Raymond Carver decía que todo buen cuento debe tener algo inquietante. La definición le cabe, posiblemente, a todo el arte. Y debe haber pocos músicos en los que la idea de provocar inquietud esté tan presente como en el clarinetista Don Byron y el pianista y compositor Uri Caine. Capaz de ir desde el klezmer a las big bands y desde los experimentos à la Knitting Factory (el club del Soho neoyorquino que patentó con su nombre la iconoclasia) a tocar con Daniel Barenboim (en su fallido homenaje a Duke Ellington), Byron se caracteriza a sí mismo a partir de sus diferencias con Winton Marsalis. El ama a Ellington como si fuera la Séptima de Beethoven; yo como a un músico vivo, con el cual es posible jugar. Aunque tal vez sea mejor otra de sus definiciones: Si algunos piensan que soy un negro bizarro, me da igual. Caine, por su parte, puede resumirse con bastante aproximación en lo que sucede en su versión de la sexta de las Variaciones Goldberg de Bach: la Hot Six Variation, donde la secuencia armónica del aria original aparece encapsulada en una improvisación colectiva. Antes de Bach fue Mahler y después Schumann (en una notable relectura de algunas de sus canciones). Pero el sello de Caine la permanente oscilación entre los géneros altos y bajos aparece siempre. Byron y Caine tocaron juntos en varias grabaciones, empezando por la Bug Music del clarinetista, en la que éste rinde homenaje a Ellington, John Kirby y Raymond Scott. Y volverán a hacerlo este jueves y viernes en La Trastienda de Buenos Aires. El lugar preferencial de Byron en el panorama del jazz actual tiene que ver, además de con su perfil de creador sorprendente y atípico, con el protagonismo que le devolvió a su instrumento, marginal desde la desaparición de los grandes nombres del swing (Artie Shaw y Benny Goodman). Si se descuentan los europeos (Louis Sclavis, Michel Portal, John Surman en el clarinete bajo), son pocos los estadounidenses que se dedicaron a él. Tanto David Murray como Henry Threadgill y James Carter son saxofonistas y utilizan sólo el clarinete bajo y como elemento de color, reemplazando al saxo barítono. Art Pepper, Phil Woods y Paquito DRivera alternaron el saxo alto con el clarinete pero, muerto John Carter, los únicos verdaderos especialistas en el instrumento son Eddie Daniels (dedicado últimamente mucho más al saxo tenor y a músicas ultracomerciales) y Don Byron, que prestó su sonido y su fraseo característicos a discos de Bill Frisell, Ralph Peterson (en el genial Ornettology), Anthony Braxton 4 (Ensemble) Compositions 1992, Cassandra Wilson (Blue Light Til Down) y, claro, Uri Caine (Sphere Music, Goldberg Variations). Caine, que fue acompañante de Braxton, Sam Rivers y Clark Terry, entre otros, tiene, entre otras cosas, una técnica deslumbrante que le permite tocar el aria inicial de las Goldberg en un fortepiano del 1750 como el mejor de los pianistas clásicos. Y, también, un swing de clara raigambre jazzística. Que algunas de sus variaciones sobre las Variaciones Goldberg tomen la forma de un negro-spiritual, de una danza en un casamiento judío o de un rockn roll habla de la variedad de sus intereses musicales. Algo que se acerca bastante a los ideales explicitados por Byron: Aprecio a los músicos capaces de moverse correctamente por una gran variedad de estilos. A nadie le importa que un joven músico blanco se dedique a tocar música árabe o música clásica o jazz. Pero si es negro y se le ocurre tocar klezmer es un escándalo. Pues bien, si hay escándalo, bienvenido.
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