Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
Según un ritual tácito pero inexorable, cada año Toronto cuenta en el centro de su programación con el nuevo film de Takeshi Kitano, el realizador que a comienzos de la década del �90 volvió a poner al cine japonés en el mapa. Esta vez se trata de Brother (así, en inglés, es su título original), la película que Kitano viene de filmar en la ciudad de Los Angeles. Que no quiere decir necesariamente Hollywood. El prejuicio podía hacer creer que el cruce que Kitano había emprendido a través del Pacífico era para seducir al mercado estadounidense, pero no es el caso. En este sentido, y salvo alguna que otra referencia a la cultura norteamericana, Brother muestra a Kitano irreductible, apegado a los códigos de las películas de yakuza (la mafia japonesa), un género que contribuyó a revitalizar como nadie.
La excusa argumental quiere que, después de una feroz guerra de bandas en Tokio, un killer implacable (interpretado, por supuesto, por el propio Kitano) deba abandonar el país e iniciar una nueva vida en otro lado. El destino elegido es Los Angeles, donde encuentra que su hermano menor, que trabajaba en un sushi bar, se dedica a la venta de droga. A este viejo samurai, que no sabe hacer otra cosa que la guerra, semejante destino le parece insuficiente y él solo desata un enfrentamiento de bandas (con latinos, negros y, obviamente, italianos) aun peor que aquel que había causado su destierro.
Hiperviolenta, con el lacónico humor que es la marca de fábrica Kitano (su personaje no debe tener más de diez líneas de texto), Brother parece un film escindido en dos direcciones. Una hacia adelante, hacia un paisaje demasiado nuevo para el realizador �el del imaginario del cine negro norteamericano� y otra hacia atrás, hacia sus primeros films de género, como Violent Cop y Boiling Point. El problema de Brother es que el propio Kitano ya había superado ampliamente esos comienzos con Sonatine y particularmente con Flores de fuego, que le valió el León de Oro en la Mostra de Venecia �97. A diferencia de El verano de Kikujiro, su desconcertante película anterior, concebida a la manera de una slapstick comedy, en Brother no hay nada que Kitano no hubiera hecho antes y mejor, como si por primera vez se hubiera sentido preso de los códigos que él se ocupó de renovar.
En el otro extremo habría que poner a Gohatto, la película que marca la reaparición de Nagisa Oshima después de catorce años de inactividad y que tiene a Kitano (o Beat Takeshi, como firma sus trabajos de actor) en uno de los personajes principales. El recordado director de El imperio de los sentidos y El imperio de las pasiones �dos films clave del cine japonés de los años �70� se toma en su nueva película todas las libertades que le parecen necesarias, sin resignar por ello un esplendor visual muy riguroso, nunca decorativo. Ambientado a mediados del siglo pasado, el film se ocupa de un grupo de samurais de una aristocrática milicia de Kioto, conmovido por la aparición de un joven guerrero de una belleza femenina, a la que ninguno de sus rudos miembros puede resistirse.
En Gohatto (�Tabú� en el original) no faltan los magníficos duelos de sables y las luchas entre clanes rivales. Pero lo que llama la atención del nuevo film de Oshima es la temeridad con que plantea un melodrama romántico que no le hubiera disgustado al maestro del género, Douglas Sirk, y al mismo tiempo la manera en que lo desarticula, con comentarios de un humor casi brechtiano, con textos intercalados a la manera del viejo cine mudo. Son estas licencias las que hacen de Gohatto �a diferencia de Brother� un film siempre extraño incluso en la manera en que revela a un Kitano-actor capaz de una expresividad que no se permite en sus propias obras.
El regreso de Rick Wakeman
El tecladista y compositor Rick Wakeman presentará en vivo en Buenos Aires, entre hoy y mañana, algunos de los temas de su reciente obra conceptual Retorno al centro de la Tierra. Exactamente 25 años después del lanzamiento de Viaje al centro de la Tierra, que vendió la cifra de 12 millones de discos en todo el mundo, el virtuoso ex tecladista del grupo Yes publicó una segunda parte que le demandó tres años de trabajo. �Es la cuarta vez que vengo a tocar a la Argentina y me siento bien porque sé del fervor que tiene la gente y cómo aprecia mi obra, por lo que estoy seguro de que van a ser unos conciertos históricos�, afirmó ayer el músico. El compositor y tecladista estará acompañado por The English Rock Ensemble, que integran: Adam Wakeman en teclados, Damian Wilson en voz líder, Ant Glynne en guitarra, Lee Pomeroy en bajo y Tony Fernández en batería. Entre los discos de Wakeman, un mito del rock sinfónico, se destacan Las seis esposas de Enrique VIII, Mitos y leyendas del Rey Arturo y Los caballeros de la mesa redonda.
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