Tifón
Por Antonio
Dal Masetto
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Estoy mirando en
la tele un entretenido aviso publicitario de la Iglesia Católica,
llamado mea culpa, destinado a la campaña para la conscripción
de nuevos fieles, cuando suena el teléfono. Es el amigo Balducci:
Se
desató un tifón en el Club Social y Deportivo Pampero. Escándalo
por corrupción local.
Conociendo mis dotes detectivescas, mi neutralidad, mi honestidad, mi
hombría de bien, y que además siempre simpaticé con
el club, un conspicuo grupo de socios, con el presidente a la cabeza,
me encargan la tarea de develar la verdad y solamente la verdad y dar
un dictamen que separe culpables de inocentes. Garantizan que mi arbitraje
será inapelable. Acepto e impongo condiciones mínimas: autonomía,
manos libres y acceso a los papeles.
Instalado en el Pampero leo el Orden del Día de la última
reunión de Comisión Directiva: Habiendo expirado el
contrato de explotación del buffet, hasta la fecha a cargo de Juan
el Bizco Zubiela, los miembros de esta Honorable Comisión
decidirán sobre las dos siguientes posibilidades: la administración
directa por parte del club del susodicho buffet (como es deseo generalizado
de la masa de asociados) o la renovación del contrato al mencionado
señor el Bizco Zubiela, que tiene opción a una prórroga.
Aquella votación dio un resultado sorpresivo y escandaloso, cuyo
eco llegó hasta los límites del barrio y fue tapa del quincenario
de distribución gratuita El Paladín de Villa Ortúzar,
que por primera vez en su historia agotó cinco ediciones. Los hechos
fueron así: cuando se daba por descontado que el voto unánime
de la comisión decidiría la recuperación del buffet,
al abrir las urnas, de manera absolutamente misteriosa, resultó
elegida concesionaria por el término de 15 años la empresa
de catering Bon Appétit, propiedad del Toto Trossolino que ni siquiera
era candidato.
Las preguntas de los socios fueron: ¿Qué hace el Toto acá?
¿De dónde salió? ¿Quién lo votó?
¿Cómo apareció si no estaba en el Orden del Día?
La sospecha generalizada es que ha corrido dinero. El resultado de la
votación provocó una batalla campal de insultos, trompadas
y patadas que no cesa.
Empiezo mi tarea como corresponde, desde abajo. Entrevisto al encargado
del mantenimiento de los mingitorios. Su testimonio:
Caballero, acá repartieron mucha plata y cuando le digo mucha,
es mucha. Yo los escuché hablar de la guita antes de que se lavaran
las manos. No puedo decir más porque tengo familia numerosa que
mantener.
Es la única información que puedo conseguir. El resto contesta
con evasivas, no sé, no vi, no escuché, no estaba, mi señora
tuvo familia, es la primera vez que vengo, estuve con parte de enfermo.
Nadie da pistas pero se desata un vendaval de mensajes anónimos.
Llamados en el contestador. Papelitos debajo de la puerta. Cartas entre
las hojas del diario. Cuatro casetes inaudibles. Denuncias y acusaciones
múltiples. Que a la vocal primera la compraron con un pasaje al
Sur y estadía de una semana, media pensión. Tengo pruebas.
Que Rubencito, el hijo de la vocal cuarta, no es hijo de su padre sino
del Toto Trossolino. Tengo pruebas. Que al vocal tercero lo compraron
con vales para almuerzo (4 personas durante dos meses) en la parrilla
El Ombú, propiedad de Trossolino. Tengo pruebas. Que a uno le metieron
plata de prepo en el bolsillo y le dijeron: Gastala que te va a gustar
y ojito, hacelo con la boca cerrada. Tengo pruebas. Que al borracho perdido
del prosecretario lo compraron con un par de cajas de vino reserva. Tengo
pruebas. Que al tesorero, que le gustan más las minas que el dulce
de leche, le tiraron un par de locas. Tengo pruebas. Que el Toto realizó
el pago con dólares y a cada uno le hizo firmar un recibo. Tengo
fotocopias. Estoy abrumado por la cantidad de acusaciones anónimas.
Hay más denuncias que socios. Decido cortar por lo sano y encaro
directamente, uno por uno, a los miembros de la Comisión Directiva.
Llorando, todos niegan todo. Llorando, todos afirman que votaron a favor
de la recuperación del buffet. Llorando todos deslizan sospechas
sobre sus compañeros. Convengo una reunión con el presidente
del club y le digo derecho viejo:
No sé qué hacer, señor presidente, la única
prueba irrefutable que conseguí es que no hay ninguna prueba. Ahora
bien, que acá pasó algo, y bien roñoso, no hay duda
que pasó.
Al presidente se le humedecen los ojos, se me tira encima, me abraza y
solloza:
Dios mío haz que no sea cierto y si es cierto que no me importe
y si me importa que no me duela.
REP
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