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DE LA RUA Y LOS SENADORES RADICALES SE OPONEN A LAS RENUNCIAS
La moción de Chacho no tuvo quórum

El Presidente se molestó cuando le hicieron preguntas sobre el tema. Los legisladores de la UCR le pedirán una reunión cuando vuelva.


t.gif (862 bytes)  Al reclamar más cambios en el Senado, el vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez reinstaló un tema incómodo para el Gobierno. Según quienes acompañan al presidente Fernando de la Rúa en su visita a China, la nueva ofensiva del vice llevó malhumor a la comitiva que leyó los diarios argentinos vía fax. El Presidente negó que la crisis pueda derivar en un conflicto institucional. “Al contrario, muestra a las instituciones funcionando”, respondió, seco. Ayer, Alvarez volvió a pedir la renuncia de los senadores como respuesta política a la sospecha de sobornos, pero que si no hay una dimisión masiva al menos “algunos” tendrán que dar un paso al costado. Pero para el presidente provisional del Senado, José Genoud, aparente destinatario de las indirectas de Chacho, esa sería la peor determinación. “La gente puede pensar que el que se va es el que tiene la culpa”, respondió. El enojado bloque de senadores radicales adelantó que le pedirá una reunión a De la Rúa apenas aterrice.
El resurgimiento de los problemas en torno del escándalo del Senado es lo que menos le interesaba a De la Rúa que sucediera. Ya bastante se queja porque no hubo día de su extensa gira internacional en que no tuviera que responder preguntas derivadas de la crisis de la Cámara alta. Ayer el Presidente no pudo evitar el contacto con la prensa, ya pactado de antemano y en el que también participaron periodistas chinos.
“Las instituciones han funcionado, ha actuado la Justicia y se han dictado leyes”, dijo el Presidente, en referencia a la investigación que lleva adelante el juez federal Carlos Liporaci y a la última sesión de la Cámara alta. Y sobre las renuncias de senadores, respondió que no le correspondía opinar. “Primero, por ser otro poder. En segundo lugar, porque las renuncias corresponden cuando se comprueba una infracción. Y sobre eso, cada uno deberá actuar cuando ese momento llegue”, contestó el Presidente, marcando una clara diferencia con Alvarez.
El vice, en tanto, ayer viajó a Tucumán para acompañar al ministro de Educación, Juan Llach, en los festejos por el Día del Maestro. Desde allí, reiteró el tono de sus declaraciones del día anterior y volvió a pedir renuncias para que la actual crisis política no se convierta en institucional. “No hay que esperar los tiempos judiciales, sino una contestación política por parte de los senadores para que la institución pueda seguir funcionando y la gente no sienta que se hacen los distraídos en este tema”, remarcó Alvarez.
Por la tarde, dado el contraste entre la prudencia mostrada por el Presidente y la insistencia del vice, cerca de Alvarez se preocupaban en desmentir cualquier divergencia. “Hablaron recién por teléfono y comentaron lo que había dicho uno y otro. No hay ningún problema”, insistían los voceros del vicepresidente.
Pero el distanciamiento imposible de negar para los amigos de Alvarez es el que tiene con el bloque de senadores radicales. Ayer, la bancada de la UCR se reunió y volvieron a hablar mal del vice que, superada la época de denuncias, ahora los atormenta con los pedidos de renuncia. Los radicales resolvieron pedirle una reunión a De la Rúa para quejarse de los nuevos movimientos de Chacho (ver aparte).
Centro de todas las miradas, Genoud aclaró que hasta ahora no renunció -como lo hicieron a la jefatura de sus bancadas el radical Raúl Galván y el peronista Augusto Alasino– porque no notó resistencias hacia su persona. Contó que, por ejemplo, ni cuando habló con el Presidente ni con Raúl Alfonsín le hicieron sugerencias al respecto.
En cambio, lo que a Genoud no le pareció mal fue la propuesta de Alvarez y de algunos justicialistas como Antonio Cafiero de que todos los senadores renuncien para llamar a una elección anticipada. “La renuncia colectiva puede ser una salida. Si Cafiero dice que deben irse los senadores, que comiencen los justicialistas y seguramente nosotros no tendríamos ningún problema en seguirlos en la actitud”, sostuvo. Pero lo que Genoud no ve bien es que las renuncias corran sólo para dos o tres. “La gente podría pensar que el que se va es el que tiene la culpa”, dijo.

Más allá del escándalo

Por Ricardo Sidicaro*

Las conductas “desviadas” de los dirigentes y representantes políticos son una preocupación de la sociedad argentina desde hace bastante tiempo. Pasada la primera, e idílica, etapa de recuperación de las instituciones democráticas en 1983, como lo mostraron las encuestas, las dudas sobre la dirigencia política fueron creciendo en la opinión pública. Se pasó luego a sospechar sobre la honestidad de los funcionarios y sin mayores procedimientos judiciales, quedó instalada la desconfianza. Sería imposible explicar las conductas “desviadas” a partir de una causa única. Pero hay un factor que merece ocupar un lugar central en cualquier reflexión al respecto: la debilidad de las organizaciones internas y del funcionamiento democrático de los partidos políticos. De hecho, no es posible que la ciudadanía ejerza control sobre sus representantes, ya que sólo puede expedirse periódicamente mediante su voto, premiando o castigando de modo difuso y discontinuo. Las conductas “desviadas” están asociadas mucho más a las carencias de tejidos partidarios democráticos y sólidos, que operen controlando a los dirigentes, a los funcionarios y a los candidatos, que planteen debates programáticos internos para seleccionar sus políticas y que, más en general, creen un entramado asociativo que pese éticamente sobre todos sus miembros. Cuando faltan esas configuraciones organizativas democráticas y estables, desaparecen los compromisos cara a cara con la supuesta comunidad política de pertenencia. En condiciones normales, el representante se emancipa mucho más fácilmente de sus anónimos votantes que de los miembros de su partido. Las reuniones partidarias, las publicaciones internas, las confrontaciones y debates doctrinarios en las convenciones, etc., generan vínculos y obligaciones recíprocas que garantizan la calidad de la acción política. Cuando esas instancias no existen o tienen presencia insuficiente, los dirigentes políticos se piensan a sí mismos como propietarios de una pequeña o mediana empresa electoral, y capturan posiciones de poder de la misma manera que podrían desenvolver actividades en la sociedad civil. Por eso, no es sorprendente que, como en las pymes, les den cargos y responsabilidades oficiales a los parientes, puesto que a falta de las relaciones secundarias y de carácter universal propias de los partidos modernos, lo que “cuenta es la familia”. Es obvio que por esa vía se conduce a la democracia al descrédito, sin que ninguno de quienes así actúan se proponga tal meta conscientemente. No interesa aquí hacer prospectiva sobre la “cuestión” del Senado pero, en cambio, es fácil sostener que sin mejores vidas partidarias y sin más debates democráticos, la autonomía de sus representantes y de sus candidatos una vez en los gobiernos se seguirá incrementando y las conductas “desviadas” no tenderán a desaparecer. La mejor organización de los partidos quizá no evite totalmente el problema que, como decíamos al principio, tiene muchas causas, pero ése podría, quizá, ser el recurso más cercano e inmediato que tienen las dirigencias partidarias que quieren contribuir a la salud de las instituciones democráticas y reencontrarse con la confianza de la ciudadanía. Cabría, en fin, concluir diciendo que las denominadas “internas abiertas” aportaron más a la desorganización de los partidos que a lograr su reconciliación con la sociedad.

* Sociólogo. Profesor titular de Análisis de la Sociedad Argentina (UBA).

 

 

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