La
argentina Hebe Lorenzo era actriz de teatro y asistente de dirección de
cine cuando en 1977 dejó el país para radicarse en Francia. Desde
entonces retorna periódicamente, no tanto para actuar con su compañía
Le Petit Chêne (lo último que trajo fue Cocktail Cocteau, tres
piezas breves del célebre poeta Jean Cocteau, presentándolo en La
Ranchería) sino para dictar seminarios, como el que acaba de ofrecer en
el Centro Cultural Ricardo Rojas. Su especialidad, y la de su grupo es,
además de la creación artística, utilizar el teatro "como una
herramienta para el desarrollo de la personalidad y la comunidad".
Actriz de fuerte presencia escénica, que ha representado a Francia
en festivales internacionales de Canadá y Estados Unidos, trabaja desde
hace veinte años en pequeñas comunidades y barrios sobre los conflictos
que generan el desempleo, la deserción escolar, el alcoholismo, la droga,
la vida en prisión y los aluviones inmigratorios. Vive en Cluny (Borgoña),
después de residir trece años en París. "Cluny fue el faro de la
cultura de Occidente, y lo sigue siendo después de que durante la
Revolución Francesa se destruyó parte de la abadía benedictina del
siglo X y se echó a los monjes. Ahora es importante por otros
motivos", apunta Lorenzo en diálogo con Página/12. En esa
ciudad de sólo 4800 habitantes "se unen todas las artes", dice,
y cuenta que allí instaló su Escuela-Teatro Le Petit Chêne. "Allá
se estudia tanto teatro como en Buenos Aires, porque la gente quiere
buscarse. El ochenta por ciento de nuestro alumnado viene para sentirse
bien y porque tiene ganas de desarrollar experiencias fuertes",
sostiene.
--¿Cómo se inició en el teatro?
--Comencé
por las bellas artes. Era afichista y publicitaria. Después hice
asistencia de dirección en cine y trabajé como actriz, pero de teatro
militante en barrios. Cuando llegué a Francia hice el doctorado de
Ciencias y Técnicas del Teatro en la Universidad de París.
--¿Se hace teatro militante en Francia?
--No
se practica como apoyo de un discurso político, porque ya nadie cree en
los partidos ni en los políticos, y menos los más jóvenes. Pero sí en
el sentido de herramienta de desarrollo personal y comunitario. Hay gente
a la que se le paga para hacer esto, como es mi caso y el de mi compañía.
Otros trabajan ad honorem, como acá, antes de irme. Parece increíble,
pero cuando llegué en los años 70 a Francia, el teatro era allí una
cosa cerrada y muy formal. Cuando una hablaba de teatro militante lo
relacionaban enseguida con el teatro de agitación ruso.
--¿Lo rechazaban?
--No
abiertamente. Pasaba que los actores no lo tenían incorporado. Hoy día
es diferente. Antes, el actor era un artista, y el que hacía ese tipo de
teatro, un trabajador social. Cuando el autor y director brasileño
Augusto Boal llegó a Francia con sus técnicas de teatro popular echó
abajo esos prejuicios. Revolucionó todo con las experiencias de su Teatro
del Oprimido (hay centros que trabajan con estas técnicas en varios países
europeos y en Canadá, donde se realizan los Encuentros de Teatro del
Oprimido).
--¿Cómo se traduce hoy aquel cambio?
--Aunque
muy lentamente, ha comenzado a plantearse a nivel estatal que el teatro
puede llegar al fondo de un conflicto, sacarlo a la luz y transformarlo.
Actores y docentes están haciendo una tarea importante en la reinserción de presos. Las autoridades han tomado
conciencia de que las artes tienen valor social, y hasta económico. Que
una región puede crecer económicamente cuando se la incentiva
culturalmente.
--¿Cumplen con la entrega de subsidios?
--A
veces sí y otras no. Hace veinte años que hago esto en Francia, y lo
consigo luchando día a día, demostrando que mi compañía existe y
cumple un servicio a la comunidad. La situación mejoró mucho a partir de
1998, con los "contratos de ciudad". Antes las directivas partían
de las autoridades nacionales y ahora de cada ciudad. Se conocen mejor los
problemas de cada región. En este momento se da más apoyo a las
actividades culturales que tienen un objetivo social concreto que a la
creación artística. --¿Cuál es la actitud
frente a la cultura de los extranjeros?
--Se está buscando un reacomodamiento. En los últimos años creció
una cultura de suburbio, hermética, con un lenguaje propio, de gueto.
Ahora las autoridades se convencieron de que ya no sirve bajar línea, que
la cultura popular va más rápido que cualquier medida institucional. Por
eso se está trabajando en planes a largo plazo, aunque todavía seguimos
ocupados con las urgencias y los estallidos. A veces es muy peligroso
entrar en esos barrios cerrados.
--¿Trabajan solos o con algún apoyo?
--Generalmente
colabora la policía preventiva, formada por gente joven salida del mismo
barrio en el que realizamos la actividad. Esta policía participa de las
campañas por accidentes, alcoholismo y droga.
--¿Reciben alguna formación?
--Sí,
con médicos y otros profesionales. El aporte artístico es nuestro, pero
necesitamos estar bien informados para no cometer errores en la
dramatización e incluso en la ridiculización de las pulsiones. --¿Cuál
es su propuesta en el plano social?
--Trabajar
los problemas con los necesitados y con los especialistas de otras áreas:
actores, trabajadores sociales y todos los que quieran acercarse.
Establecer conexiones con las autoridades para obtener apoyo, y cuando no
haya dinero, que éstas colaboren abriendo puertas. En la militancia
cultural tiene que haber un ida y vuelta constante, sostenido. De lo
contrario, cualquier esfuerzo se va pronto al diablo.
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