios canales que ya han sido probadas y reconocidas por
el público. Hacen películas populares que tienen mucho éxito. A mí me
interesa el cine como hecho artístico. Esto es más difícil de
financiar, genera desconfianza en quien pueda invertir. La pregunta es
siempre si el producto va a tener alcance masivo. Pero eso es un
prejuicio. Mi primera película, que no era totalmente atípica, la vieron
ochocientas mil personas. Entonces el prejuicio contra el arte también
hay que vencerlo. Se puede defender el hecho artístico, si uno encuentra
la vía de conexión con el público, con los problemas que se están
viviendo, con lo que nos rodea. El público responde. --Entonces, ¿por qué
volviste a Jujuy? Te pasaste tantos años en Inglaterra...
--Me fui a estudiar cuando tenía veintidós años, y estuve prácticamente
hasta los treinta y cinco años... casi trece años entre estudios y
trabajo. Volví por la nostalgia, básicamente. Casi toda mi filmografía
la hice acá en Jujuy. A pesar de vivir en Inglaterra, siempre me las
ingeniaba para venir a filmar acá. Así me ganó la nostalgia, y el deseo
de comprometerme de otra manera. No es fácil. Recuerdo que una vez vine
con un proyecto a Buenos Aires y me presenté al Instituto y medio que me
dijeron "Pero si vos conseguís plata del exterior, ¿por qué venís
a pedir plata acá?" Eso dolió. Pero me dije que probaría
desarrollar cosas desde afuera. La realidad demuestra que es difícil
hacer cine, hacer cualquier cosa, como vivir, en Argentina. --Pero tu vida está
hecha acá. Toda tu filmografía es jujeña.
--Exacto. Creo que voy a tener que volver a lo que era. En la
Argentina hacía un cine de Jujuy. Parece prácticamente imposible, ¿no?
Para financiarlo tuve que hacer esa conexión Jujuy-Londres para que me
escucharan en Buenos Aires, donde estaba la audiencia que a mí me
interesaba. Allí, en Inglaterra donde vivía, construía la estructura
financiera, y filmaba acá. Creo que voy a tener que volver a hacer algo
parecido. --¿Buenos Aires no te
atrae?
--La verdad que no. Buenos Aires me resulta más foráneo que
Londres, o Nueva York. No sé por qué. Estuve ahí tres años, fui a
estudiar... pero no tengo afinidad con esa ciudad. La gente de cine anda
muy dispersa. Busqué que nos juntásemos, para conversar, hablar de los
problemas comunes, pero fue muy difícil. Cada uno está cuidando su
quintita y nada más. --¿Así es Buenos Aires vista desde Jujuy o es característica
de la gran ciudad?
--Es la mentalidad de la capital. Es la división absurda entre la
capital y las provincias. Cuando me acerco a Buenos Aires, ninguno dice:
"Miguel Pereira, el tipo que vivió en Londres trece años, que
trabajó para la BBC y Canal 4, bla bla". Dice: "Ahí viene
Pereira de Jujuy". No importa que yo haya ganado el Oso de Plata, que
tenga mis premios, mi filmografía y todo... Cuando yo llego a Buenos
Aires soy Pereira el jujeño. No soy Pereira el argentino que vivió
afuera y consiguió dinero en el exterior. --¿Eso se puede atribuir
a una mezquindad?
--Mucha. Pero es así. Hay mucho egoísmo entre los artistas. Nadie
se alegra de los triunfos de otros. Cuando se estrena una película
argentina todos están esperando ver qué día se cae. Si se cae antes de
la semana todos están contentos. Eso nos hace mal a todos. ¿Cómo no
hemos sido capaces de generar una escuela, un grupo de cine, como lo
hicieron los brasileños, y otras cinematografías? Los brasileños tenían
los mismos problemas económicos, sufrían los mismos embates sociales,
tenían una visión estética parecida. Jamás se ha dado esa unión en la
Argentina. No hubo un grupo en que se puedan relacionar para trabajar
juntos los cineastas. Lo intenté varias veces, pero siempre cayó en saco
roto. Entonces esto se hace muy solitario.
--Y ahora estás como amenazándote que te vas a ir o que tendrías
que irte, pero al mismo tiempo seguís echando raíces, haciendo una casa,
en Jujuy.
