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el Kiosco de Página/12

Tifón
Por Antonio Dal Masetto

 

Estoy mirando en la tele un entretenido aviso publicitario de la Iglesia Católica, llamado mea culpa, destinado a la campaña para la conscripción de nuevos fieles, cuando suena el teléfono. Es el amigo Balducci:
–Se desató un tifón en el Club Social y Deportivo Pampero. Escándalo por corrupción local.
Conociendo mis dotes detectivescas, mi neutralidad, mi honestidad, mi hombría de bien, y que además siempre simpaticé con el club, un conspicuo grupo de socios, con el presidente a la cabeza, me encargan la tarea de develar la verdad y solamente la verdad y dar un dictamen que separe culpables de inocentes. Garantizan que mi arbitraje será inapelable. Acepto e impongo condiciones mínimas: autonomía, manos libres y acceso a los papeles.
Instalado en el Pampero leo el Orden del Día de la última reunión de Comisión Directiva: “Habiendo expirado el contrato de explotación del buffet, hasta la fecha a cargo de Juan “el Bizco” Zubiela, los miembros de esta Honorable Comisión decidirán sobre las dos siguientes posibilidades: la administración directa por parte del club del susodicho buffet (como es deseo generalizado de la masa de asociados) o la renovación del contrato al mencionado señor el Bizco Zubiela, que tiene opción a una prórroga”.
Aquella votación dio un resultado sorpresivo y escandaloso, cuyo eco llegó hasta los límites del barrio y fue tapa del quincenario de distribución gratuita El Paladín de Villa Ortúzar, que por primera vez en su historia agotó cinco ediciones. Los hechos fueron así: cuando se daba por descontado que el voto unánime de la comisión decidiría la recuperación del buffet, al abrir las urnas, de manera absolutamente misteriosa, resultó elegida concesionaria por el término de 15 años la empresa de catering Bon Appétit, propiedad del Toto Trossolino que ni siquiera era candidato.
Las preguntas de los socios fueron: ¿Qué hace el Toto acá? ¿De dónde salió? ¿Quién lo votó? ¿Cómo apareció si no estaba en el Orden del Día? La sospecha generalizada es que ha corrido dinero. El resultado de la votación provocó una batalla campal de insultos, trompadas y patadas que no cesa.
Empiezo mi tarea como corresponde, desde abajo. Entrevisto al encargado del mantenimiento de los mingitorios. Su testimonio:
–Caballero, acá repartieron mucha plata y cuando le digo mucha, es mucha. Yo los escuché hablar de la guita antes de que se lavaran las manos. No puedo decir más porque tengo familia numerosa que mantener.
Es la única información que puedo conseguir. El resto contesta con evasivas, no sé, no vi, no escuché, no estaba, mi señora tuvo familia, es la primera vez que vengo, estuve con parte de enfermo. Nadie da pistas pero se desata un vendaval de mensajes anónimos. Llamados en el contestador. Papelitos debajo de la puerta. Cartas entre las hojas del diario. Cuatro casetes inaudibles. Denuncias y acusaciones múltiples. Que a la vocal primera la compraron con un pasaje al Sur y estadía de una semana, media pensión. Tengo pruebas. Que Rubencito, el hijo de la vocal cuarta, no es hijo de su padre sino del Toto Trossolino. Tengo pruebas. Que al vocal tercero lo compraron con vales para almuerzo (4 personas durante dos meses) en la parrilla El Ombú, propiedad de Trossolino. Tengo pruebas. Que a uno le metieron plata de prepo en el bolsillo y le dijeron: Gastala que te va a gustar y ojito, hacelo con la boca cerrada. Tengo pruebas. Que al borracho perdido del prosecretario lo compraron con un par de cajas de vino reserva. Tengo pruebas. Que al tesorero, que le gustan más las minas que el dulce de leche, le tiraron un par de locas. Tengo pruebas. Que el Toto realizó el pago con dólares y a cada uno le hizo firmar un recibo. Tengo fotocopias. Estoy abrumado por la cantidad de acusaciones anónimas. Hay más denuncias que socios. Decido cortar por lo sano y encaro directamente, uno por uno, a los miembros de la Comisión Directiva. Llorando, todos niegan todo. Llorando, todos afirman que votaron a favor de la recuperación del buffet. Llorando todos deslizan sospechas sobre sus compañeros. Convengo una reunión con el presidente del club y le digo derecho viejo:
–No sé qué hacer, señor presidente, la única prueba irrefutable que conseguí es que no hay ninguna prueba. Ahora bien, que acá pasó algo, y bien roñoso, no hay duda que pasó.
Al presidente se le humedecen los ojos, se me tira encima, me abraza y solloza:
–Dios mío haz que no sea cierto y si es cierto que no me importe y si me importa que no me duela.


REP

 

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