Al reclamar más cambios en el Senado, el vicepresidente Carlos
Chacho Alvarez reinstaló un tema incómodo para
el Gobierno. Según quienes acompañan al presidente Fernando
de la Rúa en su visita a China, la nueva ofensiva del vice llevó
malhumor a la comitiva que leyó los diarios argentinos vía
fax. El Presidente negó que la crisis pueda derivar en un conflicto
institucional. Al contrario, muestra a las instituciones funcionando,
respondió, seco. Ayer, Alvarez volvió a pedir la renuncia
de los senadores como respuesta política a la sospecha de sobornos,
pero que si no hay una dimisión masiva al menos algunos
tendrán que dar un paso al costado. Pero para el presidente provisional
del Senado, José Genoud, aparente destinatario de las indirectas
de Chacho, esa sería la peor determinación. La gente
puede pensar que el que se va es el que tiene la culpa, respondió.
El enojado bloque de senadores radicales adelantó que le pedirá
una reunión a De la Rúa apenas aterrice.
El resurgimiento de los problemas en torno del escándalo del Senado
es lo que menos le interesaba a De la Rúa que sucediera. Ya bastante
se queja porque no hubo día de su extensa gira internacional en
que no tuviera que responder preguntas derivadas de la crisis de la Cámara
alta. Ayer el Presidente no pudo evitar el contacto con la prensa, ya
pactado de antemano y en el que también participaron periodistas
chinos.
Las instituciones han funcionado, ha actuado la Justicia y se han
dictado leyes, dijo el Presidente, en referencia a la investigación
que lleva adelante el juez federal Carlos Liporaci y a la última
sesión de la Cámara alta. Y sobre las renuncias de senadores,
respondió que no le correspondía opinar. Primero,
por ser otro poder. En segundo lugar, porque las renuncias corresponden
cuando se comprueba una infracción. Y sobre eso, cada uno deberá
actuar cuando ese momento llegue, contestó el Presidente,
marcando una clara diferencia con Alvarez.
El vice, en tanto, ayer viajó a Tucumán para acompañar
al ministro de Educación, Juan Llach, en los festejos por el Día
del Maestro. Desde allí, reiteró el tono de sus declaraciones
del día anterior y volvió a pedir renuncias para que la
actual crisis política no se convierta en institucional. No
hay que esperar los tiempos judiciales, sino una contestación política
por parte de los senadores para que la institución pueda seguir
funcionando y la gente no sienta que se hacen los distraídos en
este tema, remarcó Alvarez.
Por la tarde, dado el contraste entre la prudencia mostrada por el Presidente
y la insistencia del vice, cerca de Alvarez se preocupaban en desmentir
cualquier divergencia. Hablaron recién por teléfono
y comentaron lo que había dicho uno y otro. No hay ningún
problema, insistían los voceros del vicepresidente.
Pero el distanciamiento imposible de negar para los amigos de Alvarez
es el que tiene con el bloque de senadores radicales. Ayer, la bancada
de la UCR se reunió y volvieron a hablar mal del vice que, superada
la época de denuncias, ahora los atormenta con los pedidos de renuncia.
Los radicales resolvieron pedirle una reunión a De la Rúa
para quejarse de los nuevos movimientos de Chacho (ver aparte).
Centro de todas las miradas, Genoud aclaró que hasta ahora no renunció
-como lo hicieron a la jefatura de sus bancadas el radical Raúl
Galván y el peronista Augusto Alasino porque no notó
resistencias hacia su persona. Contó que, por ejemplo, ni cuando
habló con el Presidente ni con Raúl Alfonsín le hicieron
sugerencias al respecto.
En cambio, lo que a Genoud no le pareció mal fue la propuesta de
Alvarez y de algunos justicialistas como Antonio Cafiero de que todos
los senadores renuncien para llamar a una elección anticipada.
La renuncia colectiva puede ser una salida. Si Cafiero dice que
deben irse los senadores, que comiencen los justicialistas y seguramente
nosotros no tendríamos ningún problema en seguirlos en la
actitud, sostuvo. Pero lo que Genoud no ve bien es que las renuncias
corran sólo para dos o tres. La gente podría pensar
que el que se va es el que tiene la culpa, dijo.
Más allá del escándalo
Por Ricardo Sidicaro*
Las conductas desviadas de los dirigentes
y representantes políticos son una preocupación
de la sociedad argentina desde hace bastante tiempo. Pasada la
primera, e idílica, etapa de recuperación de las
instituciones democráticas en 1983, como lo mostraron las
encuestas, las dudas sobre la dirigencia política fueron
creciendo en la opinión pública. Se pasó
luego a sospechar sobre la honestidad de los funcionarios y sin
mayores procedimientos judiciales, quedó instalada la desconfianza.
Sería imposible explicar las conductas desviadas
a partir de una causa única. Pero hay un factor que merece
ocupar un lugar central en cualquier reflexión al respecto:
la debilidad de las organizaciones internas y del funcionamiento
democrático de los partidos políticos. De hecho,
no es posible que la ciudadanía ejerza control sobre sus
representantes, ya que sólo puede expedirse periódicamente
mediante su voto, premiando o castigando de modo difuso y discontinuo.
Las conductas desviadas están asociadas mucho
más a las carencias de tejidos partidarios democráticos
y sólidos, que operen controlando a los dirigentes, a los
funcionarios y a los candidatos, que planteen debates programáticos
internos para seleccionar sus políticas y que, más
en general, creen un entramado asociativo que pese éticamente
sobre todos sus miembros. Cuando faltan esas configuraciones organizativas
democráticas y estables, desaparecen los compromisos cara
a cara con la supuesta comunidad política de pertenencia.
En condiciones normales, el representante se emancipa mucho más
fácilmente de sus anónimos votantes que de los miembros
de su partido. Las reuniones partidarias, las publicaciones internas,
las confrontaciones y debates doctrinarios en las convenciones,
etc., generan vínculos y obligaciones recíprocas
que garantizan la calidad de la acción política.
Cuando esas instancias no existen o tienen presencia insuficiente,
los dirigentes políticos se piensan a sí mismos
como propietarios de una pequeña o mediana empresa electoral,
y capturan posiciones de poder de la misma manera que podrían
desenvolver actividades en la sociedad civil. Por eso, no es sorprendente
que, como en las pymes, les den cargos y responsabilidades oficiales
a los parientes, puesto que a falta de las relaciones secundarias
y de carácter universal propias de los partidos modernos,
lo que cuenta es la familia. Es obvio que por esa
vía se conduce a la democracia al descrédito, sin
que ninguno de quienes así actúan se proponga tal
meta conscientemente. No interesa aquí hacer prospectiva
sobre la cuestión del Senado pero, en cambio,
es fácil sostener que sin mejores vidas partidarias y sin
más debates democráticos, la autonomía de
sus representantes y de sus candidatos una vez en los gobiernos
se seguirá incrementando y las conductas desviadas
no tenderán a desaparecer. La mejor organización
de los partidos quizá no evite totalmente el problema que,
como decíamos al principio, tiene muchas causas, pero ése
podría, quizá, ser el recurso más cercano
e inmediato que tienen las dirigencias partidarias que quieren
contribuir a la salud de las instituciones democráticas
y reencontrarse con la confianza de la ciudadanía. Cabría,
en fin, concluir diciendo que las denominadas internas abiertas
aportaron más a la desorganización de los partidos
que a lograr su reconciliación con la sociedad.
* Sociólogo. Profesor titular de Análisis
de la Sociedad Argentina (UBA).
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