--Contrariamente a todo lo que pregono --que tengo profundas raíces
jujeñas, que he vivido en el exterior pero mi raigambre la tengo en
Jujuy-- nunca he tenido una casa, ni un lugar aquí. Creo que es un hecho
hasta simbólico, imprescindible tener un pedazo de tierra, y un lugar
donde volver. No sé si la habitaré, espero que sí, porque quisiera
desarrollarme acá. Sería feliz haciendo cine acá, en mi provincia, pero
no están dadas las condiciones. Ya lo he probado. No veo que se abra una
veta inesperada. Lo que había que hacer ya lo hice. Me parece que como
forma de vida y producción voy a tener que ir al exterior, también para
no desactualizarme ni perder contacto con los que hacen lo mismo que yo, y
a la vez generar los dineros para venir y filmar. La idea es seguir
mostrando o narrando historias de Jujuy. Esto no es chauvinista.
Simplemente, en lo que es el país quiero mostrar el otro punto de vista. --Quizás sea una ilusión
demasiado grande para proyectar desde Jujuy. Los índices de desempleo en
algunos pueblos son el ochenta por ciento.
--Sí, en el ranking del desempleo estamos segundos en el país,
después de Santa Fe. Pero yo he hecho dieciocho películas en estas
condiciones. ¿Entendés? No es un sueño. Ya lo hice. Hice dos
largometrajes y dieciséis medios y cortometrajes en esta provincia, con
estas condiciones y peores. O sea que es posible, no es ilusorio. Lo que
ha cambiado es que antes siempre tenía la ilusión de que podía mejorar.
Hoy en día no, cada día está peor. Entonces lo que se ha cortado es esa
esperanza de decir: puede ser mejor. Valía la pena estar, esperar, eran
como tiempos de preparación, de meditación, de estudio, en que iba
preparando proyectos. Pero hoy lo veo cada vez más lejano. Esa espera se
puede convertir en la muerte. --¿La muerte en Jujuy?
--La muerte en Jujuy...
--Pareciera tu próximo título...
--Pero ¿sabés, Andrew? trato de relatarles a mis colegas en
Buenos Aires, y a la gente del Instituto, mi experiencia en Inglaterra. ¿Por
qué me ayudaron los ingleses? Era extranjero, con propuestas de cine exótico,
nada comercial. La respuesta de los ingleses es tener dos institutos para
dos tipos de cine. Cosa que no tenemos en la Argentina. Por un lado está
British Screen, que financia proyectos comerciales. Por otro lado está el
BFI (British Film Institute), que ayuda, fomenta películas más
experimentales, regionales, artísticas... Pero una película del BFI
siempre era de bajo presupuesto. Acá todos vamos a la misma bolsa. Yo
puedo hacer películas acá con trescientos mil dólares y me daría por
satisfecho. Pero entramos en un juego donde una película, como mínimo,
cuesta un millón de dólares, y de ahí para arriba. Entonces no hay
nichos para distinto tipo de cine. Así no se alientan nuevos talentos. --¿Los festivales no ayudan?
--Una vez estuve en un festival de cine en Miami. Después de una
proyección teníamos mesas redondas. Entonces, los latinoamericanos,
todos, llorábamos por la falta de plata, las dificultades para hacer
cine, que esto y que lo otro... Tomaban la palabra los independientes
norteamericanos y lloraban porque para ellos también era imposible porque
estaban marginados de los circuitos y esto y lo otro... Hablaban los
europeos, y lloraban todos. ¡Lo mismo! Es mundial. Lo trasladás a la
literatura, y tenés a los best sellers contra la obra de un tipo que no
quiere escribir best sellers. Hoy para que te den plata para realizar una
idea que tenés en la cabeza, los tipos están buscando seguridad, que por
lo menos me vean cien mil personas. Nunca se puede garantizar eso.
Solamente si se gastan cien millones de dólares y una publicidad de cien
millones de dólares que da la vuelta al mundo... Sentiría como más
positivo que fuéramos más realistas en la Argentina. Necesitamos un
instituto más pequeño, más especializado, que atienda proyectos más
pequeños, más realizables, más autoral. --¿Qué dicen de ti aquí
en Jujuy?
--Acá tenemos esos vagos, filósofos de pueblo... Me encontré con
uno un día y me dice: "¿Qué hacés vos acá, Miguel? ¿Qué hacés
en Jujuy?" No lo podía entender. Le dije: "Yo quiero estar acá,
donde me gusta narrar historias, me gusta la geografía de Jujuy". Y
me dijo "Pero vos sos buzo en el Río Chico", que es uno de los
ríos que encierran el casco de la ciudad. Era muy gráfico. Tengo el
equipo completo, y estoy tratando de bucear en los veinte centímetros del
Río Chico.
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