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DEBIA EMPEZAR A TRABAJAR, PERO EL ESCANDALO LO IMPIDIO
La polémica que disparó Puccio

Salió de la cárcel para trabajar en una clínica, pero, al ver el tumulto, Puccio no entró. El gobierno bonaerense consideró que el permiso otorgado es �un mensaje de impunidad�. Otros juristas opinan que se usa el caso como chivo expiatorio.

Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes)  Alejandro Puccio y el espectro del clan familiar que se dedicó al secuestro extorsivo y al asesinato de empresarios a mediados de los ‘80 sirvieron ayer como terreno para que el gobierno de Carlos Ruckauf volviera sobre el endurecimiento de las leyes penales bonaerenses. El primogénito de los Puccio debía comenzar ayer a trabajar en una clínica psiquiátrica, beneficiado con un régimen de salidas laborales transitorias, previsto por la ley de Ejecución Penal. Pero se quedó a una cuadra del lugar cuando vio que en la puerta no sólo lo esperaba una nube de movileros sino también el hermano de una de sus víctimas. Y de telón de fondo corría la trama política: el ministro Jorge Casanovas dijo que la autorización “es un mensaje de impunidad”. Para Casanovas, después de la salida de Puccio –quien ha pasado casi 14 años preso– los delincuentes mirarán hacia sus pagos y dirán: “Largate a delinquir tranquilamente, porque en Buenos Aires no pasa nada”. Los especialistas consultados por Página/12 desacreditan la crítica bajo el mismo concepto: “Busca un chivo expiatorio que concentre el mal para justificar el fracaso de su política de seguridad”, dice el penalista Eugenio Zaffaroni.
Puccio está preso desde 1985, cuando la policía entró en la casa familiar de San Isidro y encontró a Nélida Bollini de Prado encadenada en el sótano del lugar. Habían pasado por él los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum, todos asesinados. El primogénito de los Puccio, el chico que le había dado lustre a la familia con sus proezas como rugbier en el CASI, fue acusado de conocer todos los movimientos de su hogar. Finalmente fue condenado a diez años como partícipe secundario en el crimen de Naum y a cadena perpetua, con accesoria por tiempo indeterminado por el de Manoukian.
“El régimen de salidas transitorias que se le otorgó es lo mínimo que se podría haber dado –insistió ante este diario su abogado, Marcelo Buigo–. La política de seguridad de este gobierno es acceder a lo que la gente quiere y eso no siempre es ético. No hay país civilizado donde haya penas efectivamente perpetuas.” Las salidas de Puccio fueron otorgadas por una resolución de la Cámara del Crimen de San Isidro. En realidad, su abogado le había solicitado salidas transitorias a la jueza de Transición 4, Andrea Pagliani, para que Puccio pudiera visitar a su suegro durante su agonía. Pagliani le negó ese beneficio y, en la apelación a la Cámara, los jueces de la Sala III concluyeron que Puccio podía también optar por un “régimen amplio de salidas laborales”, de acuerdo con lo estipulado por la ley de Ejecución Penal de la provincia, sancionada en enero. La ley estipula un régimen de salidas progresivas destinadas a cumplir con la reinserción social de los condenados.
En realidad, Puccio había recibido el beneficio de la excarcelación en 1996 porque, después de 11 años, las causas Naum y Manoukian no tenían sentencia firme. Pero la fianza era demasiado alta. La misma Sala II la bajó a la mitad y, con las propiedades familiares en pago, salió en abril de 1997. Durante los dos años y siete meses que alcanzó a estar afuera afianzó su matrimonio con Nancy, con quien se había casado en 1993. Vivió en un departamento de Santa Fe y Ecuador, y trabajó repartiendo agua purificada y en la misma clínica psiquiátrica donde ayer no pudo entrar. El trabajo se lo dio uno de los profesores que tuvo Puccio en el Centro Universitario de Devoto, del que fue uno de los fundadores junto a Sergio Schocklender. “Me tocó un padre que no tuve la opción de elegir”, escribió Alejandro sobre Arquímedes Puccio, en una carta cuando ya era un alumno avanzado de la carrera de Psicología, de la que adeuda sólo dos materias.
No resulta extraño que, apoyado en el doloroso reclamo de los familiares de las víctimas del clan Puccio, el ministro Casanovas reiterara ayer su intención de endurecer la ley de Ejecución Penal bonaerense. Desde temprano levantó el tono de las críticas: “Lo que más me preocupa es el mensaje de impunidad que se está dando. Con estas resoluciones se comprobó que sólo quedan presos los ladrones de gallinas”, dijo. Ayer, cuando eltema había tenido el suficiente eco, recibió personalmente a los familiares para comprometerse a luchar por la modificación de la ley, que tiene media sanción en la Cámara de Diputados. Los familiares elevaron la apuesta y pidieron una entrevista con el presidente Fernando de la Rúa.
“¿Cómo va a ser un mensaje de impunidad el cumplimiento de una pena? -se preguntó ayer, consultado sobre las declaraciones del ministro, el penalista Raúl Zaffaroni, actual director del Inadi–. Mensaje de impunidad es el que tienen los policías de la provincia.” Para el autor del Tratado de Derecho Penal, la idea de Casanovas intenta confundir a la opinión pública. “La confusión es con respecto a que la pena siempre debe estar ligada al encierro eterno, y eso no es cierto acá ni en ningún lugar del mundo –aclaró–. Puccio no sale libre, continúa pagando por el crimen que se le probó, en una de las tantas etapas previstas para la ejecución penal, la de una salida temporal para que trabaje.”
Zaffaroni coincide con el criminólogo Juan Pegoraro, director de la revista Delito y Sociedad, en que en Alejandro Puccio el discurso de Casanovas encuentra al perfecto chivo expiatorio. “Es cómodo encarnar los males en un solo individuo –opinó Pegoraro–. Intentan confundir con ello para mantener a la gente en la cárcel, profundizando en los principios más extremos del positivismo que hablan de peligrosidad. La idea es que la persona no sale cuando cumple con una condena sino cuando se le antoja al poder.”

La ley en debate
La ley que ayer reclamó Casanovas es la que el gobierno bonaerense envió a mediados de marzo a la Legislatura provincial: un proyecto que obliga a los jueces a denegar salidas transitorias a condenados por homicidio. El proyecto modifica los artículos 23, 100 y 146 del Código de Ejecución Penal bonaerense y establece que no podrán beneficiarse con el acceso al régimen abierto y a las salidas transitorias los condenados por homicidio agravado y contra la integridad sexual, privación ilegal de la libertad, tortura y robo, en todos los casos seguidos de muerte. El gobernador Carlos Ruckauf impulsó ese proyecto cuando se constató que Salvador Raineri –un delincuente muerto luego de que tomara rehenes en el barrio de La Paternal– había salido del penal Sierra Chica con libertad transitoria, concedida en un proceso extraño que puso bajo sospecha al Servicio Penitenciario y al tribunal que la concedió. La Cámara de Diputados recibió el expediente el 10 de mayo con la aprobación del Senado, pero aún no lo trató.

 


LA VIUDA DE UNA DE LAS VICTIMAS DEL CLAN PUCCIO
“Me parece injusto para todos”

Por Eduardo Videla

“Un beneficio así para este tipo de delincuentes es algo aberrante”, dice la abogada Rogelia Beatriz Pozzi. Hace 17 años, el clan Puccio secuestró a su esposo, el empresario Eduardo Aulet, y aunque la familia pagó un rescate de 100.000 dólares, el cautivo fue asesinado. En aquel entonces, la abogada y su esposo tenían 23 años y apenas ocho meses de casados. Pozzi pudo reconstruir su vida: hoy tiene una nueva familia y dos hijos de 11 y 4 años. Pero las salidas transitorias de Alejandro Puccio le hacen revivir esa historia de terror que vivió en 1983. No está dispuesta a perdonar al ex rugbier, que siempre negó haber participado del secuestro de su esposo y fue sobreseído por ese delito. Para la mujer, las salidas de Puccio son una suerte de “excarcelación solapada”. “Estamos dispuestos hasta a reunirnos con el presidente De la Rúa si fuera necesario para que la ley sea modificada”, dijo, en una entrevista con Página/12.
“Mi papá lo reconoció en una rueda de presos. El fue quien cobró el rescate. Y además se lo vio en una de las postas. Pero él es un psicópata y el psicópata te convence. El convenció a los fiscales, que terminaron pidiendo su sobreseimiento, de que el padre era un hijo de puta y él actuó presionado, por un temor reverencial. Yo creo que por temor no se va a cobrar un rescate por personas que eran conocidas, sabiendo que las iban a matar”, denuncia la mujer.
Alejandro Puccio fue condenado por el secuestro extorsivo y homicidio de Ricardo Manoukian, un joven comerciante que había jugado con él al rugby. La doctora Pozzi nunca supo con certeza si su esposo conocía a Alejandro, pero tiene la sospecha: Eduardo Aulet también jugaba al rugby.
“A Eduardo lo tuvieron encerrado en la casa familiar de los Puccio, adentro de un placard, en una habitación que estaba al lado de la de Alejandro. Es imposible que él no se hubiera enterado”, asegura la mujer. Por eso, no puede entender que el victimario tenga derecho a salidas laborales. “Quince años de cárcel es muy poco para lo que hizo. Me parece injusto para toda la sociedad, no sólo para los que fuimos víctimas”, se queja. Y arremete contra la decisión de la Cámara de San Isidro, que le concedió el beneficio: “El informe penitenciario dice que tiene buena conducta, pero que no está en condiciones de salir porque no tiene ningún síntoma de arrepentimiento. Un psicópata no puede estar arrepentido porque cree que lo que hizo es lo correcto”.
–Si usted puede hacer abstracción de su caso, ¿no cree que un delincuente merece una oportunidad de reinsertarse en la sociedad? -preguntó Página/12.
–Depende qué delincuente. Recuerdo que Roberto Díaz (otro miembro de la banda), que fue el que mató a Eduardo, cuando la policía buscaba el cuerpo en General Rodríguez, se acercó a mi auto y me dijo, casi llorando: “Señora, ¿me puede disculpar por lo que le hice?”. A esa persona se la podría llegar a perdonar. Cometió un error y se mostró arrepentido. Pero Puccio cree que hizo lo correcto.
–Ahora se lo puede cruzar por la calle. ¿Qué le diría si lo ve?
–No sé. Me indigna que esté afuera. Una vez me crucé en el juzgado con su hermano Daniel –a quien excarcelaron antes de tiempo y ahora está fugado– y cuando lo reconocí le grité “asesino, secuestrador, hijo de puta”. Aunque creo que Alejandro es lo suficientemente inteligente para cruzar de vereda si me llega a ver.

 

 

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